“Lo contrario de divertido no es serio, sino aburrido.”
(Lord Chesterton)

En estos tiempos que corren, Antonio Escohotado (Madrid, 1941) ha dedicado toda una década a estudiar a “quienes han sostenido que la propiedad constituye un robo y el comercio es su instrumento”.

El resultado son tres volúmenes tan extensos como densos que, como dice el autor respecto de otra obra suya (El espíritu de la comedia): “solo puedo resumir como de lo divino y de lo humano.”
Y como, en estos tiempos que corren, yo he dedicado 2 años a leer la tal trilogía, creo que pueden Uds, en estos tiempos que corren, dedicar 5 minutos a leer estas notas, a modo de incompleto resumen.
Despliega Escohotado, una capacidad fractal de conexión entre mitos y leyes; corrientes artísticas y teológicas; costumbres y condiciones económicas; pensadores individuales y corrientes masivas de pensamiento.
Y, entre tanto, se entretiene en excursus gratuitos y audaces: “¿cómo conciliaríamos el hoy si conociésemos el minuto y causa de nuestra muerte?” reconociendo el mismo autor “el desorden que preside el contenido y el abuso ad nauseam del recurso a notas”.
Se permite sentencias lapidarias, que abarcan miles de años y millones de kilómetros:
“Si buscamos ejemplos precoces de masas revolucionarias, luchas de clases, guerras civiles, tribunos populistas, y expropiación del rico, no será de provecho explorar la historia de China, India, o Egipto, donde situaciones de miseria aguda se prolongaron durante siglos y milenios sin alterar la forma de gobierno.”
Conjugadas con párrafos enteros de mordaz amor al detalle:
1) La inmisericorde sinopsis de Los Miserables, de Víctor Hugo: “Jean Valjean, el héroe principal, retorna tras años de condena en galeras porque robó una barra de pan para evitar la inanición, algo en realidad no perseguido por la ley vigente. Cosette, la heroína casta, trabaja diecisiete horas diarias cosiendo, vive con máxima austeridad y a pesar de ello no puede pagar el céntimo de franco que cuesta al día comprar alpiste para su jilguero. Fantine, la heroína con un desliz carnal, muere muy joven explotada por proxenetas, tras vender no solo el pelo sino los dientes.”
2) – El resumen de un mediometraje ignoto, Aullidos en favor de Sade, de un tal de Guy Debord: “Su primera parte alterna pantallas en blanco y negro uniforme, mientras una voz en off dice: “El cine ha muerto. No puede haber más películas. Si os parece, pasamos al debate.” […] A continuación vienen 24 minutos de oscuridad y silencio pensados para acabar con la pasividad de los espectadores, aunque el proyecto artístico quedó incumplido por la desbandada del público cinco minutos antes sin reclamar nadie el debate previsto.”
Ciertamente, la obra en su conjunto es una exhaustiva historia negra del comunismo, considerando como tal, de Platón (“comunismo aristocrático”) a los movimientos sociales (“que Fernando Savater llama izquierda centrifugada”.)
Pero es mucho más. “Historia moral sobre la propiedad”, o “Historia de las ideas sobre la propiedad privada” reza el subtítulo.
Vol. I
El primer volumen, abarca cerca de 2.500 años -desde las “singularidades” ateniense y espartana, hasta la “purga apocalíptica” de la revolución francesa-. La mayor parte versa sobre las relaciones de las diferentes religiones (las del Libro, pero también paganas y bárbaras) con el comercio, la propiedad y el esclavismo, superando así el “omnipresente en los manuales escolares […] abismo entre religión y política”.
Las tesis fundamental (en ese amalgama de datos e interpretaciones) es que el marxismo es una corriente mesiánica, íntimamente conectada con el cristianismo, abundando a lo largo de los tres libros en ejemplos de sus conexiones: “hasta la implosión de la URSS […] expropiar al rico abría una cornucopia en el sentido de Juan Crisóstomo”. “Victorias de la justicia social sobre el dinero”.
Ninguno de los dos, cristianismo y comunismo, como es de prever, sale bien parado. Y, Escohotado subtitula este primer volumen, con mucha guasa, “Antes de Marx”.
No dispara contra el Jesús histórico, pues “en vano [le] buscaremos”.
Y reconoce al gigante moral que revoluciona el judaísmo pasando de utilizar el anagrama YHWH, “cuyo nombre no puede pronunciarse sin desacato”, al familiar “Padre”, si bien hace un demoledor análisis del Sermón de la Montaña:
[Jesús] “enumera cuatro categorías de elegidos: “pobres de espíritu, humildes, afligidos y sedientos de justicia”. Aunque no haya cohesión sociológica o psicológica entre los cuatro grupos, reunidos solo por alguna modalidad particular de desgracia, a este conjunto hipotético incumbe zanjar el combate entre luz y tinieblas con una sociedad e obsequios mutuos, que prepara el Fin del Mundo.”
Repasa con detalle la historia de la corriente fanática de cristianismo, responsable de “una limpieza ideológica mucho más letal que siglos de agresiones paganas”: del saqueo de Alejandría, a los tormentos inquisitoriales, pasando por el incendio de Constantinopla, las hazañas terroristas de las bandas anacoretas, y las Cruzadas, “cumbre del patetismo […] conquista de cierto sepulcro remoto, por fuerza vacío”.
Sin embargo, la más sobresaliente crítica al cristianismo (al menos para mí, a mi cristianismo, o a lo que de él quede), no se produce por enumerar los crímenes de “la Iglesia como potencia agresiva”, sino por acabar con un argumento típico, tomado como prueba irrefutable por algunos, de la trascendencia del Cristianismo, a saber: que no se puede explicar el triunfo de esta corriente minoritaria y no violenta (pacífica al menos hasta el momento de superar la marginalidad), sobre el gigantesco Imperio Romano, sin reconocer su naturaleza divina.
Escohotado no solo abraza la tesis de que este hecho, como “todo lo demás del mundo”, deba ser considerado un accidente histórico, una contingencia, sino que ofrece una hipótesis sugestiva de ¿por qué esta, y no otra secta, se convirtió en oficial? Y es, precisamente, por una degradación en las condiciones económicas.
Solo en un contexto de privación y decadencia, florece el planteamiento “pobrista”. “El Imperio está llamado a adoptar un culto que bendiga la depauperación” para que “el colapso de la economía monetaria pueda ser interpretado como un éxito, aunque sea ético”. En otras palabras, como se extiende la pobreza, conviene una ética que la considere “santa”.
Lo peculiar del libro es ese acercamiento antidogmático a la historia de las religiones. No rehuye lo espiritual (lo divino), pero lo aborda con radical prosaísmo (lo humano):
“Nunca habían abundado tanto los milagros [como durante el primer cristianismo]. El curso normal de la naturaleza aparece suspendido crónicamente por ellos”.
Y con un fino sentido del humor:
El reproche de san Egidio a las hormigas por su “excesivo afán por acumular provisiones”. […] “con todo el santo seráfico viajó a Tierra Santa para dirigir a los cruzados, una cosa es negarse a matar una mosca y otra dejar impune al infiel.”
En adelante, y por todos los “siglos oscuros”, “lo nuclear es un pecado de avaricia y lujo”.
Del resto: el renacimiento urbano y comercial y la tensión liberal-absolutista hasta el final del siglo XVIII, no creo que haya lugar a hablar ahora, en estos tiempos que corren.

Acabo, simplemente, con una referencia a otro mito que Escohotado combate: el de una hipotética prehistoria de oro, sobre la que ya ironizara Don Quijote(∗):
“El desahogo económico convivía cómodamente con la vida troglodita, una opinión que solo es paradójica si la desvinculamos del Evangelio.”
Me parece interesante contrastar este genial sarcasmo, con estas otras líneas de Sapiens, de Yuval Noah Harari:
“El secreto del éxito de los recolectores, que les protegía del hambre y la malnutrición era su variada dieta. Los granjeros tienden a tener una dieta limitada y desequilibrada.[…] Los antiguos recolectores también sufrían menos de enfermedades infecciosas. Muchas de las enfermedades infecciosas que han plagado las sociedades agrícolas e industriales, se originaron al domesticar animales y fueron transferidas a los humanos solo después de la revolución agricultural. […] Más que anunciar una nueva era de vida fácil, la revolución agricultural trajo a los granjeros una vida más difícil y menos satisfactoria que la de los recolectores. […] Esta es la esencia de la revolución agricultural: su capacidad para mantener a más gente, viviendo bajo peores condiciones. […] La trampa del lujo, conlleva una importante lección: la búsqueda de la humanidad por una vida más fácil, libera fuerzas inmensas de cambio que transforman el mundo, de formas que nadie ha previsto o deseado.
En conclusión, la de Escohotado, aunque autorizada y brillante, no es la última palabra. Tres libros que solo pueden contestarse con muchos libros más.
Tres libros de los cuales, cristianos y comunistas, y sobre todo cristianos comunistas, (de buena fé, es decir: dispuestos a cambiar de fé), pueden aprender mucho.
Próximamente volveré a invitarles a perder, no más de 10 minutos, en revisar, de forma igualmente incompleta y comparada, los otros dos volúmenes:
– 5 minutos para el Vol. II -de la Revolución Francesa a la Revolución Rusa-;
– 5 minutos para el Vol. III -de la Revolución Rusa a los EREs de Andalucía, vale decir hasta nuestros días-.

Yo lo veo un planazo.
(∗) “Dichosa edad y siglos dichosos aquéllos a quien los antiguos pusieron nombre de dorados, y no porque en ellos el oro, que en esta nuestra edad de hierro tanto se estima, se alcanzase en aquella venturosa sin fatiga alguna, sino porque entonces los que en ella vivían ignoraban estas dos palabras de tuyo y mío. Eran en aquella santa edad todas las cosas comunes; a nadie le era necesario, para alcanzar su ordinario sustento, tomar otro trabajo que alzar la mano y alcanzarle de las robustas encinas, que liberalmente les estaban convidando con su dulce y sazonado fruto.”
Origen: Los enemigos del comercio (Vol. I) – El LISTO DE LA COMPRA