Persecuciones religiosas en Inglaterra – Pasaje de “Imperiofobia y leyenda negra” / María Elvira Roca Barea


En 1534 con el Acta de Supremacía, Enrique VIII se proclamó jefe absoluto y único de la Iglesia de Inglaterra, y naturalmente, de camino, dueño de sus propiedades y rentas. Es un pequeño detalle que conviene no olvidar. A partir de este momento, legalmente, cualquier acto de alianza o amistad con el papa se considera traición. Los intentos de rebelión u oposición se condenaron con pena de muerte. Esto explica que la mayoría de las órdenes religiosas se sometieran sin apenas protesta.


Pero hubo algunas que no aceptaron. El Acta de Supremacía fue rechazada radicalmente por siete conventos de franciscanos y por los cartujos de Londres. Hubo también, claro está, resistencias individuales. Son famosos los casos de Tomás Moro y Juan Fisher, obispo de Rochester, que fueron ejecutados en 1535. También fue decapitada Margaret Pole, la madre del cardenal Reginald Pole. Enrique VIII aprovechó la ocasión para librarse de la última descendiente de la familia real Plantagenet. Este mismo año fueron descuartizados los monjes de la Cartuja de Londres con su prior, John Houghton, a la cabeza.
Se conserva en la Biblioteca Nacional de Madrid una colección de grabados que lleva por título «Seis escenas del martirio de dieciocho cartujos bajo Enrique VIII» de Nicolas Béatrizet (ca. 1520-ca. 1570), según composiciones atribuidas a N. Circignani. Tienen también gran interés las Descriptiones quaedam illius inhumanae et multiplicis persecutionis quam in Anglia propter fidem sustinent Catholice christiani de Giovanni Battista de’Cavalieri, hechas en Roma en torno a 1555. Son cinco aguafuertes acompañados de texto latino. Mucho más conocido como documento gráfico, pero en modo alguno popular, es el Theatrum crudelitatum haereticorum nostri temporis de Richard Verstegan sobre las persecuciones sufridas por los católicos en los territorios protestantes.


Con el nombre de Peregrinación o Peregrinaciones de la Gracia se conocen una serie de rebeliones católicas que comenzaron en York y se extendieron por el norte de Inglaterra. Empezaron en 1536 y continuaron en 1537 bajo el liderazgo del abogado Robert Aske, que llegó a levantar 30.000 hombres. En los pueblos y ciudades donde triunfaban, expulsaban a los nuevos dueños y devolvían las propiedades al clero católico. Tras la derrota, fueron condenados a muerte 216 personas, 6 abades, 38 monjes y 16 sacerdotes parroquiales. Aske fue colgado con cadenas en los muros del castillo de York y su cadáver permaneció allí durante meses para general escarmiento. Con él murieron muchos otros notables: sir Thomas Percy, sir Henry Percy, sir John Bulmer, sir Stephan Hamilton, sir Nicholas Tempast, sir William Lumbey, sir Edward Neville, sir Robert Constable…

De acabar con esta rebelión se encargaron Thomas Howard, duque de Norfolk, y George Talbot, conde de Shrewsbury, que formaban parte de la nobleza que sustituyó a aquella que desapareció, emigró o se vio obligada a hacerse invisible por negarse a abandonar su religión. Ambos habían recibido jugosas donaciones de bienes eclesiásticos por parte de la Corona.


Cuando Enrique VIII murió, heredó el trono María I, hija de Catalina de Aragón, y por tanto nieta de los Reyes Católicos, la cual fue reina entre 1553 y 1558. Bajo el reinado de María los partidarios del cisma comienzan a llamarse a sí mismos «anglicanos», esto es, ingleses, porque consideran que ella, católica y de madre española, no es inglesa. De hecho, María, castigada por la historia con un sobrenombre que su medio hermana Isabel mereció mucho más, siempre ha sido considerada una reina intrusa, poco menos que extranjera, aunque nació en Inglaterra. Obsérvese que la palabra «anglicano» alude directamente a Inglaterra (es el gentilicio latino) y no tiene nada que ver con la fe. La nueva iglesia es la propiamente inglesa, lo cual quiere decir que la otra, la católica, es extranjera. Se busca una reacción nacionalista que vincule el cisma con el patriotismo.

María I, llamada Bloody Mary, esto es María la Sangrienta, restableció el catolicismo y persiguió a los partidarios de la nueva religión del estado. Según el Libro de los Mártires de John Foxe, la represión en tiempos de María llevó a la muerte a 284 personas.


Al morir María I, hereda su medio hermana Isabel I, hija de Enrique VIII y Ana Bolena, que restableció inmediatamente la separación de Roma y decretó persecución definitiva contra todo el que se negara a aceptar la nueva iglesia. La posición de Isabel en el trono era extremadamente débil. Su legitimidad dependía absolutamente del anglicanismo, porque si la boda de sus padres no era legítima, ella era bastarda y no tenía derecho a heredar. De manera que necesitaba tanto a la nueva iglesia como la nueva iglesia la necesitaba a ella.


Detallaremos algunas de sus disposiciones.

-La asistencia a los servicios religiosos del nuevo culto era obligatoria.

-La ausencia conllevaba penas que iban desde latigazos a prisión y muerte.

-También estaba penado muy severamente (cárcel, confisca “ción de bienes…) no denunciar al vecino que no asistía a los oficios.

-Era obligatorio el Juramento de Supremacía para todo aquel que ocupara un puesto de trabajo en el Estado y en la Iglesia.

-Violar este juramento se consideraba alta traición y se castigaba con la muerte.


La persecución se dirigió no solamente contra los católicos, sino también contra los partidarios de otras confesiones. Las primeras migraciones hacia América no las protagonizaron marinos audaces pagados por sus reyes, sino fugitivos.

Una de las fiestas más importantes de Estados Unidos, el día de Acción de Gracias, celebra la llegada del Mayflower a las costas de Boston. Marca esta fecha el comienzo de la conquista de América del Norte por los anglosajones. Las gentes del Mayflower eran puritanos, es decir, calvinistas que huían de la persecución. Baptistas, congregacionistas, cuáqueros, menonitas, luteranos… y toda la grey de raíz calvinista que se conoce con el apelativo genérico de «puritanos» fueron perseguidos sin tregua.

Solo en tiempos de Carlos II más de 13.000 cuáqueros fueron encarcelados. Todos perdieron sus bienes. Muchos debieron exiliarse para escapar, 338 murieron de hambre o tortura en las cárceles y 198 fueron vendidos como esclavos.’Las leyes dictadas en 1604 en la Conferencia de Hampton Court por Jacobo I llevaron a muchos a exiliarse, caso de John Smyth, uno de los fundadores del movimiento baptista inglés, que tuvo que huir de Inglaterra con los suyos y marchar a Holanda. Reproducimos un grabado sobre la muerte de Thomas Venner, líder anabaptista.

Venner había huido a Nueva Inglaterra en 1637 y había estado allí veintidós años. A su regreso participó con otros disidentes religiosos en una conspiración que intentó derrocar a Oliver Cromwell en 1657. No tuvieron éxito y fueron condenados a muerte.En 1585 el Parlamento de Londres dio cuarenta días de plazo para que los últimos sacerdotes católicos abandonaran el país. Se prohíbe la misa católica pública y privadamente. A partir de esta fecha ser sacerdote católico se considera delito de traición y se condena con la pena de muerte. También se considera traición acoger, proteger o alimentar a los sacerdotes. Existe en las casas inglesas antiguas una especie de zulo que se denomina genéricamente priesthole, que las familias criptocatólicas construían para ocultar a los sacerdotes. Se sigue llamando así en la actualidad.

Leemos en una novela de Agatha Christie:
Poirot reflexionó unos instantes y dijo:—[…] Un camino o algo que conduzca a un sitio del que ningún extraño pueda tener idea. ¿Supongo que no habrá ningún escondite de los que utilizaban los sacerdotes cuando las persecuciones religiosas?—No, no lo creo.Eso es lo que dice mister Weyman. Dice que la casa fue construida alrededor de 1790. No había ya razón para que los sacerdotes se ocultaran en esa época.”

Del texto policiaco deducimos dos cosas. Primera: que es opinión corriente en Inglaterra que hubo un tiempo de persecuciones religiosas. Segunda: que esta época fue breve y había acabado en el siglo XVIII. Pero las leyes inglesas y los hechos contradicen de manera categórica esta idea común.Tras el fracaso de la Gran Armada de Felipe II, la persecución se recrudeció y llegó al punto de auténtica paranoia con la Real Proclamación contra los Católicos de 18 de octubre de 1591. Aquí se ordena entre otras cosas un estricto control individual y que se han de consignar en los libros de vigilancia todos los movimientos de vecinos, conocidos y parientes, de viajeros y cualquier persona. Es un sistema vecinal de espionaje y delación universales con el que nunca llegó a soñar la Inquisición:


Mandamos y severísimamente ordenamos a todos y a cada una persona, de cualquier género, estado, sexo, condición y dignidad que sea, y aun a todos los oficiales de nuestro palacio, y a nuestros ministros y magistrados, y a todos los señores de cualquiera familia, rectores de alguna comunidad, que luego tomen cuenta exactísima de todas aquellas personas que a lo menos en estos catorce meses pasados han frecuentado sus casas o habitado en ellas, o tratado, o dormido, o comido o al presente hacen algo de esto o para adelante lo han de hacer; y sepan particularmente el nombre, la condición y calidad de estas personas, en qué parte de Inglaterra han nacido, adónde han tratado o conversado por lo menos un año antes que viniesen a su casa, cómo y de qué se sustentan, qué hacen o adónde suelen ir, con quién conversan, y si a sus tiempos ordenados por nuestras leyes van a la iglesia a oír debidamente los divinos oficios. Todos estos exámenes, con sus respuestas, mandamos que particularmente se escriban en los libros, y que estos libros los guarden diligentemente, como unos registros o calendarios, en su casa cada padre de familia para que nuestros comisarios, cuando les pareciere, puedan por ellos entender las condiciones de las personas de que tuvieren sospecha y conocer la diligencia y fidelidad de los mismos padres de familias.”

La Real Proclamación contra los católicos de 1591 fue probablemente redactada por lord Burghley en tiempos de la reina Isabel. Desde el exilio fue respondida en clave satírica por el jesuita inglés Robert Persons, que ofrece un análisis muy agudo de la situación. La Responsio ad Edictum de Persons es de una altura intelectual que va mucho más allá de cualquier soflama panfletaria.De esta manera, calle por calle y casa por casa, los católicos fueron barridos de la faz de Inglaterra. En diez años, los que van desde 1559 a 1569, la represión isabelina mandó matar a unos 800 católicos. A ellos hay que unir unos 160 sacerdotes «de seminario». Se denominó así a los sacerdotes ingleses que se formaron fuera de Inglaterra en seminarios, también ingleses, que se fundaron fuera de la isla, en Roma, Valladolid, Sevilla, Douai (Países Bajos), y que luego regresaban a su país de origen con el objetivo de sostener y apoyar a las familias católicas. Estos seminarios acogían a hijos de familias criptocatólicas inglesas que eran mandados al extranjero con distintos pretextos.

William Cobbet, autor protestante, afirma en su History of the Protestant Reformation in England and Ireland que la reina Isabel provocó ella sola más muertes que la Inquisición en toda su historia.

Cobbet no investigó exhaustivamente en los archivos de la Suprema, órgano rector de la Inquisición, pero es que no hacía falta hacerlo para llegar a tal conclusión. Solo era preciso sobreponerse a los prejuicios, escarbar en el fango de la propaganda y aplicar la lógica.

En el siglo XVI se liga el vínculo que une indisolublemente ser inglés con ser anglicano. Religión y Estado pasan a ser sinónimos de tal manera que ser católico e inglés es ser un mal inglés, un sospechoso de traición: «Los católicos ingleses acaso no compartieron estas opiniones, pero rara vez estuvieron en condiciones de oponerse. Para ellos publicar era tan difícil como peligroso. Ya estaban bastante ocupados defendiéndose a sí mismos».
En 1579 el cardenal William Allen creó la Misión de Inglaterra, que fue confiada a los jesuitas. Entraban clandestinamente en el país con el objetivo de ayudar y, en su caso, proteger la huida de los católicos ingleses.

Los primeros que lograron burlar la vigilancia y penetrar en territorio anglicano fueron Robert Persons (o Parsons) y Edmundo Campion, pero el sistema de delación vecinal era sumamente eficaz y pronto fueron descubiertos. El primero logró escapar de la prisión y ya no pudo regresar nunca más a su tierra natal, y el segundo fue descuartizado. Las ejecuciones tenían lugar en Tyburn, pueblo cercano a Londres y actualmente ya integrado en el área metropolitana de la capital. Según el procedimiento habitual practicado en Inglaterra, se condenaba a ser «hanged, drawn and quartered», esto es, ahorcado, arrastrado y desmembrado. En el caso de los varones además, antes de proceder a la ejecución, se les amputaban en vivo los órganos genitales. Estas ejecuciones constituían un espectáculo público y la gente pagaba entrada para verlas.

A la maquinaria represiva puesta en marcha por Isabel I, se unió otra no menos eficaz y de consecuencias mucho más perdurables: un aparato propagandístico que convenció al mundo occidental (y sigue convencido) de que los anglicanos eran grandes defensores de la libertad de conciencia y la tolerancia religiosa, mientras que los católicos, con su atroz Inquisición al frente, eran la encarnación misma de la falta de libertad, la intolerancia, el atraso y la barbarie.

El aparato propagandístico anglicano, muy relacionado con el sistema de Guillermo de Orange, cayó sobre la reputación de España y los católicos como una losa. Empezó modificando para siempre el sentido de la palabra «leyenda» en las principales lenguas de Europa y terminó imponiendo como historia una verdad a medias, desenfocada y “manipulada. Pero sobre todo impuso silencios, porque estos son importantísimos en el mecanismo de la leyenda negra. No se habla, no se mienta, no se recuerda aquello que se desea ocultar o que estropea el decorado de los pueblos que deciden nombrarse a sí mismos campeones de la civilización.

Durante el siglo XVII la situación no mejoró. A comienzos de la nueva centuria, en 1605, se acusó a los católicos de conspirar con el propósito de volar el Parlamento inglés. Este hecho, conocido como la Conspiración de la Pólvora, dio lugar a nuevas persecuciones y llevó a la muerte a Guy Fawkes y otros católicos. Sirvió además de excusa para leyes aún más represivas, si cabe.

El número de muertos siguió creciendo. Jesuitas como Thomas Garnet, Edmund Arrowsmith, etcétera; benedictinos como John Roberts, Edward Barlow, Bartholomew Roe y otros muchos fueron colgados y descuartizados. Todavía hoy, muñecos que representan a Guy Fawkes se queman en las hogueras de Lewes como los muñecos de las hogueras de San Juan en España. Cada 5 de noviembre se rememora este hecho en la Guy Fawkes Night o Bonfire Night con fuegos artificiales. Hasta 1859 era obligatorio por decreto celebrar «la salvación de Inglaterra» con fuegos artificiales y quema de muñecos de Guy Fawkes. Las máscaras que representan a este personaje las conocerá probablemente el lector, pues son las que portan el protagonista y otros personajes en la película Vendetta y que usan los activistas del grupo cibernético Anonymous.

En la segunda mitad del siglo XVII se consolida el cuerpo de leyes que se conoce como Clarendon Code, que toma su nombre de quien fue primer ministro durante el reinado de Carlos II, Thomas Clarendon. No es el autor de estas disposiciones pero su codificación se produjo bajo su gobierno. Es un conjunto de leyes encaminado a evitar toda forma de disidencia religiosa tanto católica como protestante, e incluye graves restricciones a la libertad de expresión, al derecho de reunión, participación en la vida social y vecinal, etcétera.

El gran incendio de Londres de 1666 fue achacado a los católicos. Este procedimiento, ya empleado por Nerón, dio ocasión a nuevas persecuciones. Entre 1678 y 1681 otra supuesta conjura católica encabezada por un tal Titus Oates, esta vez con el propósito de llevar soldados franceses a Inglaterra, sirvió para otra oleada de feroces persecuciones.

El procedimiento de culpar a los católicos de cualquier calamidad sobrevenida o de conspiraciones sirvió no solamente de excusa para desatar sobre ellos persecución tras persecución, sino que convenció a la opinión pública de que todos los católicos, incluso los ingleses, eran enemigos de Inglaterra.

De nuevo en 1780 se desató otra oleada de anticatolicismo en lo que se conoce como los Disturbios de Gordon. Alude a lord George Gordon, que fue parlamentario y uno de los dirigentes de la Asociación Protestante. Se opuso férreamente a una propuesta de ley que algunos anglicanos más tolerantes con la libertad de culto habían llevado al Parlamento en 1778, la cual pretendía mitigar, que no eliminar, algunas de las penas vigentes contra los católicos. A esta propuesta de ley se la llamó popularmente «Ley Papista de 1778». Gordon, junto con otros fanáticos anticatólicos, lograron excitar a la opinión pública hasta tal extremo que se produjeron graves disturbios y fue necesario movilizar a 10.000 soldados para restablecer el orden. Los tumultos llevaron a la muerte a unas 700 personas, muchas de ellas católicas, sospechosas de catolicismo o de tolerancia hacia el catolicismo.Al cuerpo legal de disposiciones contra los católicos se le da en el derecho inglés el nombre colectivo y eufemístico de Penal Laws (Leyes Penales). Estuvieron en vigor hasta bien entrado el siglo XIX y fueron poco a poco desapareciendo a lo largo de este siglo a partir del Acta de Ayuda Católica de 1829, primer texto legal inglés que deroga algunas de las normas represivas contra el catolicismo en Inglaterra.

Las Leyes Penales, que existieron para toda Gran Bretaña, conocieron versiones muy duras en el caso de Irlanda. La anexión de Irlanda comenzó en 1169 cuando los reinos de Wexford y Dublín fueron derrotados por los ingleses, y puede decirse que se hizo definitiva tras la caída de Waterford en 1171. No obstante, algunos feudos menores consiguieron mantenerse independientes y ofrecieron una resistencia tenaz que duró siglos.

Enrique VIII fue el primer monarca inglés que se atrevió a proclamarse rey de Irlanda. A esto siguieron las rebeliones de 1569 y 1573. La población irlandesa se aferró al catolicismo como una forma de resistencia a la ocupación y a la conversión forzosa.

En esta época empieza el envío de colonos anglicanos, previa confiscación de tierras, a las zonas más problemáticas. En 1594 se produce un nuevo levantamiento y España envía tropas y ayuda a los irlandeses, pero los católicos son derrotados en la batalla de Kinsale (1602). Otra oleada de rebeliones se produce en torno a 1636, cuando la guerra entre monárquicos y republicanos ingleses. No hubo piedad cuando fueron derrotados por Cromwell: confiscaciones masivas de tierras, masacres que acabaron con pueblos enteros y hambre.

Se calcula que murió un tercio de la población irlandesa. No durante las rebeliones sino después. Muchos terminaron deportados por deudas a Australia y Nueva Zelanda. En 1689 unos irlandeses participan en la guerra apoyando al católico Jacobo II y otros a Guillermo de Orange. Ya en este tiempo hay irlandeses católicos y protestantes. Jacobo había prometido devolver las tierras que Cromwell había confiscado, pero perdió la guerra. Desde 1695 estuvo vigente la Ley Popery, que prohibía a los irlandeses católicos ejercer cargos públicos y formar parte de la Administración, ingresar en el Ejército, poseer tierras y educar a sus hijos en la fe católica.

En 1800 se firma el Acta de Unión que crea el Reino Unido de la Gran Bretaña, con este nombre. Hubo algunas devoluciones de tierras, se concedieron algunos títulos nobiliarios a familias irlandesas católicas y se prometió que se autorizaría la entrada de delegados irlandeses al Parlamento. Esto fue vetado por el rey, que consideró que sería peligroso para la Iglesia anglicana. La restricción estuvo vigente hasta 1829. Y con esto llegamos a uno de los episodios más oscuros de la historia de la Europa contemporánea: la gran hambruna de 1846 en Irlanda.

Acusar a un pueblo de genocidio es una cosa muy seria y no puede hacerse a la ligera. Cualquier pequeña desviación en la consideración de los hechos lleva a la difamación, que desautoriza inmediatamente al que la produce. Este asunto engendra muy agrias polémicas entre los irlandeses mismos porque hay hechos muy dolorosos en el subsuelo, como el silencio cómplice de una parte de la jerarquía católica y de sectores católicos bien posicionados en el Imperio británico.

Existen varias asociaciones y Famine Museums en Irlanda y en Estados Unidos que defienden un reconocimiento internacional de lo que ellos consideran un genocidio, es decir, el intento sistemático y deliberado de acabar con un pueblo. De hecho han conseguido que como genocidio se estudie en las escuelas de algunos estados estadounidenses. Un nuevo frente se ha abierto con la intervención de Tim Pat Coogan, uno de los historiadores irlandeses más prestigiosos, que publicó (en Nueva York, no en Irlanda) en 2012 una desasosegante investigación que defiende la teoría del complot organizado para diezmar la población irlandesa. Nosotros nos limitaremos a dejar constancia de algunos hechos probados y el lector juzgará por sí mismo.

La gran hambruna de Irlanda no se produjo, como habitualmente se considera, por culpa del escarabajo de la patata, sino por falta de alimentos. La patata no es lo único que se puede comer. Una situación semejante por la misma plaga se dio en Escocia y Finlandia, y hubo hambre, pero ni de lejos una catástrofe humana como la que sucedió en Irlanda. Desde el puerto de Cork se sacaban diariamente 247 sacos de trigo y las exportaciones de alimentos crecieron entre un 30 y un 40 por ciento, según los puertos. El ejército británico desplegó unos 200.000 hombres para garantizar el flujo de las exportaciones de alimentos y evitar estallidos de violencia.

La población protestante no sufrió hambruna ni se vio mermada. En Escocia, que también padeció la plaga del escarabajo, se prohibieron las exportaciones de alimentos. La reina envió 2.000 libras a Irlanda para paliar la catástrofe y cuando el sultán otomano Abdülmecid anunció su intención de mandar 10.000 libras, las rechazó. También se rechazó la ayuda enviada desde Estados Unidos.

El 2 de septiembre de 1846 el editorial de The Times publicó un artículo titulado «Total “Annihilation» (Aniquilación total) en el que podía leerse: «A Celt will soon be as rare on the banks of the Shannon as the red man on the banks of Manhattan» (Pronto un celta será tan raro en las riberas del Shannon como el piel roja en las riberas de Manhattan). Es famosa la frase de Thomas Carlyle: «Irlanda es como una rata medio muerta de hambre que se cruza en el camino de un elefante. ¿Qué debe hacer el elefante? Suprimirla, por Dios, suprimirla».

Nassau Senior, economista de Su Majestad, expresó su miedo de que la política que se seguía en Irlanda «will not kill more than one million Irish in 1848 and that will scarcely be enough to do much good» (no matará más que un millón de irlandeses en 1848 y esto difícilmente será suficiente).Hubo pocos que se atrevieron a denunciar lo que estaba sucediendo en Irlanda. Solo los cuáqueros ofrecieron abierta y públicamente alimentos a los católicos irlandeses. También la madre de Oscar Wilde, Jane Wilde, bajo el pseudónimo de Speranza, se atrevió a publicar textos en donde se denunciaban aquellos horrores.

Un millón de irlandeses murió de hambre y aproximadamente otro millón tuvo que emigrar.. Este fue el principio del fin de la ocupación de Irlanda. Los emigrantes irlandeses, cuando consiguieron establecerse y mejorar su situación, se convirtieron en una fuente inagotable de ayuda e Irlanda proclamó su independencia en 1922. Quedaron bajo soberanía británica los nueve condados de Irlanda del Norte, todavía en proceso de pacificación.

Hasta 1850 fue perseguida por ley la presencia de cualquier miembro de la jerarquía católica en Inglaterra, y cuando esta prohibición se levantó, se desató de nuevo una oleada de protestas que dio lugar a enconados debates en la prensa inglesa. Hasta estas fechas no existieron cementerios católicos en Inglaterra. Recordemos que la Inquisición en España fue abolida oficialmente en 1834 y que de facto hacía ya años que la institución estaba muerta y ni siquiera se nombraba a un gran inquisidor que la dirigiera.

En 1831 el gobernador de Málaga cedió unos terrenos al cónsul británico para que construyese un cementerio y unos años después le cedió la propiedad de dichos terrenos.
Dieciséis años antes de que la ley inglesa permitiera que un obispo católico pudiera poner el pie en las islas, había dejado de existir en la oscura y atrasada España la institución encargada de velar por la pureza católica. La tolerancia religiosa ha conseguido al fin abrirse camino en Occidente y no por esfuerzo del mundo protestante ni contra la intransigencia católica, sino simplemente traída por la evolución interna de la sociedad occidental. El triunfo de la burguesía y de la democracia liberal implica que un nuevo sistema de valores se ha impuesto, y en él la religión ya no es lo más importante, ya no mueve los espíritus. Por lo tanto, se puede ser tolerante con ella.

Todavía hoy sigue vigente el Acta de Establecimiento de 1701 que obliga a los miembros de la familia real británica a renunciar a cualquier derecho al trono si se hacen católicos o se casan con un católico. Esto dificulta mucho la sucesión al príncipe Carlos de Inglaterra, casado civilmente con la católica Camilla Parker, la cual, hasta ahora, no ha renunciado a su catolicismo.

Sigue arraigadísimo en la opinión pública el vínculo entre anglicanismo y patria. Tony Blair esperó a dejar de ser primer ministro para hacerse católico, convencido de que su conversión acabaría con su carrera política. Por fin, en 2007 se decidió a «salir del armario» y se convirtió abiertamente al catolicismo. El periódico The Guardian (22-junio-2007) comentó el hecho con un artículo que llevó este título: «After 30 years as a closet Catholic, Blair finally puts faith before politics». A lo largo del siglo XX la población católica del Reino Unido se ha ido recuperando. En 2007 The Sunday Telegraph (23-12-2007) afirmaba que hay en Inglaterra y Gales 4,2 millones de católicos frente a 24 millones de anglicanos. Sin embargo, hay más católicos practicantes que anglicanos: 861.000 católicos frente a 852.000 anglicanos.

Esta intolerancia no es exclusiva de los ingleses. Era el clima que se respiraba en todo el territorio protestante y en general en toda Europa. El panorama no es mejor entre los hoy civilizadísimos escandinavos. En 1536 el rey de Dinamarca, Christian III, decretó la conversión obligatoria de todos sus súbditos. En 1624 entró en vigor la ley que condenaba a muerte a todo sacerdote católico sorprendido en territorio danés. Al año siguiente, nuevas leyes vinieron a reprimir aún más la ya inexistente libertad religiosa en Dinamarca. Quien se convirtiera al catolicismo sufriría confiscación de bienes y se negó a los católicos el derecho a hacer testamento, de manera que al morir todas sus posesiones pasaban automáticamente a la Corona. Estas disposiciones estuvieron vigentes en Dinamarca hasta 1849. Hasta 1860 cualquier sueco, danés o noruego que abjuraba de la religión oficial incurría en pena de exilio y confiscación de bienes.


Pasaje de “Imperiofobia y leyenda negraMaría Elvira Roca Barea.

Un comentario en “Persecuciones religiosas en Inglaterra – Pasaje de “Imperiofobia y leyenda negra” / María Elvira Roca Barea

  1. Sino recuerdo mal, el King James, envió 500.000 irlandeses como esclavos a las colonias de América, antes de que llevarán negros; cuando se retrasaban los buques por mal tiempo o enfermaban, tiraban a los católicos por la borda, hombres mujeres y niños, para cobrar el seguro.
    Eso es la PÉRFIDA ALBIÓN

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