Permitir que el islamismo radical se manifieste conducirá a una violencia generalizada que no tendrá nada que ver con Palestina

14 DE ENERO DE 2015, 4:02 PM

Como dos líneas casi paralelas que se acercan, el fenómeno dual del sentimiento antioccidental y el odio antisemita estaban obligados a encontrarse en un punto. Y ese punto fue París, la semana pasada. Los dos fenómenos se multiplican mutuamente y, si no se controlan, crecen en estrecha proximidad e interdependencia.

Si bien no todos los musulmanes son extremistas o terroristas, también está claro que no se necesita más que un puñado para llevar una «intifada» a las calles de Europa. Con más de 20 millones de musulmanes ya en Europa, es un hecho estadístico que miles, si no decenas de miles de ellos, albergarían sentimientos antioccidentales y antidemocráticos. Si, hipotéticamente, solo un uno por ciento de los musulmanes de Europa son radicales en su pensamiento, suman 200,000. De esos radicales, si solo el uno por ciento tiene acceso a armas y está dispuesto a usar la violencia, son 2.000 hombres y mujeres armados, listos y dispuestos a masacrar a los europeos mientras disfrutan de todos los derechos y beneficios que la Unión Europea otorga a su minoría musulmana. . Las atrocidades de la semana pasada fueron llevadas a cabo por cuatro de ellos.

Lo que vimos en París, junto con miles de casos de violencia perpetrados por musulmanes y no controlados por las autoridades durante la última década, es lo que en Israel conocemos como «Intifada». No se trata de “liberación” o de exigir derechos civiles para los musulmanes, ya que ellos poseen esos derechos. Esta «Intifada» trata de imponer una visión radical del mundo musulmán y la ley Sharia en las sociedades de acogida en Occidente. Es una lucha entre el islamismo radical y los valores y libertades occidentales. Así como Hezbollah y Hamas no están luchando contra ninguna ocupación, sino más bien la idea misma de la existencia de un Estado judío, un símbolo y una posición de primera línea de la civilización occidental.

El otro fenómeno, ciertamente no es nuevo, es el rampante antisemitismo que se está extendiendo por Europa. El odio a los judíos es omnipresente, se manifiesta con diversos grados de violencia. La pregunta no es si hay antisemitismo. La pregunta es qué están dispuestos a hacer los países europeos al respecto. Cuando el sistema judicial y la policía prefieren hacer caso omiso de los actos de violencia «porque están dirigidos solo a los judíos», entonces los antisemitas se animan y se les alienta a continuar e intensificar sus ataques.

La semana pasada, las dos tendencias convergieron. Los musulmanes radicales atacaron lo que quizás sea el símbolo más prominente de cualquier democracia y libertad de expresión: un periódico. Al día siguiente, los musulmanes radicales lanzaron un sangriento ataque contra una tienda judía y sus compradores judíos. Estos eventos no tienen nada que ver con Cisjordania, con los asentamientos o con la causa palestina. Tienen todo que ver con el Islam radical y su ataque a la civilización, los valores y las libertades occidentales, en los que el odio, la intolerancia y la violencia hacia los judíos son solo un elemento. Cuando los niños judíos fueron masacrados en Toulouse hace dos años, los franceses mantuvieron la boca cerrada. Los musulmanes radicales lo interpretaron como una luz verde para atacar el núcleo democrático de ese país.

Si no se controla el antisemitismo en Europa, si se permite que el Islam radical se adueñe de los enclaves de toda Europa, con el objetivo de convertir a Europa en lugar de integrarse en ella, entonces una «Intifada» en el viejo continente es solo una cuestión de tiempo.

Fuente

SOBRE EL AUTOR

Ofer Bavly fue diplomático del Servicio Exterior de Israel desde 1991 hasta 2014, sirviendo en las Embajadas de Israel en Madrid y Roma. Fue asesor político de dos ministros de relaciones exteriores y fue cónsul general de Israel en Florida y Puerto Rico. Actualmente dirige la oficina en Israel de la Federación Judía de Chicago / Jewish United Fund.