Durante años, la televisión autonómica de Cataluña no ha cejado en emitir programas en los que se ensalzan a las Brigadas internacionales. En ninguno de estos programas propagandísticos se ha mencionado la suerte que sufrieron muchos brigadistas en los Campos de trabajo. Ya George Orwell, en su Homenaje a Cataluña, resalta que “Extranjeros procedentes de la Columna internacional y de otras milicias eran empresonados cada vez más en número creciente. Generalmente eran detenidos por desertores (…) el número de desertores extranjeros prisioneros llegaron a diversos centenares, pero la mayoría llegaron a ser repatriados gracias al escándalo que se produjo en sus países de origen”.
La descripción de Orwell no deja de ser idílica si tenemos en cuenta la suerte que sufrieron muchos de ellos. Para empezar, muchos ni siquiera contaban con pasaporte pues les había sido retirado nada más llegar a España. Cecil Eby, en su obra Voluntarios norteamericanos en la Guerra civil española, relata el desengaño que sufrieron los brigadistas al ser testigos de la estalinización de la política republicana y la consiguiente represión del POUM del cual muchos brigadistas eran simpatizantes. Las deserciones empezaron a abundar, al mismo tiempo que las detenciones. Los brigadistas detenidos iban a parar principalmente a la prisión de Albacete, tristemente famosa por su rigor extremo.

Tras dividirse la zona republicana, los brigadistas hechos prisioneros en Cataluña fueron remitidos a la prisión de Castelldefels o a los Campos de trabajo. La prisión de Castelldefels estaba dirigida por un hombre sanguinario: Tiny Agostino. Sus sicarios patrullaban constantemente Barcelona en busca de desertores. Como los brigadistas fugitivos solían dirigirse al consulado norteamericano, sito en la Plaza Cataluña, o al Hotel Majestic, estos dos lugares eran vigilados día y noche por las patrullas.
Los brigadistas internados en los Campos de Trabajo sufrieron lo indecible y muchos fueron asesinados indiscriminadamente. Cecil Eby, en la obra anteriormente citada, relata que: “A primeros de abril [de 1938], se produjo una ejecución brutal a las afueras de Tarragona. Varios centenares de miembros desperdigados de las Brigadas Internacionales habían sido concentrados en un campamento del norte de la ciudad, donde los comisarios les habían clasificado en tres categorías: 1) Los que debían regresar a sus unidades; 2) los que debían ingresar en batallones de trabajo, y 3) los que debían ser encarcelados en Castelldefels”.
Muchos de ellos fueron fusilados. Una parte importante de las deserciones de los brigadistas se produjo durante la Batalla del Ebro. La famosa Brigada Lincoln, por ejemplo, sufrió una debacle en Corbera de Ebro que propició el abandono de muchos brigadistas. Los desertores iban recorriendo los campos, perseguidos tanto por las fuerzas nacionales, por los hombres del SIM (Servicio de Inteligencia Militar), o por los soldados republicanos.
Muchos fueron cazados como perros, encarcelados e incluso algunos fusilados. Peter N. Carroll, en su obra La odisea de la brigada Abraham Lincoln, constata cómo en la medida que se iba torciendo la guerra para los republicanos, el número de desertores entre los brigadistas fue creciendo, pues tal y como alguno de ellos declaró ante su cónsul estaban “cansados de tanta guerra”. Sin embargo, los consulados norteamericanos no les daban pasaporte y hubieron de enfrentarse al castigo que la República deparaba a los desertores.