
Fin de la Segunda Guerra Italiana o Guerra de Nápoles (1499-1504). Muerte del Gran Capitán
Pocos meses después murió la reina Isabel la Católica en 1.504, que siempre había salido al paso de las acusaciones de corrupción lanzadas contra el cordobés, dejó las manos libres a su desconfiado marido para enviar unos contadores de la corona a investigar al virrey de Nápoles.
En el otoño de 1.506, Fernando reclamó a Gonzalo claridad en sus cuentas nada más desembarcar en el reino italiano.
Es famosa la defensa que de él hizo en la corte su subordinado y amigo Diego García de Paredes, en la que, ante el rey, retó a enfrentarse a él en duelo quien dijera que había pasado por la mente de su señor traicionar en algún momento a su rey. Nadie, por supuesto, se atrevió a recoger el guante.
Ofendido por la ingratitud del Rey escribió las famosas cuentas del Gran Capitán: “Por picos, palas y azadones, cien millones de ducados; por limosnas para que frailes y monjas rezasen por los españoles, ciento cincuenta mil ducados; por guantes perfumados para que los soldados no oliesen el hedor de la batalla, doscientos millones de ducados; por reponer las campanas averiadas a causa del continuo repicar a victoria, ciento setenta mil ducados; y, finalmente, por la paciencia de tener que descender a estas pequeñeces del Rey a quien he regalado un reino, cien millones de ducados”.
Fernando el Católico remplazó en 1.507 al Gran Capitán como virrey de Nápoles. Ambos regresaron en la misma comitiva a España, en el caso del general después de una década fuera de la península. El cordobés buscó sin éxito ser nombrado Maestre de la Orden de Santiago y volver a ponerse al frente de los ejércitos del Rey. El aragonés creía que el Gran Capitán ya había sido convenientemente recompensado y le postergó de la política.
El matrimonio real entre Isabel y Fernando tuvo entre otras consecuencias que se impusiese a Castilla la política exterior de Aragón, de modo que Francia pasó de ser la aliada tradicional de Castilla a la enemiga de España hasta la guerra de Sucesión (1701-1714). Aragón implicó la población y los recursos castellanos en Italia y el Mediterráneo. Cuando en 1494 el rey Luis VIII invadió Italia para apoderarse del reino de Nápoles, vinculado a la familia real aragonesa, los Reyes Católicos enviaron a Sicilia al Gran Capitán para auxiliar a Alfonso II, primo de Fernando.
Y ahí Gonzalo Fernández de Córdoba se encontró con su destino. Sus virtudes y su clarividencia dieron frutos en la victoria de Ceriñola (28 de abril de 1503), en que el español aplastó a las tropas francesas: los arcabuceros derrotaron a la caballería pesada.
El mariscal británico Bernard Law Montmogery califica así al Gran Capitán en su obra Historia del arte de la guerra:
«El hombre que primero reconoció la potencialidad táctica del arcabucero, el soldado de infantería equipado con un arma de fuego, y quien primero lo integró en un sistema táctico afortunado, fue Gonzalo de Córdoba. (…) Llegó a la conclusión de que la clave del éxito estaba en los arcabuceros, y, de acuerdo con ello, aumentó grandemente su número. Los equipó con los arcabuces más modernos llevando además cada hombre una bolsa con balas, una mecha, material de limpieza, una baqueta y pólvora en unos tubos colgados de la bandolera. Estaban armados además con una espada y protegíanse con un casco, pero escasamente llevaban otra armadura corporal. Juzgaba Gonzalo que un número suficiente de arcabucero sólidamente atrincherados podían contener el asalto de cualquier número de ballesteros, piqueros o caballería, exactamente como hicieran los arqueros ingleses armados con el arco largo».
Como ha escrito José Enrique Ruiz-Doménec, biógrafo del Gran Capitán, éste,
«llevó a cabo una nueva concepción del arte de la guerra, un instrumento de poder como no lo había tenido ningún rey hispánico hasta entonces, y fundamento en último término del futuro imperio».
En 1506, el rey Fernando, casado ya con Germana de Foix, se reunió con el Gran Capitán en Nápoles, en una escena teatralizada por Lope de Vega en Las cuentas del Gran Capitán. Con gran inteligencia, el francés Luis XII elogió al militar para aumentar los celos del monarca español. Éste le destituyó del virreinato de Nápoles y le ordenó que regresase a España, aunque, para endulzar el disgusto, prometió al Gran Capitán el maestrazgo de la Orden de Santiago, promesa que no cumplió.
El cordobés acudió a Juana La Loca, auténtica soberana de Castilla, que, a pesar de su incipiente locura, le nombró alcalde de la ciudad de Loja.
La victoria del rey francés Luis XII en Rávena (abril de 1512) indujo al Papado y la República de Venecia a solicitar que se recuperarse a Fernández de Córdoba pero Fernando el Católico se negó a recuperar a su servidor.
En el verano de 1.515, la salud del Gran Capitán entró en crisis. Las fiebres cuartanas (palúdicas), que contrajo en la ribera del Garellano poco antes de la batalla de mismo nombre, fueron consumiendo su salud poco a poco, murió el 2 de diciembre a la edad de 62 años. Unas pocas semanas después, el 23 de enero, moría el rey Fernando.
Un artículo poco informado:
Gonzalo demostró que todo lo que tenía de excelente para la milicia, le faltaba como administrador y como político.
Gonzalo desde febrero de 1504, con 51 años, vive días de triunfo, rodeado de la nobleza napolitana, poetas, letrados, fiestas y conciertos. Quien fue incomparable estratega y guerrero no lo es tanto a la hora de hacer funcionar el reino. Lo gestiona como un emperador olvidando que un virrey es solo un funcionario de la corona.
Durante casi seis meses no envía información alguna al rey. El 20 de mayo de 1504, recibe una primera dura amonestación de Fernando porque” no haya ninguna justicia, sino muertes, robos y malos tratamientos de pueblos…, lo que es para Nos causa de muy grande enojo.”
El enfado aumenta cuando llega a conocimiento de los RRCC que había unido su escudo familiar al escudo real en los documentos oficiales. Fernando disimula “habemos visto el sello con el que ahí se sellan las provisiones, dentro del cual están vuestras armas junto a las nuestras…, parece yerro del que hizo el sello…, debéis hacer uno en el que solo haya nuestras armas reales”.
Pero el error más serio fue cuando ofreció asilo en Nápoles a Cesar Borgia poniendo peligro las relaciones con el nuevo Papa Julio II enemigo a muerte de los Borgia. Con Isabel en sus días finales, Fernando desautoriza al Gran Capitán y ordena la prisión inmediata de César que debía ser enviado a España. En las instrucciones le reprendía porque: “la honra que se ganó conquistando se pierda mal gobernando”, y respecto a los desmanes, abusos y falta de justicia era contundente pues “para Nos es causa de muy gran enojo, porque creemos que la principal causa de este mal tratamiento es ser la gente de guerra mucha y mal pagada, y tenerla vos mal mandada”. Llovía sobre mojado pues los RRCC estaban profundamente amargados por la experiencia de Colón y sus familiares en la Española.
En cuanto a las famosas «cuentas», nada tienen que ver con las cuentas auténticas que se conservan en dos expedientes de la Tesorería Real. El de la primera campaña de italia, está firmado por Gonzalo en Ocaña en 1499, y otro, un grueso manuscrito de mil páginas, de la segunda campaña. Se conservan en el Archivo de Simancas.
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