Poco después de instaurarse la Revolución comunista de 1917, un comisario de Lenin se dedicó a perseguir a la Iglesia, convencido de que podía erradicar sus casi dos mil años de historia de un plumazo. Este fue su episodio más rocambolesco

El ataque más rocambolesco e insólito de todos se produjo a comienzos de 1918, con el llamado «Juicio del Estado Soviético contra Dios». El episodio coincidió con el comienzo de la época iconoclasta de la URSS. El zar Nicolán II había sido derrocado un año antes, aunque faltaban aún seis meses para que
En esta vorágine de acontecimientos se organizó en Moscú un tribunal popular al que el
Un juicio «divino»
El 16 de enero de 1918 fue el día elegido para que se celebrara aquel acto sin precedentes que se alargó durante cinco horas y fue presenciado por una gran cantidad de público. A simple vista no parecía haber diferencias entre aquel juicio «divino» y otro terrenal. Los detalles estaban perfectamente cuidados, como si de un proceso legal se tratara, con una una

En primer lugar se produjo la lectura de todos los delitos que el pueblo ruso, en supuesta representación del resto de la especie humana, atribuía el «reo». Los fiscales presentaron una gran cantidad de pruebas basadas en testimonios históricos, según los cuales la imputación principal estaba clara: Dios era culpable. Los defensores designados por el Estado soviético, por su parte, aportaron pruebas de su inocencia. Llegaron incluso a pedir la absolución del acusado, alegando que padecía una «grave demencia y trastornos psíquicos» y que, por lo tanto, no era responsable de los hechos que se le achacaban.
Lunacharski no era exactamente un ignorante en lo que a cuestiones religiosas se trataba. Todo lo contrario. El presidente del tribunal había aprovechado sus años en París y las largas temporadas que había pasado en la cárcel antes de
Cinco horas de apelaciones
Tras cinco horas de testimonios, apelaciones y protestas, el tribunal declaró finalmente «culpable» a Dios de los delitos por los que era juzgado. A continuación, Lunacharski leyó la sentencia: el Señor era condenado a muerte y debía ser fusilado a la mañana siguiente. Hasta entonces, sus abogados no tendrían derecho a interponer ningún tipo de recurso ni establecer el más mínimo aplazamiento. Al amanecer, un pelotón llevó a cabo los deseos del juez disparando varias ráfagas al cielo de Moscú.
Pocos años después, entre 1923 y 1929, la astucia del pensamiento bolchevique aconsejó no repetir este tipo de actos ni la persecución abierta contra la Iglesia de los años anteriores. El mismo Lunacharski condenó los excesos cometidos en este sentido. Lo hizo poco antes de morir, el 26 de diciembre de 1933, justo durante su viaje a España, donde acudía para