Socialistas y comunistas de la II República: derribar la Iglesia

¿La Segunda República era en verdad un régimen tan legítimo y tan democrático como nos quieren hacer ver?

 

La Segunda República fue proclamada tras unas elecciones municipales perdidas por los republicanos pero en las que el rey y los monárquicos se desfondaron. Ante ese abandono podría haberse implantado un sistema decente y con seguridad muchos lo deseaban, el problema es que los que lo proclamaron pensaban en el paso siguiente y acabaron hundiendo el invento.

Este diálogo con Dr. César Vidal tuvo lugar entre las 17:00 y las 18:00 del martes 24 de abril 2007-Esp.

 

 

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Cuando se juzgue el proceso histórico de la izquierda española, se llegará a la conclusión de que NADIE HA HECHO TANTO DAÑO A ESPAÑA, NADIE LA HA TRAICONADO NI DIFAMADO COMO LA IZQUIERDA QUE PADECEMOS. En cualquier ámbito que se mire: Moral y social, institucional, cualtural, educacional, económico…todo lo han preñado de mentira y corrupción. ESTE ES SU LEGADO. 2012

 

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La Iglesia «pide perdón cada día a Dios y está en la esencia del cristianismo pedir perdón al prójimo». «Otra cosa es aludir a perdones de carácter político o constitucional», explicó. Durante la Guerra Civil 1936-9, la Iglesia católica española «sufrió la persecución más grande de la historia».

Los actos violentos «no pueden tener nunca motivaciones religiosos, ya que ellas ofenden la imagen de Dios en el hombre».

 

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Constructores de la paz – Resulta excesivamente simplista hablar de la existencia de dos Españas como si nuestra sociedad estuviera dividida en dos bloques irreconciliables. La realidad es bastante más compleja y no admite una catalogación tan rígida y simplificadora. Solamente la radicalización y la intolerancia, la ofuscación de la razón por la pasión podrían llevarnos a divisiones de la sociedad en bloques incompatibles.

Sin embargo, como la misma Historia demuestra, no hay nada, por malo que sea, que no se pueda repetir.

Es imprescindible un esfuerzo decomprensión y de progreso social en actitudes de convivencia.

No sería bueno que la Guerra Civil se convirtiera en un asunto del que no se pueda hablar con libertad y objetividad.

Por ello hay que desautorizarlos intentos de desfigurar aquellos hechos, omitiendo o aumentando cualquiera de sus elementos, a favor de una posición determinada o la

desautorización de personas, ideologías o instituciones. En ningún caso se debe utilizar una imagen desfigurada de lo ocurrido como argumento en favor o en contra de nadie en la actual situación española. Tal procedimiento podría avivar los rescoldos de la división, todavía no apagados del todo, y perpetuar en las generaciones jóvenes actitudes de intolerancia de consecuencias insospechables. Saber perdonar y saber olvidar son, además de una obligación cristiana, condición indispensable para un futuro de reconciliación y paz.

Aunque la Iglesia no pretende estar libre de todo error, quienes reprochan a la Iglesia el haberse alineado con una de las partes contendientes deben tener en cuenta la dureza de la persecución religiosa desatada en España desde 1931. Nada de esto, ni por una parte ni por otra, se debe repetir. Que el perdón y la magnanimidad sean el clima general de los nuevos tiempos. Es imprescindible evitar todo aquello que nos pudiera hacer retroceder en el camino y volver a las exclusiones o enfrentamientos ya superados.

Conferencia Episcopal Española (20-II-1986)

 

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LAS IZQUIERDAS SE LIQUIDARON ENTRE ELLAS (1936-1937)
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El jefe de Departamento del Servicio de Inteligencia del Ejército Rojo, comandante Nikonov, refiriéndose a los anarquistas: «(…) En los pueblos y capitales de provincia donde han abolido el dinero, retirado de la circulación, por la fuerza, el que poseía cada uno y estableciendo un sistema de cupones para absolutamente todos los bienes de consumo; han colectivizado todas las propiedades, incluidos los pájaros domésticos, etc. Cualquiera que protestara contra eso era declarado fascista y sometido a represión e incluso asesinado. Debido a esto hubo varios pequeños levantamientos, aplastados por las fuerzas armadas de los anarquistas».

-Jesús Hernández, diputado comunista y miembro del comité central del partido de Madrid: «tras la derrota de Franco los comunistas harán trizas a los anarquistas» (17 de agosto de 1936).

-Mariano Vázquez, secretario nacional del la CNT: «Por el momento, lo que nos interesa es ganar la guerra. Una vez que lo hayamos logrado, reanudaremos la ofensiva en el terreno social y entonces ¡la revolución no tardará en realizarse! Ganaremos y en España habrá un totalitarismo de la CNT» (congreso secreto de la Asociación Internacional de los Trabajadores celebrado en París en diciembre de 1937).

-José Peirats, anarquista, dice de los comunistas: «Nunca llegó el crimen a extremos de tanto refinamiento como a partir del 15 de mayo de 1937. Es decir, a partir de cuando el Gobierno del Frente Popular se jactó de ser dueño de los resortes del poder. A partir de entonces se cometieron los crímenes más horrendos de nuestra historia política. Las mazmorras de la GPU se multiplicaron como infiernos de Dante».

-Orwell menciona que sucedieron «las cosas más terribles (…) Heridos arrastrados fuera del hospital y arrojados a la cárcel, gentes apretujadas en repugnantes mazmorras, presos golpeados y muertos de hambre».

-Abad de Santillán, anarquista: «Las torturas, los asesinatos, las cárceles clandestinas, la ferocidad con las víctimas culpables o inocentes, estaban a la orden del día (…) Lo ocurrido en las checas comunistas cuesta trabajo creerlo. En el Hotel Colón de Barcelona, en el casal Carlos Marx (…) se perpetraban crímenes que no tienen precedentes. El ayuntamiento de Casteldefells tuvo que protestar por la serie de cadáveres que dejaba en la carretera todas las noches la checa del castillo. Hubo días en que se encontraron 16 hombres asesinados, todos ellos antifascistas.»

-Enrique Líster, comunista. Quizás uno de los más sinceros. Se jactaba de las numerosas ejecuciones que ordenó. De Carrillo dijo que «era un cobarde que se paseaba con una pistola de mujer».

http://www.intereconomia.com/blog/presente-y-pasado/regeneracion-democratica-y-franquismo-20130206

 

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¡¡Bravo señor Moa!! Recuerdo que en ed. secundaria, los profes sociatas nos contaban una versión falsa y progre de la Historia. Los alumnos callábamos. Ahora, tras leer sus libros, he visto a aquellos mismos profesores (que luego han sido mis compañeros) quedar en ridículo al decirles yo que la II República NO llegó gracias a las urnas, y ellos casi pegarme defendiendo lo contrario. No tenían ni idea: ¡¡tuvieron que ir a documentarse!! ¡¡Y luego les tocó reconocerlo a regañadientes!!

 

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Dinamitar: no falla. El mismo discurso, los mismos métodos. Los talibanes musulmanes dinamitaron unas imágenes budistas que eran patrimonio histórico, en Tombuctu quemaron los libros…
La dialéctica marxista es así: tergiversamos la historia, borramos las fotos, eliminamos (ostracismo, gulag), borramos la vida (sacas)… etc.

 

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BALANCE DE LA PERSECUCIÓN RELIGIOSA DURANTE LA GUERRA CIVIL

13 obispos asesinados.

4.184 sacerdotes seculares asesinados.

2.365 religiosos asesinados.

283 religiosas asesinadas (algunas de ellas previa violación).

[Se desconoce la cifra exacta de laicos muertos por causa de su fe]

No hubo apostasías.

La tortura física y los tormentos de toda laya estuvieron presentes en buena parte de estos hechos.

Templos quemados totalmente:

Valencia: 800; Oviedo: 354; Tortosa: 48; Santander: 42; Barcelona: 40; Madrid: 30.

Templos parcialmente destruidos:

Almería: todos; Barbastro: todos; Ciudad Real: todos; Ibiza: todos; Segorbe: todos; Tortosa: todos; Valencia: más de 1.500; Gerona: más de 1.000; Vic: más de 500; Barcelona: todos menos 10; Cuenca: todos menos 3; Madrid: casi todos; Cartagena: casi todos; Orihuela: casi todos; Santander: casi todos; Toledo: casi todos; Jaén: el 95%; Solsona: 325.

«En ningún momento de la historia de Europa, y quizás incluso del mundo, se ha manifestado un odio tan apasionado contra la religión y todas sus obras».

Hugh Thomas, The Spanish Civil War.

 

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En cuanto a la actitud de la Iglesia durante la Guerra Civil, el autor afirma que “se vio obligada a permanecer en un bando porque en el otro la perseguían con una crueldad que supera todo lo anterior. No estaba en un bando, pero desde el momento en que el Frente Popular la declara mal absoluto, se cometen asesinatos y se cierran todas las iglesias, la Iglesia se ve obligada a permanecer en uno de los bandos”.

El profesor Suárez no niega la injusticia de la represión de posguerra, pero exculpa decididamente a la Iglesia: “Ayudó todo lo que pudo a la reconciliación. El otro bando fue peor, pero eso no justifica las represiones terribles. La Iglesia intentó frenar, hizo mucho, sin duda; pero es tremendo. En un momento en que un país se rompe y se matan unos a otros, cómo frenar la venganza después de las terribles represiones”.

 

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Preston, o la historia como fraude

 

Leo esta afirmación del señor Preston sobre mi persona: «Hay mentiras en cada página de su libro». (¿Cuál?). Muy bien. Ahora solo le queda demostrarlo, y vuelvo a animarle a que lo intente de una buena vez. Yo, en cambio, sí he documentado ampliamente sus muy frecuentes mentiras y manipulaciones (bueno, no todas, porque es casi imposible).

 

En realidad, su método historiográfico queda bastante bien retratado en la inconsecuencia de su frase. Obsérvese también su respuesta a la crítica de que ofrece cifras distorsionadas, hecha por Stanley Payne: «Que Payne explique su trayectoria desde la izquierda a la extrema derecha». Es decir, el problema no está en los hechos, sino en que Payne –asegura, tergiversando de nuevo la realidad– se ha vuelto de «extrema derecha». Un método de debate, por cierto, empleado masivamente por los marxistas y afines. Otra de sus hazañas metodológicas consiste en habernos descubierto que el homenajeado Carrillo tuvo –¡quién lo hubiera creído!– responsabilidad en Paracuellos. En fin, un historiador de postín, muy respetado no ya por la izquierda sino por la derecha, desde los absurdos halagos que Ansón le tributó para presumir de antifranquista. El nivel.

El último libro de Preston es un fraude desde el mismo título. Fraude en el doble sentido de mencionar un inexistente holocausto español, trivializando de paso el judío, y de emplear la palabra con evidentes fines comerciales. Su tesis, no menos falsa bajo la pretendida objetividad de reconocer (¡a estas alturas!) que «también» hubo crímenes en la izquierda, consiste en la vieja historieta de que la represión nacional hizo el triple de víctimas que la del Frente Popular, y que cualitativamente no pueden equipararse una y otra: «No puedo tratar igual a un violador que a una violada».

El violador sería el bando nacional y la violada el Frente Popular, que él identifica –de nuevo falsamente– con la república del 31. Como he expuesto con todo detalle en Los orígenes de la guerra civil, la violación, si así queremos llamarla, fue emprendida en octubre de 1934 por el PSOE y la Esquerra, apoyados por prácticamente toda la izquierda, con el propósito textual de organizar una guerra civil; y continuó después de las elecciones de febrero del 36, en una verdadera orgía de crímenes e incendios, hasta que se provocó la continuación de la guerra civil, a la que tan aficionadas fueron nuestras izquierdas, que incluso organizaron otras dos en su propio seno.

 

La violada fue, por un lado, la república del 31, su Constitución y su legalidad, y por otro la masa de población católica y derechista, hasta que decidió defenderse. Las izquierdas, con mayor o menor intensidad, quisieron la guerra civil porque estaban convencidas de ganarla –y casi la ganaron al principio–, pero sus cálculos terminaron por salirles errados. Me permito animar a Preston y compañía a abandonar su pereza intelectual e intentar desmentir estos extremos, que creo haber probado con los documentos de la izquierda.

En fin, presentar como víctima de una violación a un Frente Popular formado por marxistas revolucionarios, stalinistas, golpistas tipo Azaña o Companys, anarquistas y racistas, bajo la tutela de Stalin, es la osada falsificación base de todas las demás. Lo he expuesto en La quiebra de la historia ´progresista´. Pero se ve que estos señores esperan tener siempre una clientela de ignorantes o fanáticos a quienes explotar.

En cuanto a las cifras de la represión, ya Ramón Salas Larrazábal las puso en su lugar, corregidas luego por A. D. Martín Rubio. Pero el asunto se ha convertido para algunos en un negocio bien subvencionado desde el poder, y la realidad les da igual. No hay debate. Les basta descalificar como «de extrema derecha» o «fascistas» los estudios que abandonan la propaganda y van a los hechos. Recordaré, muy en resumen, que el terror lo empezaron las izquierdas; que en el bando izquierdista no fue un terror popular o espontáneo sino organizado por los partidos y el gobierno; que el número de víctimas fue muy parecido en los dos campos; que el extremo sadismo en el terror de izquierdas no tiene parangón en el bando nacional; que las izquierdas practicaron el terror entre ellas mismas, lo que tampoco ocurrió entre los nacionales. Que intente Preston refutar estos datos básicos con otros datos y argumentos, y le prestaremos atención. Sus distorsiones son tan amplias que resulta imposible abordarlas en un artículo. Las he tratado más en detalle en el libro Los crímenes de la guerra civil, que, desde luego, él no ha rebatido en momento alguno.

Una frase llamativa de Preston: «El Valle de los Caídos es una maravilla, pero hay que explicar que fue hecho por presos republicanos». Bien por la primera parte del aserto, mal por la segunda. Hubo allí muy pocos presos, no eran republicanos sino rojos acusados de crímenes, cobraban salario y redimían penas por el trabajo. Y el Valle terminó tomando un carácter de reconciliación nacional que ahora se intenta destruir. Otra frase del autor: «La mayor dificultad para escribir mi libro ha sido poder mantener mi equilibrio psicológico leyendo tantos horrores en ambos lados». A muchos ingleses siempre les ha encantado/horrorizado la crueldad española, y se ve que Preston tampoco sabe mucho de la historia de su propio país. ¿Ha probado a mantener su equilibrio psicológico leyendo acerca los bombardeos de terror ingleses sobre la población civil alemana, que causaron varias veces más víctimas que el terror de los dos bandos en la guerra española? 

http://historia.libertaddigital.com/preston-o-la-historia-como-fraude-1276238956.html   05.V.MMXI

 

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Judíos y protestantes en la República –

El historiador César Vidal abordó ayer en una ponencia el caso de dos minorías religiosas, los judíos y los protestantes, durante la República. «Había unos 10.000 judíos y unos 20.000 protestantes. Y cuando se estudia su caso queda claro que la II República no fue el periodo dorado de libertades que algunos dicen. No se modifica su situación respecto al periodo anterior e, incluso, algunos de ellos fueron fusilados, pero más por su pertenencia a la masonería que por ser judíos». Vidal revela cómo la sinagoga de Barcelona fue quemada en 1936 y muchos judíos dejaron España durante la guerra porque eran comunidades jóvenes que apenas estaban enraizadas. «La mayoría de los judíos apoyaron a Franco. Incluso destinaron sus ayudas sólo a su causa, algo que el propio Franco reconoció en 1950 cuando señaló que sin el apoyo de los judíos de Tetuán no habrían podido desembarcar en la Península Ibérica». Vidal explica el motivo que llevó a esta minoría religiosa a conceder sus ayudas a un régimen que en principio estaba respaldado por la Alemania nazi: «Temían la deriva comunista del Frente Popular». 2006-11-25-L.R.ESP.

 

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El historiador italiano Andrea Riccardi escribe en el libro «El siglo de los mártires» (Milán, 2000) a propósito de la persecución religiosa en España por parte de anarquistas, socialistas radicales y comunistas.

La escalada de los asesinatos fue impresiónate: desde el 18 de julio hasta el final de ese mes, las víctimas del clero ascendieron a 861; en agosto, a 2.077, con una media de sesenta muertes al día. En el otoño los asesinatos continuaron, a pesar de que su número disminuyó, y a principios de 1937 descendieron sensiblemente. (…) En este contexto los obispos decidieron firmar la carta colectiva redactada por el cardenal Goma -publicada el 1 de julio de 1937-, en la que los prelados denunciaban la persecución sufrida por la Iglesia y se manifestaban abiertamente partidarios de los «nacionales».

Sin embargo, la persecución que sufrió la Iglesia no fue una consecuencia de la carta colectiva. «La verdad -dijo el cardenal Tarancón- es que la gran matanza de sacerdotes se realizó cuando la Iglesia no se había definido, en ningún momento, por alguno de los dos bandos (…) Extrañamente todos aquellos muertos suelen atribuirse a la famosa carta colectiva del episcopado español: los rojos, en definitiva, habrían tomado represalias contra la posición adquirida por la Iglesia, pero es cierto lo contrario: la carta, de hecho, detuvo prácticamente la sangría… en realidad fue la consecuencia de aquellas muertes y no lo contrario».

 

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«Hoy más que nunca no podemos quedarnos callados» ante el laicismo europeo.

  

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Una guerra religiosa

Juan Ignacio Gorospe

Interesantísimo el programa de Lágrimas en la lluvia del domingo pasado, en Intereconomía. El espacio conducido por Juan Manuel de Prada estuvo dedicado a la persecución religiosa en España. Javier Paredes, Miguel Ayuso, Jorge López Teulón y el padre Alfredo Verdoy analizaron el fenómeno que ha marcado más decisivamente –aún hoy– la identidad de nuestra nación, hasta el punto de señalar, unánimemente, que «la Guerra Civil fue, en realidad, una guerra religiosa». Pero

como los ataques indisimulados a la Iglesia no se iniciaron en 1936, ni siquiera en 1931, los tertulianos recorrieron el siglo XIX y sus periódicas expulsiones de los jesuitas y decretos de exclaustración, las continuas desamortizaciones, las Constituciones laicistas de origen liberal y las matanzas de frailes de 1834-1837; así, hasta llegar a la Semana Trágica de Barcelona, de 1909, y la Ley del candado, de 1910. Ante todo ello, «no se puede ser hoy católico y liberal al mismo tiempo», señaló De Prada. Y Ayuso rescató una frase de Balmes, con vigencia en el panorama político actual: «El Partido Conservador lo que conserva es la Revolución».

En este caldo de cultivo, arraigó el anticlericalismo de la Segunda República, «uno de cuyos fines fue acabar con la Iglesia», afirmó López Teulón. Y explicó Paredes: «Los republicanos no eran demócratas, sino jacobinos». Y apostilló el padre Verdoy: «El socialismo fue una nueva religión que quiso construir una sociedad materialista, sin Dios».

No es habitual escuchar, y menos por televisión, que la Guerra Civil fue, en realidad, una guerra religiosa, en la que se quiso sustituir la religión del amor y el perdón por la nueva religión de la muerte y el odio; y que lo que había detrás era puro satanismo alimentado por el caldo de cultivo de la ignorancia. También hubo reflexiones ad intra, pues parece que los católicos hemos dejado un poco de lado a nuestro mártires, cuando «son historias espectaculares de fidelidad, amor y perdón; y su testimonio lo necesitamos para seguir dando la vida hoy, aunque no sea con la sangre» (Teulón). Y como no son mártires de la Guerra Civil, sino de la persecución religiosa, hay que abandonar ya el falso complejo por la politización del mártir.

Y así, hasta el día de hoy, en el que el laicismo, «esa forma de persecución sibilina –en palabras de Juan Manuel de Prada–, intenta esconder el hecho religioso con el falso argumento de no ofender a nadie». En ésas estamos.

Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo

V. MMXII

 

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Memoria con documentos

MIENTRAS el PSOE sigue sin saber cómo afrontar el problema de la ley de la Memoria Histórica, la apertura de los Archivos del Vaticano en el periodo 1922-1939 ofrece el mejor ejemplo de la seriedad y el rigor que exige el estudio del pasado. Frente a la falsa memoria colectiva y la búsqueda de una verdad oficial enfocada hacia intereses del presente, el verdadero historiador investiga en los documentos y analiza los hechos desde un punto de vista objetivo. El trabajo del profesor Vicente Cárcel sobre los documentos citados demuestra que Pío XI quiso buscar fórmulas de convivencia con la Segunda República «mientras que ésta lo permitió», superando así la propaganda manipuladora sobre una posición hostil y dogmática por parte dela Iglesia. Los archivos revelan la tarea del nuncio para defender a los católicos españoles de las persecuciones y evitar la expulsión de los jesuitas, y después, ya en plena Guerra Civil, las gestiones del cardenal Pacelli (futuro Pío XII) ante las autoridades franquistas interesándose por casos concretos, entre ellos el del diputado católico catalán Carrasco Formiguera. En varias ocasiones, Pío XI -de quien se recuerdan importantes encíclicas en contra de los regímenes totalitarios- intervino ante Franco para evitar bombardeos aéreos y otros daños causados por la guerra a la población civil. Ninguno de los bandos sale bien parado de una época «muy triste» de nuestra historia, a juicio del historiador responsable del estudio documental. En efecto, cualquier investigación ajena al partidismo demuestra que la vida real no puede enfocarse como si fuera una película de buenos y malos.

 

Aunque todavía no están disponibles los documentos correspondientes a la postguerra civil, los archivos vaticanos siguen siendo una fuente decisiva para el estudio histórico. En su momento, han permitido también desmontar la leyenda urdida desde posturas ideológicas radicales sobre un supuesto apoyo de Pío XII al nazismo. Servirán ahora para documentar la realidad de la persecución religiosa durante la II República, uno de los episodios más negativos de aquel régimen convulso, y también para demostrar la buena disposición de la Iglesia ante un sistema incapaz de evitar actitudes sectarias contra los católicos. Una lectura objetiva de la Constitución de 1931 no puede pasar por alto, sin perjuicio de sus aspectos positivos, el fracaso para la convivencia que supusieron los artículos 26 y 27 en materia de relaciones entre la Iglesia y el Estado. Tal vez el apoyo social al sistema habría sido mucho más fuerte si la República hubiera evitado el laicismo militante que practicaron algunos dirigentes y grupos políticos. En todo caso, la memoria sólo sirve si viene avalada por documentos y no cuando es utilizada al servicio de fines partidistas para complacer a unos socios extremistas que nunca están satisfechos por completo. ‘ABC’ 2006-12-14

 

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Me sorprende la aceptación general que tiene la llegada de la II Republica. Si me emperro en denominarla «golpe de estado» y deslegitimar su origen.. ¿hasta qué punto exagero, yerro o acierto?

 

La verdad es que fue un golpe de estado que siguió a otro golpe de estado fallido – republicano y con intervención militar – en 1930. Cuestión aparte es que algunos se entusiasmaran en abril de 1931 más por la caída de la monarquía que por la llegada de la república.

 

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13 obispos asesinados.7.000 sacerdotes mártires. Miles de fieles asesinados, pero todo ello después del 18 Julio 1936. Después del triunfo del Frente Popular en Febrero hasta el 18 Julio ¿Existen datos de persecución religiosa en España o todo surge después del 18 de Julio?

 

No, hay incendios de iglesias ya en mayo de 1931 y asesinatos de religiosos, sacerdotes y fieles en octubre de 1934. Por cierto, algunos ya beatificados.

Dr. César VIDAL, historiador, teólogo, filósofo, escritor: 2005-10-11- L.D.ESP.

 

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!Ah, la mala memoria! – Olvidan a los mártires de la persecución religiosa, la destrucción de Iglesia y conventos, la saña anticlerical y antieclesial, la ideología marxista subyacente en el proyecto de no pocos de los que tuvieron en sus manos el gobierno español de la II República. Pero también olvidan –y eso es lo más importante– el papel de la Iglesia en la consolidación y desarrollo de la reciente democracia. Por más que se empeñen los socialistas radicales, la Iglesia hoy no tiene más símbolos que los del Evangelio, que es constructor de humanidad, de bien común, de democracia. Mientras el gobierno socialista se empeña en recuperar los símbolos laicistas, y en hacerlos visibles, la Iglesia campea por el respeto y la comprensión de y con la historia. MMVI

 

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1931 – 1936 – No se puede hacer historia sectorial basada en el olvido de los mártires de la fe, del Evangelio. No es correcto afirmar que los mártires que murieron por causa del Evangelio durante la Guerra Civil lo fueran de la Guerra Civil. Los mártires no eran combatientes en el campo de batalla, no estaban en guerra contra nadie, ni hicieron la guerra contra nadie. No se caracterizaron por ser militantes de partidos, ni activos agitadores, sino personas que vivían el Evangelio pacíficamente.

No existen razones políticas ni sociales en los asesinatos de los obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas. Los asesinatos tuvieron una causa fundamental, un móvil único; el odio a la fe y el odio a la Iglesia. ¿Qué es lo que generó ese odio? Acaso sólo la historia inmediata de incoherencias, o la estructura económica y social, o la pobreza. Quizá esta descripción responda más a argumentos legitimadores a posteriori que a causas ciertas. Detrás existía una ideología materialista, nihilista y violenta por sistema que quiso imponer una utopía social que desarraigaba al hombre de su naturaleza trascendente y de la posibilidad de la felicidad plena.

Monseñor Antonio Montero escribió que «en toda la historia de la universal Iglesia no hay un solo precedente, ni siquiera en las persecuciones romanas, del sacrificio sangriento, en poco más de un semestre de doce obispos, cuatro mil sacerdotes y más de dos mil religiosos«. ¿Acaso no es suficiente este cuadro para no confundir ni confundirnos con la historia?

 

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«En el siglo que acabamos de dejar atrás hemos visto revoluciones, cuyo programa era de no esperar más la intervención de Dios y tomar en sus manos el destino del mundo (…) La verdadera revolución consiste en acercase sin reservas a Dios que es la medida de lo justo y al mismo tiempo del amor eterno. ¿Qué nos puede salvar si no es el amor?», S. S. Benedicto XVI – P.M. – 2005.08

 

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Libroslibres «2005» acaba de editar también un magistral reportaje periodístico de Alfredo Semprún, El crimen que desató la guerra civil: de cómo un comando policíaco socialista secuestró y asesinó a Calvo Sotelo, líder de la derecha española. 1936

 

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La unidad siempre es un bien y la división un mal. No en vano, Jesús, en su despedida, pidió al Padre el don de la unidad para sus seguidores, a fin de que el mundo creyera. En cambio, el demonio es conocido como el «señor de la división».

 

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La Iglesia que se quiso aniquilar

 

Comentario a: Vicente Cárcel Ortí, «La Gran persecución. España, 1931-1939», Barcelona, ESPAÑA-Planeta, 370 páginas.

La beatificación de mártires católicos –como la que tuvo lugar el domingo pasado en la plaza de San Pedro en Roma– sigue provocando resquemores en ciertos sectores de la población española. Razones para esa reacción ciertamente no faltan. El asesinato de cerca de siete mil sacerdotes y religiosos durante la revolución y la guerra civil española deja de manifiesto que los crímenes no pueden imputarse sólo al bando vencedor y, para colmo, en el otro –el políticamente correcto– se cebó en un sector de la población cuyo único delito había sido el de profesar una religión concreta. No fueron muertos en la guerra sino mártires de una persecución religiosa bien concreta. Que las víctimas fueran sencillas monjas de clausura, sacerdotes dedicados al cuidado de niños abandonados o docentes de menesterosos resultaba indiferente. Más que un episodio de la lucha de clases –el origen de la mayoría de los sacerdotes asesinados difícilmente pudo ser más humilde– se trató realmente de una persecución religiosa cuyo parangón debe buscarse en la Roma de Diocleciano más incluso que en la Rusia leninista.

Aunque este trágico episodio ha sido historiado muy correctamente en obras como la de Antonio Montero Moreno –un libro que el autor se negó a reeditar durante años para no reabrir heridas del pasado–, la presente aportación de Vicente Cárcel Ortí merece la pena de ser leída y repasada. En ella, se analiza no sólo cómo la propia constitución republicana contenía unas notas abiertamente anticlericales que imposibilitaban la convivencia de todos los españoles, sino también cómo la revolución siempre acarició la idea del exterminio de los fieles católicos tal; esto quedó de manifiesto en la Asturias de 1934, donde se produjeron los primeros asesinatos de clérigos. Cárcel Ortí se adentra además en temas espinosos pero bien tratados como el que la iglesia pidiera perdón por su participación en la guerra civil sin que se haya producido una solicitud recíproca por sus muertos; o las razones de su gratitud hacia Franco que, a fín de cuentas, la salvó del exterminio. Escrito de manera sencilla pero muy bien documentada, constituye un libro ideal para salvarse del mal del olvido y de las maniobras demagógicas de aquellos que lo utilizan para sus propios intereses.

La libertad digital, 13.III.01 – Dr. César VIDAL, historiador y escritor..

 

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Le habrán pedido mil veces que catalogue la actitud de Romanones y la de Alfonso XIII en abril del 31. Se lo pido por mil una, ¿era la decisión correcta en ese momento o fueron unos irresponsables?

 

No, no fue la correcta. Alfonso XIII debía haber permanecido, pero debe decirse en su descargo que padecía una profunda depresión fruto de la muerte de su madre, que su esposa temía que les pasara como a los Romanov, que la clase política se desfondó y que los republicanos manejaron muy bien la mentira y la manipulación. Así acabó todo…

César VIDAL. Dr. en historia, filosofía, teología, es abogado. 2005-02-01 LD.Esp.

 

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¿Quién ganó de forma aplastante las elecciones del 1931? Según la colección de «El Mundo«, ganó la izquierda. Según usted, en las mismas páginas, ganaron los monárquicos. ¿Me lo puede aclarar?

 

Ignoro lo que dice la colección, pero las elecciones de abril de 1931 las ganó aplastantemente el conjunto de listas monárquicas y los datos al respecto son elocuentes. Si se refiere a las elecciones de 1931 posteriores a la proclamación de la república las ganó la izquierda de calle.

Dr. César VIDAL. 2005-09-20

 

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Me gustaría que se nos aclarara una cuestión. ¿Qué son esos derechos históricos que proclaman algunos nacionalsocialistas catalanes?

 

He estado revisando los discursos de la época de la II República y ni la menor mención de los propios nacionalistas catalanes. Temo que es una invención nacional-socialista.

Dr. César VIDAL, historiador, teólogo, filósofo, escritor: 2005-10-11- L.D.ESP.

 

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Mártires de  la Iglesia católica – Fueron, aproximadamente, en toda España, 6.832 los muertos de la persecución religiosa; 4.184 eran sacerdotes del clero secular, incluidos 12 obispos y un administrador apostólico; 2.365 religiosos y 283 religiosas. De ellos, 6.500 recibieron la palma del martirio en menos de un año, en una España dividida en dos mitades.

Andrés Nin, jefe del Partido Obrero de Unificación Marxista, dijo el 8 de agosto de 1936: «Había muchos problemas en España. El problema de la Iglesia. Nosotros lo hemos resuelto totalmente, yendo a la raíz: hemos suprimido los sacerdotes, las iglesias, los cultos». Así, sin matices, como ocurrió con la primera víctima moral por motivos religiosos, de la que ofrece referencia el autor, en el apartado referido al sábado 18 de julio de 1936: el asesinato a sangre fría del hijo del sacristán de la parroquia de San Ramón, en el interior del templo, en el puente de Vallecas.

Invito al lector a que se encuentre con cada uno de los nombres de mártires que aparecen en estas páginas y que intente reconstruir la historia, si acaso imaginándola. Fueron mártires, no caídos en guerra, porque no fueron a ninguna guerra. No eran más que católicos, religiosos, religiosas, sacerdotes, seminaristas que morían por el hecho de serlo. No fueron víctimas de la represión política porque no hacían más política que la del Evangelio.

Hay quien se empeña en recuperar la memoria histórica. Aquí tiene un trozo no desdeñable de ella…

2006-06-16 – L.D.ESP. José Francisco Guijarro: Persecución religiosa y guerra civil. La Iglesia en Madrid, 1936-1939. La Esfera de los Libros, 2006; 695 páginas.

 

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Memoria histórica -Aquella celebración motivó que el Vaticano difundiera documentación para explicar su alcance: en el grupo se evidenciaba la representatividad eclesial, «expresión de los numerosos carismas y familias de vida consagrada». 

Igualmente mostraba «la representatividad de la Iglesia en España, porque este grupo» estaba «formado» por 37 diócesis de origen. Los mártires se encontraban en Valencia desarrollando sus respectivos ministerios y actividades apostólicas; algunos de ellos fueron unidos en el proceso por competencia, siguiendo la normativa canónica vigente. 

Para trazar el contexto histórico de estos martirios, el informe se remontó a la proclamación de la II República española (14 de abril de 1931), «impregnada de fuerte anticlericalismo». Apenas un mes más tarde se produjeron incendios de templos en Madrid, Valencia, Málaga y otras ciudades del país. 
La documentación vaticana recuerda que en la revolución comunista de Asturias (octubre de 1934) derramaron su sangre muchos sacerdotes y religiosos, entre ellos los diez Mártires de Turón (9 Hermanos de las Escuelas Cristianas y un Pasionista, canonizados el 21 de noviembre de 1999). 

«Durante el primer semestre de 1936, después del triunfo del Frente Popular, formado por socialistas, comunistas y otros grupos radicales, se produjeron atentados más graves, con nuevos incendios de templos, derribos de cruces, expulsiones de párrocos, prohibición de entierros y procesiones, y amenazas de mayores violencias», describe. 

«Éstas se desataron, con verdadero furor, después del 18 de julio de 1936. España volvió a ser tierra de mártires desde esa fecha hasta el 1 de abril de 1939, pues en la zona republicana se desencadenó la mayor persecución religiosa conocida en la historia desde los tiempos del Imperio Romano, superior incluso a la Revolución Francesa», recuerda la documentación. 

Por lo expresado, el informe no duda en calificar tal trienio como «trágico y glorioso a la vez», «que debe ser fielmente recordado para que no se pierda la memoria histórica». 

Al finalizar la persecución, el número de mártires ascendía a casi diez mil, entre obispos, sacerdotes diocesanos y seminaristas, religiosos, religiosas y laicos de ambos sexos. Durante la persecución religiosa republicana la archidiócesis de Valencia pagó uno de los mayores tributos de sangre.

 

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César Vidal: «Los mártires de la Guerra Civil

fueron asesinados por el odio a la fe»

 

Dr. Historiador

Con tres doctorados (uno de ellos en Historia con premio extraordinario de fin de carrera), César Vidal aborda en su último libro las siniestras «checas de Madrid»

 

José Joaquín Iriarte 
César Vidal no es un nostalgico del franquismo (a su época la llama «dictadura») sino un joven historiador que ha irrumpido en la historia de la Guerra Civil con un escalofriante relato de uno de los períodos revolucionarios más sangrientos de la II República Española. «Las checas de Madrid» (Belacqua) es una invitación a no olvidar la historia, «pero sí a conocerla sin odios ni falsedades». – Afirma en el libro que se vivió una persecución religiosa «cuyo único precedente aproximado se hallaría, antes del siglo XX, en la terrible persecución contra los cristianos desencadenada por Diocleciano». ¿No se encuentra en la Historia ningún otro paralelismo? –

 

Lamentablemente sí los hubo. Las matanzas masivas de sacerdotes y católicos durante la revolución mexicana o la persecución de cristianos de todas las confesiones durante el régimen soviético son claros precedentes de lo que realizaría el Frente Popular en España. – ¿Cuántos clérigos y laicos –por su condición de católicos– fueron asesinados en la Guerra Civil? – El número de sacerdotes y religiosos es cercano a los siete mil, es decir, muchos más fusilados en números absolutos (no digamos ya proporcionales), que los miembros de cualquier otro colectivo, ya formaran parte de un sindicato, de un partido o de la masonería. Por lo que se refiere al número de católicos, por el simple hecho de serlo, es más difícil de calcular, pero estaríamos hablando, sin ninguna duda, de una cifra muy superior. – ¿Es cierto que sólo en Madrid el número de asesinatos superó a los de la dictadura de Pinochet? – Sin ningún género de dudas. El número de asesinados por las checas de Madrid superó ampliamente los doce mil –ésos son los nombres incluidos en mi libro– y pudo incluso rebasar la cifra de quince mil. – ¿A qué se llamaba checa? – El nombre de checa derivaba de la «cheká» soviética, un organismo creado por Lenin para implantar el terror como instrumento de perpetuación de su dictadura. – ¿Cuántas hubo en Madrid? – Más de doscientas, entre las que se encontraban dos del PNV. – ¿Dos del PNV? – Sí, porque, aunque a usted le asombre, el PNV también tuvo parte en la represión. – Cuántas iglesias fueron incendiadas, destruidas o profanadas? – De nuevo la cifra debe evaluarse en varios millares, ya que en la zona controlada por el Frente Popular no hubo lugar de culto que no fuera objeto de ultrajes. – Los sacerdotes asesinados, ¿se distinguían por alguna actividad política? – En absoluto era gente que se dedicara a la política ni tampoco –como se ha dicho tantas veces– que fueran amigos de los poderosos. Lo que existía, como había señalado décadas atrás Pablo Iglesias, el fundador del PSOE, era una guerra ideológica declarada por las izquierdas que para ellas sólo podía acabar con la desaparición del cristianismo.

 

 

NI UNA SOLA APOSTASÍA

 

– ¿Un testimonio de especial ejemplaridad? – Sería injusto fijarse en uno solo. Basta recordar las palabras de aquel autor francés que, refiriéndose a los sacerdotes y religiosos asesinados por el Frente Popular dijo: «¡Siete mil asesinados y ni una sola apostasía!». Habría que añadir que fueron mayoría los que murieron perdonando a sus asesinos. – ¿Cuál ha sido el criterio para, desoyendo opiniones contrarias por razones de «oportunidad política», la Iglesia haya elevado a los altares a los mártires de la Guerra Civil? – El tema desborda mi labor como historiador, pero en mi opinión la razón resulta obvia: fueron mártires a los que se dio muerte no por razones políticas o sociales, sino porque se odiaba fanática y visceralmente a su ministerio religioso y su fe. – ¿Hubo por parte del Frente Popular un auténtico odio a la fe? – Sin ningún género de dudas. Fue anterior a la constitución del Frente Popular. Así quedó de manifiesto ya en mayo de 1931 con las primeras quemas de conventos; siguió con la redacción de una Constitución que colocaba fuera de la ley a las órdenes religiosas dedicadas a la docencia; estalló en las terribles matanzas del levantamiento socialista-nacionalista de octubre de 1934, y se amplió durante la Guerra Civil. No deja de ser significativo que el primer número de «El mono azul», la revista de Alberti, ya estuviera plagado de mofas, escarnios y blasfemias contra la fe. – De no producirse el 18 de julio, ¿era inexorable la implantación de una dictadura obediente a la URSS? – Me parece imposible negar esa posibilidad. Tal peligro ya fue señalado por el socialista Besteiro o por Casado. La documentación soviética que aparece en el libro muestra que Negrín había pactado con Stalin la desaparición del sistema parlamentario y la creación de una dictadura similar a las que se crearían en Europa después de 1945. – ¿Habríamos corrido la misma suerte también en el caso de que la guerra la hubiera ganado el Frente Popular? ¿Nuestra situación ahora sería como la de Bulgaria o Rumania? – Posiblemente más cerca de Albania y de la antigua Yugoslavia que la de los países mencionados. – Ganó Franco. ¿El llamado «nacionalcatolicismo» sirvió a la Iglesia o se sirvió de ella? –Tengo serias dudas de que existiera ese nacionalcatolicismo. Me parece un cliché interesadamente simplista acuñado para desprestigiar de una sola tacada al régimen nacido de la Guerra Civil y a la Iglesia católica y, aunque ha habido acercamientos interesantes, posiblemente está por escribir la historia definitiva de las relaciones entre la Iglesia católica y Franco. – Carrillo, ¿es responsable o no de los fusilamientos de Paracuellos del Jarama? – Así lo aseguraba Dimitrov, a la sazón factotum de la Komintern, en un documento que reproduzco en mi libro. Creo que no existe ningún investigador serio que haya estudiado las matanzas de Paracuellos que pueda eximir a Carrillo de la responsabilidad de los asesinatos. Sin embargo, al mismo tiempo, como también señalo en el libro, creo que la responsabilidad material y especialmente moral de aquel precedente de las matanzas perpetradas por los soviéticos en Katyn o por los nazis en Baby Yar no se reduce sólo a Santiago Carrillo. – ¿Cree usted que el rencor de unos y otros permanece todavía en la conciencia de los supervivientes y descendientes de los dos bandos enfrentados? ¿Quién perdona más fácilmente? – Creo –con los matices y las excepciones que se quiera– que en el bando vencedor se comenzó la tarea de olvidar el horror ya en los años cuarenta, y la prueba es la práctica ausencia de textos dedicados a recordar las atrocidades de los vencidos. Ese deseo de olvidar –y resulta inexplicable– no fue asumido por los derrotados hasta los años sesenta. Finalmente, el haraquiri de las instituciones de los vencedores durante la Transición, la instauración de una monarquía para todos y la mano tendida a una izquierda que tenía escaso peso popular antes de 1977, permitieron hacer tabla rasa del pasado. Quizá por eso resulta tan lamentable que en los últimos tiempos se haya llevado a cabo el intento de crear una visión «políticamente correcta» –y documentalmente falsa– de la Guerra Civil, que no sirve a la asunción del pasado y a la reconciliación, sino a intereses políticos y mediáticos sospechosos. No son los pueblos que falsean u olvidan la Historia los que la superan, sino los que la recuerdan tal como fue y la asumen aprendiendo las lecciones pertinentes. LA RAZÓN. 2003-07-09

 

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P: Si usted fuera juez y tuviera en sus manos toda la información sobre la guerra civil española (que no me cabe duda que posee), ¿a quién o a quiénes condenaría y a qué pena por ser culpables de la guerra civil española?

 

R: Yo asumo la tesis de la reconciliación nacional y no se me ocurriría ponerme a juzgar a nadie por crímenes pasados. Ahora bien, históricamente, los principales responsables del estallido de la guerra civil fueron los que derribaron la monarquía en abril de 1931 con cuatro veces menos votos que los monárquicos; los que pensaron en dar un golpe de estado en 1933 para evitar que las derechas asumieran el poder; los que se alzaron en octubre de 1934 contra el gobierno de centro-derecha; los que dieron el pucherazo en febrero de 1936; los que asesinaron a Calvo Sotelo y los que, finalmente, acabaron empujando a un alzamiento a la media España que se resistía a morir. César VIDAL. L.D. 2004-03-23.  ESP.

 

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Pío XI, PONT. MAX. (1922-1939) – Encíclica “Quas Primas”, 1925

“Príncipe de la paz” (Is 6,5)


   Si los hombres reconocieran la autoridad de Cristo en sus vidas privadas y en la vida pública, se extenderían indefectiblemente sobre la sociedad entera unos beneficios increíbles…una libertad justa, el orden y la tranquilidad, la concordia y la paz… Si los príncipes y los gobiernos legítimamente instituidos estuvieran persuadidos que gobiernan menos en su propio nombre que en nombre y en representación del Rey divino, es evidente que usarían de su autoridad con toda virtud y sabiduría posibles. En la creación y aplicación de las leyes atenderían con esmero al bien común y a la dignidad humana de sus súbditos…
       Así, los pueblos disfrutarían de la concordia y de la paz. Cuanto más se extiende un reino, más abraza la universalidad del género humano, más también,  -y esto es incontestable-, los hombres toman conciencia de lo que les une entre si. Esta conciencia prevendría y evitaría la mayoría de los conflictos. En todo caso, menguaría su violencia. Entonces ¿por qué, si el reino de Cristo que extiende a todos los hombres, como lo hace en efecto, desesperar de la paz que este Rey pacífico ha traído a la tierra?  Ha venido a “reconciliar todo consigo” (Col 1,20); “no ha venido para ser servido sino para servir” (Mt 20,28). Dueño de toda criatura (Ef 1,10) ha dado ejemplo de humildad y ha hecho de la humildad, junto al precepto del amor, su ley principal. El ha dicho: “Mi yugo es suave y mi carga ligera.” (Mt 11,30)

 

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Conviene esclarecer que «el Vaticano» en Roma, a la derecha del río Tíber y a cuyos pies está la tumba del apóstol San Pedro, siempre ha sido la referencia del Magisterio Petrino; pero no fue la primera o única residencia papal. Desde el siglo IV hasta el XIV lo fue Letrán*, que resultó destruida por el fuego en 1308, justo antes de la cautividad en Aviñón. Clemente V (1305-1314) (primero de los papas de Avignon.) nació en Villandraut (Francia). Elegido el 14.XI.1305, murió el 20.IV.1314. Se consagró en Lión; durante algún tiempo, sin saber dónde fijar su residencia, viajó por Francia, de un sitio a otro; se fue a vivir en un convento de la Orden dominica, a la que él mismo pertenecía; hasta que en la primavera de 1309, dejándose aconsejar por Felipe el Bello, fijó la residencia de la Santa Sede en Aviñón: duró 70 años. Proclamó el 15º Concilio Ecuménico, fundó la Universidad de Perusa; reconoce la universidad y el Colegio universitario de Orleans -Lyon, 27 de enero de 1306. Sabemos que el Aviñón de Clemente V, en aquel tiempo, pertenecía a la Santa Sede y no a Francia, pero, por su posición, se encontraba bajo el control indirecto de las fuerzas francesas. En 1337, tras su regreso a Roma, a pesar de las insidias, el papado fija su resi­dencia en el Vaticano.

* Basílica de San Juan de Letrán, «omnium Ecclesiarum Urbis et orbis Mater et caput», Madre y cabeza de todas las Iglesias de Roma y del mundo, y catedral del Obispo de Roma. Aquí, en el año 1300, el Papa Bonifacio VIII comenzó de forma solemne el primer Año santo de la historia. Aquí, en el jubileo del año 1423, el Papa Martín V abrió por primera vez la Puerta santa. Aquí se halla el corazón de la dimensión particular de la historia de la salvación vinculada a la gracia de los jubileos, y la memoria histórica de la Iglesia de Roma. Roma sabe bien que se trata de un servicio que tiene su raíz en el martirio de los apóstoles san Pedro y san Pablo, y que ha encontrado alimento siempre nuevo en el testimonio de los innumerables mártires, santos y santas, que han marcado la historia de esta Iglesia nuestra, recordando solemnemente a San Pedro, crucificado cabeza abajo, a San Pablo, decapitado; ambos en Roma. «O Roma felix!» «¡Oh, Roma feliz!».

 

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Los Mártires Colombianos Comunidad

San Juan de Dios – España

  

10 de Abril Los Mártires Colombianos de la Comunidad de San Juan de Dios. (año 1936).

Desde 1934 estalló en España una horrorosa persecución contra los católicos, por parte de los comunistas y masones y de la extrema izquierda. Por medio del fraude y de toda clase de trampas fueron quitándoles a los católicos todos los puestos públicos. 
En las elecciones, tuvo el partido católico medio millón de votos más que los de la extrema izquierda, pero al contabilizar tramposamente los votos, se les concedieron 152 curules menos a los católicos que a los izquierdistas. 

La persecución anticatólica se fue volviendo cada vez más feroz y terrorífica. En pocos meses de 1936 fueron destruidos en España más de mil templos católicos y gravemente averiados más de dos mil. 
Desde 1936 hasta 1939, los comunistas españoles asesinaron a 4,100 sacerdotes seculares; 2,300 religiosos; 283 religiosas y miles y miles de laicos. Todos por la sola razón de pertenecer a la Iglesia Católica.

Las comunidades que más mártires tuvieron fueron: Padres Claretianos: 270. Padres Franciscanos 226. Hermanos Maristas 176. Hermanos Cristianos 165. Padres Salesianos 100. Hermanos de San Juan de Dios 98.
En 1936 los católicos se levantaron en revolución al mando del General Francisco Franco y después de tres años de terribilísima guerra lograron echar del gobierno a los comunistas y anarquistas anticatólicos, pero estos antes de abandonar las armas y dejar el poder cometieron la más espantosa serie de asesinatos y crueldades que registra la historia. Y unas de sus víctimas fueron los siete jóvenes colombianos, hermanos de la Comunidad de San Juan de Dios, que estaban estudiando y trabajando en España.

Eran de origen campesino o de pueblos religiosos y piadosos. Muchachos que se habían propuesto desgastar su vida en favor de los que padecían enfermedades mentales, en la comunidad que San Juan de Dios fundó para atender a los enfermos más abandonados. La Comunidad los había enviado a España a perfeccionarse en el arte de la enfermería y ellos deseaban emplear el resto de su vida en ayudar de la mejor manera posible a que los enfermos recobraran su salud mental y física y sobre todo su salud espiritual por medio de la conversión y del progreso en virtud y santidad.
Sus nombres eran: Juan Bautista Velásquez, de Jardín (Antioquía) 27 años. Esteban Maya, de Pácora Caldas, 29 años. Melquiades Ramírez de Sonsón (Antioquía) 27 años. Eugenio Ramírez, de La Ceja (Antioquía) 23 años. Rubén de Jesús López, de Concepción (Antioquía) 28 años. Arturo Ayala, de Paipa (Boyacá) 27 años y Gaspar Páez Perdomo de Tello (Huila) 23 años.

Hacía pocos años que habían entrado en la Congregación y en España sólo llevaban dos años de permanencia. Hombre totalmente pacíficos que no buscaban sino hacer el bien a los más necesitados. No había ninguna causa para poderlos perseguir y matar, excepto el que eran seguidores de Cristo y de su Santa Religión. Y por esta causa los mataron.
Estos religiosos atenían una casa para enfermos mentales en Ciempozuelos cerca de Madrid, y de pronto llegaron unos enviados del gobierno comunista español (dirigido por los bolcheviques desde Moscú) y les ordenaron abandonar aquel plantel y dejarlo en manos de unos empleados marxistas que no sabían nada de medicina ni de dirección de hospitales pero que eran unas fieras en anticleralismo. 

A los siete religiosos se los llevaron prisioneros a Madrid.
Cuando al embajador colombiano le contaron la noticia, pidió al gobierno que a estos compatriotas suyos por ser extranjeros los dejaran salir en paz del país, y les envió unos pasaportes y unos brazaletes tricolores para que los dejaran salir libremente. Y el Padre Capellán de las Hermanas Clarisas de Madrid les consiguió el dinero para que pagaran el transporte hacia Colombia, y así los envió en un tren a Barcelona avisándole al cónsul colombiano de esa ciudad que saliera a recibirlos. Pero en el tiquete de cada uno los guardas les pusieron una señal especial para que los apresaran.
El Dr. Ignacio Ortiz Lozano, Cónsul colombiano en Barcelona describió así en 1937 al periódico El Pueblo de San 
Sebastián cómo fueron aquellas jornadas trágicas: «Este horrible suceso es el recuerdo más doloroso de mi vida. Aquellos siete religiosos no se dedicaban sino al servicio de caridad con los más necesitados. Estaban a 30 kilómetros de Madrid, en Ciempozuelos, cuidando locos. El día 7 de agosto de 1936 me llamó el embajador en Madrid (Dr. Uribe Echeverry) para contarme que viajaban con un pasaporte suyo en un tren y para rogarme que fuera a la estación a recibirlos y que los tratara de la mejor manera posible. Yo tenía ya hasta 60 refugiados católicos en mi consulado, pero estaba resuelto a ayudarles todo lo mejor que fuera posible.

Fui varias veces a la estación del tren pero nadie me daba razón de su llegada. Al fin un hombre me dijo: «¿Usted es el cónsul de Colombia? Pues en la cárcel hay siete paisanos suyos».
Me dirigí a la cárcel pero me dijeron que no podía verlos si no llevaba una recomendación de la FAI (Federación Anarquista Española). Me fui a conseguirla, pero luego me dijeron que no los podían soltar porque llevaban pasaportes falsos. Les dije que el embajador colombiano en persona les había dado los pasaportes. Luego añadieron que no podían ponerlos en libertad porque la cédula de alguno de ellos estaba muy borrosa (Excusas todas al cual más de injustas y mentirosas, para poder ejecutar su crimen. La única causa para matarlos era que pertenecían a la religión católica). Cada vez me decían «venga mañana». 

Al fin una mañana me dijeron: «Fueron llevados al Hospital Clínico». Comprendí entonces que los habían asesinado. Fue el 9 de agosto de 1936.
Aterrado, lleno de cólera y de dolor exigí entonces que me llevaran a la morgue o depósito de cadáveres, para identificar a mis compatriotas sacrificados.

En el sótano encontré más de 120 cadáveres, amontonados uno sobre otro en el estado más impresionante que se puede imaginar. Rostros trágicos. Manos crispadas. Vestidos deshechos. Era la macabra cosecha que los comunistas habían recogido ese día.
Me acerqué y con la ayuda de un empleado fui buscando a mis siete paisanos entre aquel montón de cadáveres. Es inimaginable lo horrible que es un oficio así. 

Pero con paciencia fui buscando papeles y documentos hasta que logré identificar cada uno de los siete muertos. No puedo decir la impresión de pavor e indignación que experimenté en presencia de este espectáculo. Los ojos estaban desorbitados. Los rostros sangrantes. Los cuerpos mutilados, desfigurados, impresionantes. Por un rato los contemplé en silencio y me puso a pensar hasta qué horrores de crueldad llega la fiera humana cuando pierde la fe y ataca a sus hermanos por el sólo hecho de que ellos pertenecen a la santa religión.
Redacté una carta de protesta y la envié a las autoridades civiles. Después el gobierno colombiano protestó también, pero tímidamente, por temor a disgustar aquel gobierno de extrema izquierda.
En aquellos primero días de agosto de 1936, Colombia y la Comunidad de San Juan de Dios perdieron para esta tierra a siete hermanos, pero todos los ganamos como intercesores en el cielo. En cada uno de ellos cumplió Jesús y seguirá cumpliendo, aquella promesa tan famosa: «Si alguno se declara a mi favor ante la gente de esta tierra, yo me declararé a su favor ante los ángeles del cielo».
Estos son los primeros siete beatos colombianos. Los beatificó el Papa Juan Pablo II en 1992. Y ojalá sean ellos los primeros de una larguísima e interminable serie de amigos de Cristo que lo aclamen con su vida, sus palabras y sus buenas obras en este mundo y vayan a hacerle compañía para siempre en el cielo.

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Sábado Santo

Himno

Venid al huerto, perfumes,
Enjugad la blanca sábana:
En el tálamo nupcial
El Rey descansa.

Muertos de negros sepulcro,
Venid a la tumba santa:
La Vida espera dormida,
La Iglesia aguarda.

Llegad al jardín, creyentes,
Tened en silencio el alma:
Ya empiezan a ver los justos
La noche clara.

Oh dolientes la tierra,
Verted aquí vuestras lágrimas:
En la gloria de éste cuerpo
Serán bañadas.

Salve, cuerpo cobijado
Bajo las divinas alas;
Salve, casa del Espíritu,
Nuestra morada. Amén 

Oración – . Dios todopoderoso, cuyo Unigénito descendió al lugar de los muertos y salió victorioso del sepulcro, te pedimos que conceda a todos tus fieles, sepultados con Cristo por el bautismo, resucitar también con él a la vida eterna. 
Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.-

 

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Mártires de la Iglesia

  

Publicamos la intervención del profesor Alfonso Carrasco Rouco, catedrático de la Facultad de Teología San Dámaso, de Madrid, en la videconferencia mundial sobre El martirio y los nuevos mártires, que organizó recientemente la Congregación para el Clero

  

La historia precedente a la guerra civil española, particularmente los hechos sucedidos durante la revolución de 1934, junto con el inicio de una destrucción sistemática de la Iglesia, en sus personas y en las formas de su presencia pública –desde el patrimonio artístico hasta sus obras caritativas o sociales–, desde los primeros días de la guerra civil, ha permitido llegar a la conclusión de la existencia entonces de programas políticos destinados a conseguir la desaparición de la Iglesia de la nueva sociedad española.
El primer año de la guerra, comenzada en julio de 1936, se convirtió así en un período de persecución absolutamente extraordinaria, en que se buscó la muerte de aquellas personas que eran el sostén de la Iglesia, y, por lo tanto, en primer lugar, del clero; pero murieron también muchos religiosos y fieles laicos, particularmente aquellos que se habían significado en movimientos o actuaciones apostólicas católicas. Ello sucedió en un ambiente cargado de odio y propaganda, pero muchas veces pudo percibirse la frialdad de la decisión de matar a alguien sólo por ser cura, y más si era apreciado y querido por el pueblo.


Las cifras globales de los muertos por el odium fidei en la guerra civil española no se conocen con exactitud, debido sobre todo a la dificultad del caso de muchos fieles laicos. La existencia de muertos por causas de otro género, políticas o personales, dificulta también llegar a una precisión plena. Es posible, en cambio, conocer las cifras referentes al clero y a los religiosos: al menos 4.184 asesinados del clero secular –incluidos seminaristas–, 12 obispos y un Administrador Apostólico, 2.365 religiosos y 283 religiosas. Así, por ejemplo, en la diócesis de Barbastro, de 140 sacerdotes quedaron 17; en Madrid murió el 30% del clero; en Toledo, el 48%. En Valencia se destruyeron, total o parcialmente, 2.300 templos; en Barcelona quedaron dañados todos menos diez, etc.

 

Los procesos para el reconocimiento oficial de estos mártires de la Iglesia en España siguen su curso. Su presencia y testimonio, sin embargo, ha fundamentado el renacer de la Iglesia tras la guerra y acercado a la sociedad española la gracia de la reconciliación. Pues su testimonio se inscribe muy nítidamente en el drama entonces vivido en España. Muchos sufrieron y murieron dedicando sus últimas palabras a Cristo Rey, único verdadero Señor, en contraposición con las pretensiones de ideologías y poderes políticos totalitarios, presentes entonces en Europa y que, en España, en formas comunistas o anarquistas, pretendieron someter sus conciencias y hacerles blasfemar de Dios y negar a Jesucristo. Otros dedicaron sus últimas palabras precisamente a la misericordia y al perdón, en imitación del ejemplo dado por Cristo en la Cruz, y seguido ya por el primer mártir, san Esteban. Muchos testimoniaron hasta el final su amor a la propia vocación y a la Iglesia, no queriendo abandonar su misión, permaneciendo al lado de sus hermanos en el peligro, despidiéndose de ellos con fe y esperanza firmísima de encontrarse de nuevo en la vida verdadera de los cielos. 
En todo ello, dieron de muchos modos el testimonio mayor de amor al Señor, poniendo de manifiesto la grandeza de su gracia, que triunfaba en su humana debilidad, así como la hondura de las raíces de su fe, que pudo florecer así en la persecución y cuya fortaleza confortó y sostuvo la fe de muchos otros. Y dieron un testimonio decisivo de amor a los hermanos, a los amigos y a los enemigos. De este modo, su martirio se convirtió en una luz extraordinariamente necesaria para que la Iglesia –y, con ella, la sociedad española– encontrara, en medio de tan gran oscuridad, el camino de la reconciliación y de la paz. 
Esta multitud de mártires constituye hasta el día de hoy para la Iglesia en España motivo de grandísima alegría y de agradecimiento al Señor, que salva a los sencillos y a los humildes, enalteciéndolos de modo admirable; que levanta al desvalido, vejado, dolorido y muerto, a la gloria más grande, uniéndolo a Él mismo, la piedra que desecharon los constructores y es ahora la piedra angular, en la edificación de la verdadera ciudad de los hombres, la Jerusalén que viene de arriba, lugar de libertad y de vida victoriosa sobre la muerte.
Alfonso Carrasco Rouco 2004-09-12

 

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Todos los hombres deben estar inmunes de coacción, tanto por parte de personas particulares como de grupos sociales y de cualquier potestad humana, y ello de tal manera, que en materia religiosa ni se obligue a nadie a obrar contra su conciencia ni se le impida que actúe conforme a ella en privado y en público, solo o asociado con otros, dentro de los límites debidos. El derecho a la libertad religiosa se funda realmente en la dignidad misma de la persona humana, tal como se la conoce por la palabra revelada de Dios y por la misma razón. Este derecho de la persona humana a la libertad religiosa debe ser reconocido en el ordenamiento jurídico de la sociedad, de forma que se convierta en un derecho civil. Por razón de su dignidad, todos los hombres, por ser personas, es decir, dotados de razón y de voluntad libre y, por tanto, enaltecidos con una responsabilidad personal, son impulsados por su propia naturaleza a buscar la verdad y, además tienen la obligación moral de buscarla, sobre todo la que se refiere a la religión. Están obligados, asimismo, a adherirse a la verdad conocida y a ordenar toda su vida según las exigencias de la verdad. Pero los hombres no pueden satisfacer esta obligación de forma adecuada a su propia naturaleza si no gozan de libertad psicológica al mismo tiempo que de inmunidad de coacción externa. Por consiguiente, el derecho a la libertad religiosa no se funda en la disposición objetiva de la persona, sino en su misma naturaleza.
Declaración Dignitatis humanae, 2 – VATICANO II

 

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«Dios te salve, María, 
Señora del Almendro,
almendro sin par, sin varón, sin azada.
Llena eres de gracia 
y de pájaros de cien colores.
El Señor es contigo y te da sombra.
Bendita tú entre todos los árboles,
más alta que el ciprés, más fecunda
que la higuera,
más incorruptible que el cedro.
Y bendito es el fruto de tu rama, Jesús.
Santa María, madre de Dios,
ruega por nosotros, pecadores,
ahora y en la hora de nuestra cosecha. 
Amén».

 

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San Agustín (353-430) obispo de Hipona, doctor de la Iglesia Católica – Homilía segunda para la Noche Santa; PL 2, 549-552; Sermón Morin guelferbytanus 5

 

La noche que nos libera del sueño de la muerte – Hermanos, vigilemos porque esta noche Cristo ha permanecido en el sepulcro. En esta noche aconteció la resurrección de su carne. En la cruz fue objeto de burlas y mofas. Hoy, los cielos y la tierra la adoran. Esta noche ya forma parte de nuestro domingo. Era necesario que Cristo resucitase durante la noche porque su resurrección ha iluminado las tinieblas…Así como nuestra fe en la resurrección de Cristo ahuyenta todo sueño, así, esta noche iluminada por nuestra vigilia se llena de luz. Nos hace estar vigilantes con la Iglesia extendida por toda la tierra, para no ser sorprendidos en la noche. (cf Mc 13,33).
En muchos pueblos reunidos en nombre de Cristo por esta fiesta tan solemne en todas partes, el sol ya se ha puesto—pero el día no declina. Las claridades del cielo han dejado lugar a las claridades de la tierra…Aquel que nos dio la gloria de su nombre (Sal 28,2) ha iluminado también esta noche. Aquel a quien decimos “tú iluminas nuestras tinieblas”(Sal 18,19) extiende su claridad en nuestra corazones. Así como nuestros ojos contemplan, deslumbrados, la luz de estas antorchas brillantes, así nuestro espíritu iluminado nos hace contemplar la luz de esta noche—- esta santa noche donde el Señor ha comenzado en su propia carne la vida que no conoce ni sueño ni muerte!

  

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P: En el golpe de estado del 34, ¿es cierto que una parte importante de la insurrección asturiana fue espontánea de la misma población?


R: No. Nada fue espontáneo en el 34. Todo fue cuidadosamente preparado por el PSOE. Léase el primer libro de la trilogía de Moa, «Los orígenes de la guerra civil». Es irrefutable.

2003-04-25 LIBERTAD DIGITAL.

 

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¿Quién ganó las elecciones de abril de 1931?

 

Por César Vidal

Aunque la propaganda republicana presentaría posteriormente las elecciones municipales de abril de 1931 como un plebiscito popular en pro de la República, no existió jamás ningún tipo de razones para interpretarlas de esa manera. En ningún caso su convocatoria tuvo carácter de referéndum ni —mucho menos— se trató de unas elecciones a Cortes constituyentes.

 

De hecho, la primera fase de las elecciones municipales celebrada el 5 de abril se cerró con los resultados esperados, es decir, salieron elegidos 14.018 concejales monárquicos y tan sólo 1.832 republicanos. Con ese resultado electoral, en el que las candidaturas monárquicas fueron votadas siete veces más que las republicanas, no puede extrañar que tan sólo pasaran a control republicano un pueblo de Granada y otro de Valencia. Como era lógico esperar, en aquel momento, nadie hizo referencia a un plebiscito popular y menos que nadie los republicanos, que habían sido literalmente aplastados por el veredicto de las urnas.

 

El 12 de abril de 1931 se celebró la segunda fase de las elecciones. De nuevo, los resultados fueron muy desfavorables para las candidaturas republicanas. De hecho, frente a 5.775 concejales republicanos, los monárquicos obtuvieron 22.150, es decir, el voto monárquico prácticamente fue el cuádruplo del republicano. Desde cualquier lógica democrática, los republicanos deberían haber reconocido su clara derrota y prepararse para las futuras elecciones a Cortes en las que, dicho sea de paso, no podía esperarse que obtuvieran grandes resultados. Sin embargo, lo que sucedió fue totalmente distinto. A pesar de los clarísimos datos electorales, los políticos monárquicos, los miembros del gobierno (salvo dos), los consejeros de palacio y los dos mandos militares decisivos —Berenguer y Sanjurjo— consideraron que el resultado era un plebiscito y que además implicaba un apoyo extraordinario para la república y un desastre para la monarquía. 

El hecho de que la victoria republicana hubiera sido urbana —como en Madrid donde el concejal del PSOE Saborit hizo votar por su partido a millares de difuntos— pudo contribuir a esa sensación de derrota pero no influyó menos en el resultado final la creencia de que los republicanos podían dominar la calle y arrastrar al país a una cruenta revolución. Semejante apreciación no se correspondía con la realidad dada la muy limitada fuerza republicana pero tuvo un peso decisivo sobre el desarrollo de los acontecimientos sobre los que pesaba, de manera muy consciente, la sombra de lo que había sucedido en Rusia tan sólo catorce años antes.

 

Durante la noche del 12 al 13 de abril, el general Sanjurjo, a la sazón al mando de la Guardia Civil, dejó de manifiesto por telégrafo que no contendría un levantamiento contra la monarquía. Aquella afirmación constituía una gravísima dejación de los deberes encomendados pero quizá más grave fue el hecho de que los dirigentes republicanos supieran inmediatamente lo que pensaba hacer el general gracias a los empleados de correos adictos a su causa. Batidos incuestionablemente en el terreno electoral, los republicanos eran conscientes de que se enfrentaban con un sistema que se negaba a defender las propias instituciones encargadas legalmente de esa tarea. Ese conocimiento de la debilidad de las instituciones constitucionales explica sobradamente la reacción republicana cuando Romanones y Gabriel Maura —con el expreso consentimiento del rey— ofrecieron al comité revolucionario unas elecciones a cortes constituyentes. 

A esas alturas, sus componentes habían captado el miedo del adversario y no sólo rechazaron la propuesta sino que exigieron la marcha del rey antes de la puesta del sol del catorce de abril sabedores de que si la monarquía se reponía de aquel espejismo nunca se proclamaría una república cuyos candidatos habían sido derrotados clamorosamente en las elecciones celebradas unas horas antes. Para caldear el ambiente, los dirigentes republicanos convocaron manifestaciones que presentaron a los políticos monárquicos como espontáneas e incontrolables y cuya finalidad era aterrorizar a cualquiera que pretendiera hacerles frente.

 

Por añadidura, Alfonso XIII no manifestó voluntad de resistir, sumido como estaba en la depresión más profunda a causa de la muerte de su madre unos meses antes y viendo cómo su esposa se hallaba lógicamente aterrada ante la posibilidad de acabar como la familia imperial rusa —parientes suyos, por otro lado—, fusilada por un pelotón revolucionario. Al fin y a la postre, los políticos constitucionalistas se rindieron ante los republicanos y con ellos el monarca, que no deseaba bajo ningún pretexto el estallido de una guerra civil. De esa manera, el sistema constitucional desaparecía de una manera más que dudosamente legítima y se proclamaba la Segunda república. 

Aunque la proclamación de la Segunda república estuvo rodeada de un considerable entusiasmo de una parte de la población, lo cierto es que, observada la situación objetivamente y con la distancia que proporciona el tiempo, no se podía derrochar optimismo. Los vencedores de la revolución se iban a sentir hiperlegitimados para tomar decisiones futuras que pasaran por encima del resultado de las urnas y no dudarían en reclamar el apoyo de la calle cuando el sufragio les fuera hostil. Semejante comportamiento tenía una lógica innegable porque, a fin de cuentas, ¿no había sido en contra de la aplastante mayoría de los electores como habían alcanzado el poder? A ese punto de arranque iba a unirse que, globalmente considerados, los vencedores de la revolución estaban constituidos por un pequeño y fragmentado número de republicanos que procedían en su mayoría de las filas monárquicas; dos grandes fuerzas obreristas —socialistas y anarquistas— que contemplaban la república como una fase hacia la utopía que debía ser surcada a la mayor velocidad; los nacionalistas —especialmente catalanes— que ansiaban descuartizar la unidad de la nación y que se apresuraron a proclamar el mismo 14 de abril la República catalana y el Estado catalán y una serie de pequeños grupos radicales de izquierdas que acabarían teniendo un protagonismo notable como era el caso del partido comunista.

 

En su práctica totalidad, su punto de vista era utópico, bien identificaran esa utopía con la república implantada, con la consumación revolucionaria posterior o con la independencia; en su práctica totalidad, carecían de preparación política y, sobre todo económica, para enfrentarse con los retos que tenía ante sí la nación y, por añadidura, adolecían de un virulento sectarismo político y social que no sólo excluía de la vida pública a considerables sectores de la población española sino que también plantearía irreconciliables diferencias entre ellos. Así, la república iba a nacer de una absoluta falta de legitimidad democrática y, por añadidura, estaría inficionada desde su nacimiento con una serie de males que acabarían determinando su fracaso y, finalmente, el estallido de una cruenta guerra civil.

No puede sorprender a nadie semejante resultado, ya que aquellas elecciones municipales de abril de 1931 los republicanos no las habían ganado sino que, por el contrario, las habían perdido estrepitosamente. 2004-03-27.L.D.ESP.

 

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Pedro Corral rescata del olvido uno de los más trágicos episodios de la guerra civil

 

MADRID. Más de quince años llevaba Pedro Corral olfateando en los viejos escenarios de la guerra civil como buscador de herrumbrosos tesoros bélicos: balas, cascos, correajes, obuses y granadas entre trincheras y búnkeres abandonados en el valle del Jarama, las ruinas de Belchite, el Hayedo de Montejo o los riscos de la Sierra de Guadarrama, hasta que por fin ha encontrado una historia que no era sólo de vencedores o sólo de vencidos, sino de hombres doblemente abatidos por los vencedores y los vencidos. «Se trata de un episodio oculto de nuestra guerra civil que tiene como protagonista a la 84 Brigada Mixta del Ejército Popular de la República, integrada por combatientes que se habían alistado en las milicias nada más estallar la guerra. Esa brigada tuvo su hora culminante en la toma de Teruel. A ella rindió la plaza el coronel Rey D´Harcourt, que la había defendido honrosamente y a quien luego los nacionalistas abrirían proceso por haberla entregado. El general Rojo, jefe del Estado Mayor, celebró no sólo el arrojo de aquellos soldados, sino también el trato humanitario y ejemplar que dieron a los sitiados en la derrota… Pues bien, después de haber logrado la única victoria militar de la República, tan sólo unos días después de aquella gesta coronada en uno de los inviernos más crueles que se recuerdan, resulta que 3 de sus sargentos, 12 de sus cabos, 30 soldados y un tambor fueron ejecutados sumariamente. Yo tuve noticia de esos fusilamientos -perpetrados cerca de Rubielos, seguramente en el bosque de Piedras Gordas- por una breve reseña que cayó en mis manos, y luego fui atando cabos, hasta que caí en la cuenta. Eran los héroes de Teruel que habían transitado de la gloria al paredón en 12 días. Ningún libro sobre la guerra civil daba cuenta de este episodio».

Una tragedia clásica, como Medea

A Pedro Corral le subyugó desde el primer momento esta historia porque «era, en primer lugar, un drama humano. Una tragedia clásica. Resulta que quien ordenó la matanza, el teniente coronel Andrés Nieto Carmona, que había sido un excelente alcalde socialista de Mérida, hizo representar allí por la Xirgú la «Medea» de Eurípides, función a la que asistieron Azaña y Unamuno, entre otras personalidades de la época. Como Medea, que entrega a sus hijos a la muerte, Nieto Carmona ejecuta a sus hombres cuando debía haberlos cuidado. Por ello, pongo en el frontispicio del libro una cita de esa tragedia: «La justicia no reside en los ojos de los mortales»».

Castigados por los dos bandos

«En segundo lugar -continúa el autor-, porque quienes sobrevivieron luego habrían de sufrir nuevamente castigo en la posguerra, esto es: fueron derrotados por los vencedores y por los vencidos. En tercer lugar, porque fue una historia oculta. La República silenció lo ocurrido porque el hecho podía haber provocado una desbandada en sus filas. Resulta que a aquellos soldados se les había prometido compensarles con un permiso para que pudieran volver a sus casas, pues servían en filas desde el comienzo de la guerra y el asedio de Teruel los había extenuado. Pero ese permiso fue revocado a los 3 días y 600 hombres se insubordinaron. Nieto Carmona, que días atrás estuvo amenazado de juicio por haber retirado a las fuerzas de Teruel, quizá sintió miedo por sí mismo, huyó hacia adeante y los engañó. Los guardias de asalto llevaron a 46 de ellos al bosque, cuando ellos creían que sólo iban a declarar. Algunos, muy pocos, huyeron, y testimonian en el libro. Y al parcerer, Rojo evitó una matanza mayor, pues se dice que Nieto quería fusilarlos a todos. Poco después, el mismísimo Lister se negó a cumplir una orden semejante y no le ocurió nada ni a él ni a sus hombres. En fin, el franquismo también ocultó lo sucedido, porque la derrota de Teruel era vergonzante, fue la única batalla perdida, la única capital rendida al enemigo».

Crónica y fotos de Robert Capa

«En cuarto lugar, porque la gesta de Teruel es una historia literaria que relataron y retrataron testigos de excepción como el fotógrafo Robert Capa (que no sólo dispara su cámara sino que escribe la única crónica a él debida de la guerra civil), Ernest Hemingway, Max Aub o el periodista Herbert L. Mathews. Esos relatos, siempre bajo una extraña mordaza trágica, o no adjudican el protagonismo a la 84 Brigada Mixta o se lo atribuyen a otras unidades… Y en quinto lugar, porque es una historia íntima, guardada entre las cuatro paredes que encerraron a España después de la tragedia. Una historia que recuerdan aún hoy entre sollozos quienes sobrevivieron a ella y los familiares de quienes sucumbieron. Así, entre los soldados testimonian en el libro Domingo Cebrián Castelló, Eugenio Cebrián Navarro, Avelino Codes, Blas Alquézar o Bernardo Aguilar. Lo más terrible, es que aquel trágico día, alguien oyó disparos junto al bosque de Piedras Gordas, pero también vivas a la República: «Quienes eso gritaban, eran mis compañeros. No lo podía creer»». 
2004-04-01 – ABC. ESP.

 

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Un estudio saca a la luz los fusilamientos de la 84ª Brigada tras la toma de Teruel

 

El periodista Pedro Corral ha trazado en «Si me quieres escribir» (Debate) un extraordinario «reportaje literario» ¬que es cómo lo ha descrito¬ sobre uno de los capítulos más denigrantes de la Guerra Civil y, además, oculto hasta ahora: la gloria y castigo de la 84ª Brigada Mixta de la 40ª División del Ejército Popular, la primera en entrar en Teruel, 46 de cuyos miembros fueron fusilados doce días después por insubordinación y traición.

 

Juan Carlos Rodríguez
Madrid- De todas las historias dramáticas, trágicas y brutales de la Guerra Civil, quizá sea el fin de la 84ª Brigada Mixta de la 40ª división del Ejército Popular la más siniestra y funesta de todas. En doce días pasó de la gloria al infierno, de héroes en Teruel a traidores ametrallados por sus propios compañeros. El silencio hizo además mucho más cruel el destino: el de los 46 fusilados y el de los 80 que sobrevivieron, entre los que huyeron a campo traviesa y los que penaron, primero, en el Monasterio de Rubielos de Mora reconvertido en presidio y, después, en las cárceles franquistas por rojos. Silencio porque el destino maldito de la 84ª Brigada Mixta del Ejército Popular ¬la que primero entró en la Teruel franquista, la única capital de provincia que conquistó el Ejército Republicano¬ ha permanecido oculto hasta que el periodista Pedro Corral lo ha destapado tras de un año de investigación en «Si me quieres escribir» (Debate).
   
   Doblemente derrotados. «Fueron derrotados dos veces. Por su propio Ejército y por los franquistas», explicó ayer Corral, que ha entrevistado a algunos supervivientes: Bernardo Aguilar Vicente, Blas Alquézar Aranda, Avelino Codes Soriano, Eugenio Cebrián Navarro y Domingo Cebrián Castelló, además de a familiares de otros. Pero la peor de las derrotas fue la del estigma: durante décadas ¬hoy se cumple el 65 aniversario del fin de la guerra¬ los que murieron ejecutados el 20 de enero de 1938 y los que sobrevivieron soportaron una enorme losa: la que les sepultaba con desprecio como «cobardes» y «traidores», cuando, como explica Corral, «fueron sin lugar a dudas héroes». Héroes ametrallados y denigrados por la ambición de un sólo hombre, según describe Pedro Corral en su investigación: Andrés Nieto Carmona, coronel jefe de la 40ª División y alcalde de Mérida durante la II República. «Fue un escarmiento inútil y absurdo», explicó Corral. Nieto Carmona quiso incluso fusilar a los miembros del primer y segundo batallón de la 84ª División. «El delito, según Nieto Carmona, fue la insubordinación y la rebeldía al Gobierno porque tras obtener Teruel después de una de las batallas urbanas, calle por calle, casa por casa, más duras de toda la Guerra Civil, se les concedió, exhaustos por la larga batalla, un descanso de una semana en la retarguardia. Pero a los tres días se le reclama que vuelvan al frente, a lo que se niegan porque no podían más después de 30 días de combate con nieve y mucho frío». Nieto Carmona actuó por «propia conveniencia» porque, pocos días antes, el general Rojo le había reprochado que dejara desguarnecido Teruel. «Fue también el principio del fin de las Milicias Populares ¬explicó Corral¬, el punto de inflexión en el que el Ejército Popular da paso al Ejército de la República, un monstruo creado para combatir a otro monstruo». 2
004-04-01 – L.R. ESP.

 

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El mal espíritu de La Rábida

 

Por Pío Moa

Con ocasión de un debate sobre la guerra civil, en Oviedo, el decano de la facultad de Historia de esa ciudad hizo notar que si la gente se había dedicado a matar curas y quemar iglesias no lo había hecho porque sí, por una especie de enajenación, pues había razones que lo explicaban. Claro, él no estaba de acuerdo con tales métodos, pero debía reconocerse que se trataba de una Iglesia retrógrada, golpista etcétera.

 

Respondí que en esto de buscar razones para tales crímenes podríamos remitirnos a los nazis. Seguramente ellos tenían sus razones para masacrar a los judíos, y de razón en razón llegamos fácilmente a la justificación. Como sucede a menudo en los debates orales, no llegué a redondear el argumento, pero podría ser éste: los nazis achacaban todos los males de Alemania a los judíos, y por lo tanto neutralizar, expulsar e incluso exterminar a éstos salvaría a la nación. De modo similar, las izquierdas culpaban a la Iglesia de los atrasos y miserias de la sociedad española, por lo cual esto sería Jauja en cuanto la culpable fuera eliminada.  

La propaganda izquierdista, también cuando quiere pasar por historiografía seria, presenta el anticlericalismo o anticatolicismo como un sentimiento «popular» natural y espontáneo, pero obviamente no es así. En realidad ese sentimiento ha nacido de una pertinaz propaganda que se remonta a la invasión napoleónica. Esa propaganda, en aumento a lo largo del siglo XIX, dio lugar a numerosas violencias, y calaba sobre todo en medios sociales desarraigados, próximos al lumpen, a quienes la izquierda ha solido identificar con «el pueblo», ni más ni menos. Pero los propagandistas no eran hombres incultos y hartos de soportar miserias, sino de posición media, a veces alta, y cierto nivel cultural. Desde luego, la Iglesia dista de la perfección y ofrece muchos blancos a la crítica, pero el nivel de la propaganda contraria ha sido siempre bajísimo, soez y sin el menor escrúpulo en recurrir al embuste más grosero. Más que un retrato de la Iglesia, los panfletarios ofrecen un retrato, y nada tranquilizador, de sí mismos.  

Empecé a comprender el carácter de esos discursos hace ya muchos años, visitando el monasterio de La Rábida. En aquel hermoso y sencillo edificio, en un sugestivo paisaje, se gestó el descubrimiento de América, uno de los sucesos más trascendentales de la historia humana. Sólo por eso cualquier persona con un mínimo de sensibilidad cultural debiera considerarlo casi un lugar sagrado. Pues bien, los «progresistas» del siglo XIX tuvieron la idea, muy propia, de destruirlo y dejar allí simplemente un monolito. Si no se consumó la brutal fechoría fue simplemente porque una autoridad local se atrevió a desobedecer la orden del ministerio. 

La agitación anticatólica dio lugar a intermitentes explosiones de sangre y fuego, para culminar en la II República, como casi nadie ignora. Si hubiéramos de creer dicha propaganda, la Iglesia no habría aportado a la historia de España otra cosa que las hogueras de la Inquisición, la superstición y el odio a la cultura. Y para demostrarlo, sus autores se dedicaron a incendiar bibliotecas, algunas de las mejores del país, magníficas obras de arte y edificios religiosos, centros de formación profesional, escuelas y laboratorios, en una especie de «bautismo de fuego» de la nueva y progresista sociedad. A continuación disolvieron a los jesuitas, que concedían gran atención a la enseñanza y tenían, por ejemplo, el único centro superior de estudios económicos, cerrado por unos políticos amantes de la cultura que, según es generalmente reconocido, apenas entendían de economía, ni les preocupaba. Prohibieron también la enseñanza a las órdenes religiosas, causando graves perjuicios a muchos miles de familias y violentando las libertades de conciencia, asociación y expresión. Y a pesar de que gente como Largo Caballero había salido del analfabetismo gracias a las escuelas de los curas. 

Pero todo eso fue sólo un ligero aperitivo de lo que ocurriría en la guerra civil, cuando los asesinatos, las destrucciones y saqueos se incrementaron hasta el frenesí. Monasterios destrozados y robados, bibliotecas quemadas, cuadros, esculturas, todo un tesoro artístico y cultural invalorable sacrificado a la «nueva sociedad» sin religión, donde todos iban a ser felices. Tales crímenes los habría cometido «el pueblo», sigue asegurando la izquierda, justificándolos automáticamente (el pueblo siempre tiene razón), y difuminando su propia responsabilidad. Este fraude lógico e histórico está en la base de numerosas actitudes «progresistas» actuales, como la del profesor aludido al principio. Pues no fue el pueblo, ciertamente, el criminal, sino minorías fanatizadas por los partidos y el discurso de la izquierda.  

Si la sociedad española hubiera evolucionado sanamente a partir de los principios de convivencia aceptados en la transición, todas estas cosas las estudiaríamos como viejos episodios, lamentables pero sin mayor efecto. La Iglesia ha renunciado hace mucho a la pretensión de jugar un papel político directo como el de otras épocas, y el «progresismo» debiera haber reflexionado sobre sus propios ayeres. Por desgracia esto último no ha ocurrido, y últimamente se percibe una involución. La inquina, a la vez simplona, ramplona y furiosa, que muestran el PSOE y otras izquierdas a la Iglesia, el intento de secar las raíces cristianas de nuestra cultura –que también lo son de nuestra democracia–, de eliminar la enseñanza religiosa, utilizando para ello como ariete incluso la inmigración y la religión musulmanas, y en sus aspectos menos democráticos y más agresivos, demuestran que el espíritu que alentaba tras el intento de destrucción de La Rábida sigue vivo y activo. Y como eso sólo puede traer las peores consecuencias, conviene dar a conocer muy ampliamente, a toda la población, cuál ha sido la realidad histórica de este anticristianismo que se niega a examinar su pasado y entiende como justificación de sus desmanes las rectificaciones de la Iglesia. 2004-11-20 Esp. L.D.

 

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Albores republicanos de 1931

Tarancón de nuevo al paredón..

 

Por ANTONIO BURGOS

 

LÓPEZ Aguilar, ese ministro de Justicia que se está dejando el maxilar como otros se dejan la barba, le ha echado mojo picón canario al habitual ataque a la mayoría sociológica católica: «La Iglesia apadrinó la Guerra Civil como una cruzada». Supongo que del mismo modo que TVE se ha hartado de poner la foto de las Azores tras la matanza terrorista de Londres, ahora nos espera una buena cacimbocada de filmoteca con cuatro obispos brazo en alto. En la estética LOGSE y Memoria Histórica que se lleva, como nadie sabe nada y los que saben no se atreven a hablar, nadie rebatirá o matizará la frase, para que no lo llamen carca y asesino de García Lorca.

La Iglesia, cierto, tomó partido en la Guerra Civil. ¡Como para no tomarlo! Le quemaron iglesias y conventos desde los mismos albores republicanos de 1931; le asesinaron decenas de sacerdotes y obispos en lo que para media España fue una Revolución de Octubre en julio. Aquí que tanto se alardea de abuelos fusilados, diré que al de Isabel mi mujer lo asesinaron por el gravísimo delito de ir a la iglesia con su libro de misa. Quien lea el estudio del obispo Montero sobre las víctimas religiosas de la Guerra Civil podrá poner en cuarentena las palabras de López Aguilar. El tópico que uniforma a la Iglesia con la camisa azul y la guerrera caqui y se olvida intencionadamente del cardenal Vidal y Barraquer o de los curas vascos, leales al Gobierno de Madrid. (O del cardenal Segura recordando a Franco que usurpaba el Trono de Alfonso XIII).

La manipulación llega más cerca en el tiempo. Hasta sus beneficiarios silencian el papel de la Iglesia a favor de las libertades en los últimos lustros de la dictadura. Nos hemos olvidado del grito de los fachas: «Tarancón al paredón». Si la Iglesia apadrinó la Guerra Civil, ¿cómo entonces querían mandar a Tarancón al paredón? Muy sencillo: porque Tarancón representaba a la Iglesia que defendía la democracia frente a la dictadura. Todo lo cual ahora perversamente se borra de la socorrida Memoria Histórica. Desde el pontificado de Juan XXIII y siguiendo sus enseñanzas, la Iglesia apoyó abiertamente la democracia en España. Buena parte de la actual clase política salió de los movimientos sociales de la Iglesia. Felipe González es el paradigma. González es un alumno claretiano que en la HOAC descubre el humanismo cristiano que le lleva al socialismo. Nada digo de las Hermandades del Trabajo como germen de Comisiones Obreras. Ni de Montserrat o de los Capuchinos de Sarriá como santuarios de la lucha por las libertades autonómicas en Cataluña. O del Cura Javierre jugándosela por la libertad de expresión en el arzobispal «Correo de Andalucía». «Cuadernos para el diálogo» no estaba patrocinado por la Yemaá Islámica que yo sepa. El Papa Montini bien que levantaba su voz contra los fusilamientos de Franco. Las iglesias acogían reuniones de los sindicatos clandestinos, de los perseguidos partidos. Si mal no recuerdo, a los dirigentes sindicales del histórico Proceso 1001 los detuvieron precisamente acogidos a fuero de sagrado.

Evoco ahora el estado de excepción de 1969. La Brigada Social está deteniendo a media Sevilla: estudiantes, PCE, Comisiones, PTE. Están dando mucha leña. A cuatro gatos liberales fichados como rojos peligrosísimos se nos ocurre visitar al cardenal Bueno Monreal para pedirle que medie con el ministro de Gobernación. Encabeza el grupo el profesor don Ramón Carande. El cardenal nos promete gestiones. Las hace. Empiezan a poner comunistas en la calle y dejan de dar leña en los interrogatorios. Pregunto: ¿dónde estaban en 1969, cuando la Iglesia daba la cara por la libertad, todos estos que ahora sacan el fantasma de los obispos brazo en alto y de hecho mandan nuevamente a Tarancón al paredón? 2005-07-13

 

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Recomendamos vivamente:  Historia de la Persecución Religiosa en España (1936-39) de Antonio Montero –Editorial ‘BAC’ excelente libro histórico y testimonial.

 

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Las siete hermanas mártires – Verano 1936, ESPAÑA


Sor Gabriela; Sor Teresa María; Sor Josefa María; Sor Ángela; Sor Inés; Sor Engracia; Sor Cecilia (Monjas de la Visitación de Santa María [fundación Salesas])
La siete oyeron un día la “llamada” a la Visitación y dijeron que Sí a Cristo y día a día en el silencio del claustro fueron viviendo su entrega.
Ocultas a los ojos de los hombres, pero llevando en su corazón las preocupaciones y sufrimientos de todos ellos en constante oración y sacrificio, fueron gastando su existencia en bien de la Iglesia.
“Desde aquí se puede ser misionera aprovechando todos los instantes de una vida de inmolación y sacrificio.”
. “ Todo por su amor, su gloria, las almas”
Este es el motivo de su entrega.
“ Junto a Dios todo se transforma, todo cambia de aspecto… ¡vivir en estrecha unión con Jesús nuestro Dios, nuestro todo! ¡Que dicha, qué felicidad tan grande! ¡Pobrecitos los que aún no saben que existe! Pero todo lo que tengamos… lo daremos para ellos…” 
. (extracto de sus escritos)

Verano de 1936. Está a punto de estallar la guerra. Alarmas, inquietudes… El riesgo es grande porque intentan incendiar el Monasterio de la Visitación de Santa María. Cómo vírgenes prudentes sale de él refugiándose en un bajo semi-sótano que se convierte en una pequeña catacumba donde suben incesantemente al Señor sus ardientes súplicas y constante oración.
El hecho de vivir varias mujeres juntas y oyéndolas rezar, infunde sospechas de su estado religioso que origina la persecución…
Algunos de sus familiares les suplican que vayan con ellos. El portero de la finca se ofrece a ponerlas a salvo una a una … pero no aceptan.
“ Queremos seguir reunidas, dispuestas a sufrir todo lo que el Señor permita, felices y contentas de dar nuestra vida por Él “
Su fe viva les hace ver la voluntad de Dios en el simple consejo de su Superiora que le había insinuado que, mientras fuera posible no se separan:

Ø fe heroica en estas circunstancias
Ø fiel ante la prueba
Ø inconmovible a la vida del martirio.

“Hemos prometido ante Jesús las siete juntas, no separarnos”

Fraternidad exquisita exenta de todo egoísmo, no queriendo dejar a las otras para salvarse cada una a sí misma, y tampoco comprometer a los demás. Amor a su vocación al no aceptar estas ofertas, continuando en la observancia de su vida religiosa con mayor sacrificio… Con paz, serenidad y alegría. Disposición de ánimo tan notoria en todas que admiró a cuantos las visitaron.
“ El hará de nosotras lo que más convenga”
Abandonadas a El permanecen tranquilas. El Padre Vargas Zúñiga S.J. que tuvo contacto con cada una de ellas se expresa así:
“ Fui testigo presencial de la santa vida que llevaban estas religiosas en Manuel G. Longoria, 4. La confesé las dos últimas veces y pude admirar la fineza de sus almas y la serenidad de sus ánimos.”
Dado su fervor anhelan el martirio y hasta lo esperan con júbilo y deseo de la salvación de las almas:
“¡Jesús mío, cuanto antes! ¡Si por nuestra sangre se salvara España!” Acostumbradas a ver a Dios en las personas y acontecimientos exclaman ante el peligro inminente:
“ El Señor nos anuncia el martirio “…
No miran a las criaturas; se sienten llamadas por Dios a la suprema entrega del amor: dar la vida.
“ Estamos esperando que de un momento a otro vengan a buscarnos en nombre de Dios.” Una noche de oración templa sus almas.

Están preparadas; sus lámparas bien encendidas con el óleo de la fe y el fuego de la caridad. Pronto darán la mayor prueba de ella. Ansían este momento y crece el deseo a medida que se acerca, dando gracias a Dios al ver llegada la hora. Al dirigirse al camión que las conduce al martirio, las siete, con gran entereza y serenidad proclaman valientemente su fe haciendo la señal de la cruz ante el alboroto de cuantos presencian su marcha. Apenas llegadas a un descampado, acribilladas a balazos rubrican con su sangre el último y generoso Sí de su entrega.

Hna. M.a Cecilia al sentir que se desploma Hna. M.a Gabriela a la que va tomada de la mano, instintivamente huye aterrorizada, pero bien pronto se entregará diciendo:

. “ Soy religiosa “

En la checa lo repetirá a amigos y enemigos… Anima a sus compañeras de prisión a sufrir por Dios, edificándolas por su paciencia y unión a la voluntad divina,,,

Cinco días después, 23 noviembre seguirá las huellas de sus Hermanas dando la vida por Cristo.

 

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Giordano Bruno (1548-1600) no sólo fue condenado por la Iglesia católica, sino también por la luterana y la protestante. 

Con dureza fue excomulgado por el Concilio Calvinista debido a su actitud irrespetuosa hacia los líderes de esa iglesia y fue obligado a abandonar la ciudad. De ahí fue a Toulouse, Lyon y -en 1581- a París.

 

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El gran Montalembert escribía: «Para juzgar el pasado deberíamos haberlo vivido; para condenarlo no deberíamos deberle nada». Todos, creyentes o no, católicos o laicos, nos guste o no, tenemos una deuda con el pasado y todos, en lo bueno y en lo malo, estamos comprometidos con él.

 

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“Te doy gracias mujer, ¡por el hecho mismo de ser mujer! Con la intuición propia de tu feminidad enriqueces la comprensión del mundo y contribuyes a la plena verdad de las relaciones humanas” S. Juan Pablo II, Carta a las mujeres, 1995

 

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El camino mas corto y seguro para vivir con honor en este mundo es ser en realidad lo que aparentamos. Todas las virtudes humanas se incrementan y fortalecen.  SOCRATES

 

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La revolución sexual comete el error de ensalzar la relación sin amor. El problema es que, al desconectar la sexualidad del afecto, la relación se ha convertido en algo de usar y tirar, en una instrumentación del otro, sobre todo de la mujer. En muchos casos, la liberación sexual ha llevado a la utilización de la mujer como objeto.
La gran revolución es comprender que la sexualidad es un medio de expresión de la afectividad. 
Enrique Rojas, psiquiatra – 2004-05-01

 

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«Toda Sagrada Liturgia y toda animosa misión, no tienen sino este único fin: la fe, la esperanza y la caridad, el amor de Dios y de los hombres. Todos los demás planes
y acciones de la Iglesia serían absurdos y perversos si trataran de sustraerse a este quehacer y buscarse únicamente a sí mismos» K.Rahner-teólogo la Iglesia Católica.

 

‘CHECAS DE MADRID: LAS CARCELES REPUBLICANAS AL DESCUBIERTO’

Lengua: CASTELLANO 
Encuadernación: Tapa blanda bolsillo
ISBN: 9788497931687 
 – Colección: BEST SELLER DEBOLSILLO
Nº Edición:1ª 
 – Año de edición:2004 – Plaza edición: BARCELONA – ESPAÑA

 

 

Conocereis de Verdad | España – 1931/9 mártires 1-socialistas comunistas república: derribar Iglesia.

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