Fecha de publicación: 1929
Joseph Fouché es para la mayoría de los lectores actuales un completo desconocido. Ensombrecido por el brillo de figuras como Robespierre o Napoleón, su nombre no evoca ningún hecho grandioso en la memoria colectiva. Y sin embargo, ni uno solo de esos grandes hechos que marcaron la historia de Francia (y de la humanidad) entre 1789 y 1815 escapó a su larga mano de intrigante. Diputado en la Convención, Procónsul de la República, y Ministro del Directorio, del Consulado, del Imperio y de la restaurada Monarquía: Fouché logró mantener el poder y aumentar su fortuna a través de 25 años marcados por ascensos implacables, fulminantes caídas y sangrientos ajustes de cuentas de todos los partidos.
Su mayor talento fue saber alentar las ambiciones de todos, fomentándolas, enfrentándolas entre sí y frustrándolas según conviniera a la suya propia. Su mejor arma, una sangre fría que siempre le salvó cuando los demás perdían la cabeza, en todos los sentidos. Sus traiciones fueron tan notorias que, si estuviéramos hablando de una novela, Fouché sería un mal personaje, por inverosímil. Así, redactó el que puede considerarse como primer manifiesto comunista y, apenas diez años después, era multimillonario; masacró a la nobleza de Lyon, como enviado de la República, y aceptó luego, con gran honor, el condado de Otranto de manos de Napoleón; votó, en fin, la condena a muerte de Luis XVI y allanó luego a su hermano la vuelta al trono, jurándole lealtad de rodillas.
Fouché fue el hombre político por antonomasia: eficaz en cualquier cargo público, preocupado sólo de su propio bien, imprescindible a todos y fiel a ninguno. Si el lector acaba simpatizando con él (y reconozco que a mí me pasó), en este caso no hay duda alguna de que todo el mérito corresponde a Zweig.
Origen: Un libro al día: Stefan Zweig: Fouché. Retrato de un hombre político