Gabriela Bustelo
Periodista, escritora y traductora de inglés de literatura, ensayo y cine. Pasó su infancia entre París y Washington DC. Licenciada en Filología Inglesa, trabajó durante una década el sector cultural, en empresas como Microsoft Encarta y Warner Music. Tiene tres novelas publicadas. Ha traducido al español a clásicos como Dickens, Kipling, Wilde, Poe y Twain. Colabora desde hace décadas en prensa española y latinoamericana.Tras una década colaborando en revistas femeninas como Vogue, Gala y Telva, se inició como columnista en La Razón, labor que continuó en La Gaceta. El último año lo ha pasado entre el Sudeste Asiático y América Latina, preparando reportajes económicos sobre países emergentes.
En el repertorio de contradicciones que caracterizan a la izquierda española destaca su veneración casi enfermiza por la cultura estadounidense. Nuestro progre –a falta de mejor palabra– no parece encontrar contrariedad alguna en denostar el capitalismo como el peor de los horrores del mundo, pero cuando de cultura se trata, ¿por qué leer las novelas de Manuel Rivas o de Juan José Millás pudiendo leer las de Jonathan Franzen o de David Foster Wallace? ¿Por qué ver una película de Fernando León o de Isabel Coixet pudiendo ver una de Quentin Tarantino o de Kathryn Bigelow? ¿Por qué aficionarse a las series Cuéntame o La que se avecinapudiendo ver Fargo o Master of None?
¿Qué cultura consume este Pablo Iglesias aspirante a dictador de izquierdas, que admite querer someter la cultura española a un férreo control leninista?
La cultura española: un sector intervenido
El máximo exponente de este conflicto interno es Pablo Iglesias, que en mayo de 2014 explicaba cómo concibe su partido la gestión de la cultura española: control directo del Estado como regulador y proveedor de contenidos para un sector intervenido. Es decir, el Estado podemita se encargaría de financiar la oferta cultural y de distribuir todos sus contenidos y productos. ¿Libertad? Cero. Sabido esto, cabe hacerse una pregunta razonable. ¿Qué cultura consume este Pablo Iglesias aspirante a dictador de izquierdas, que admite querer someter la cultura española a un férreo control leninista? En abril de 2015 regaló al rey Felipe VI la serie Game of Thrones, sobre la que ha publicado un libro titulado Ganar o morir: Lecciones políticas sobre ‘Juego de Tronos’. El 8 de agosto comunicaba en Twitter haber terminado de ver la tercera temporada de House of Cards, apostillando: “Me encanta esta serie”. El 27 de diciembre de 2015, tuiteaba entusiasmado: “The Wirees lo mejor que he visto nunca”.
“Me encanta House of Cards”
De sus tres series estadounidenses preferidas, llama la atención House of Cards, una despiadada inmersión en el mundo de la política estadounidense, financiada por la compañía Netflix. Emitida por streaming –difusión multimedia en tiempo real– la serie ha cambiado los hábitos de consumo audiovisual de los estadounidenses y ha creado la moda del binge-watching –atracón de serie televisiva–, al ofrecer simultáneamente todos los episodios de una temporada. Protagonizada por Kevin Spacey y Robin Wright, House of Cards se estrenó en 2013, pocos meses después de la reelección del presidente Obama, cuyo optimismo político chocaba frontalmente con el cinismo posmoderno que caracteriza al matrimonio Underwood. El inmediato éxito mundial de la serie se debe en buena parte a la crisis económica occidental, que ha generado una profunda desconfianza en el sistema político y una buena disposición a observar de cerca cómo funciona el engranaje político.
Podemos engañaros
El hecho de que sea esta serie –protagonizada por un psicópata capaz de matar a quienes obstaculizan su llegada a la Casa Blanca–, resulta poco tranquilizador, dada la confesa ideología antidemocrática y anti-sistema del partido que preside Pablo Iglesias. House of Cards no solo es una deconstrucción de las estructuras de poder del Partido Demócrata y su entorno empresarial y funcionarial en Washington DC.También es un retrato inclemente de la sanguinaria ambición de dos personas capaces de llegar a las mayores bajezas humanas con tal de alcanzar su meta política. El matrimonio Underwood no lo componen dos abnegados servidores públicos dispuestos a sacrificarse para resolver los graves problemas económicos y socio-políticos que conocen de primera mano. Los glamurosos Frank y Claire pulen todas las ventajas, los contactos y los datos disponibles para obtener lo único que les interesa: el poder.
La izquierda española siempre ha compartido con el dictador Franco su concepto de España como un país aislado del mundo y con normas distintas a las del resto del planeta
La palabra “dictadura” no mola
El mensaje de House of Cards es cristalino: en una democracia veterana como Estados Unidos existen políticos –miembros del Partido Demócrata–que subordinan los principios éticos a la consecución del interés propio. Huelga decir que en la España de la cultura izquierdista subvencionada sería impensable una serie que, con financiación privada, hiciera una crítica semejante del Partido Socialista. Estos días se ha sabido que el PSOE –cuyo pacto con Podemos podría estar firmado ya– anuncia un consejo orwelliano de control de contenidos de la televisión pública y privada. La izquierda española siempre ha compartido con el dictador Franco su concepto de España como un país aislado del mundo y con normas distintas a las del resto del planeta. Es previsible que Pablo Iglesias contemple seguir los pasos del cinéfilo dictador Franco, que montó en el Pardo una sala de cine privada donde veía el cine internacional que censuraba a sus plebeyos españoles. En 2014 en una conferencia organizada por las Juventudes Comunistas Pablo Iglesias contaba a sus adeptos que “la palabra democracia mola, por lo tanto habrá que disputársela al enemigo. Pero no hay quien venda que la palabra dictadura mola”. Dos años después, el gurú comunista ya parece haber logrado vender la dictadura como democracia.
Origen: Vozpópuli – El pequeño dictador
Voy a orar por Espana
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