Los «malos de la película»: las Joventuts d’Esquerra Republicana-
Enric Ucelay-Da Cal – Universitat Autònoma de Barcelona
Resumen:
Usando el símil publicitario entre una reconstrucción periodística y un película, analogía muy frecuente en la prensa barcelonesa de los años treinta, el autor hace un repaso a la evolución de las Joventuts d’Esquerra Republicana-Estat Català (JEREC) a lo largo de los años republicanos, hasta el final de la guerra civil. Siguiendo la pauta metafórica establecida, el autor muestra cómo el impacto de la Primera Guerra Mundial en Barcelona sirve como «fábrica de los sueños», que lanza el ideal de un partido-milicia de signo nacionalista radical. Igual que la «meca del cine» se convirtió en un punto de atracción de gentes con aspiraciones, el «separatismo» catalán se constituyó como un movimiento barcelonés de inmigrantes del campo o de los pueblos catalanes a la metrópolis. Pero la evolución política del ultracatalanismo resultó ser frustrante, ya que los miembros de la JEREC siempre fueron puestos en el papel de ser los «malos de la película». En 1931-1933 resultaron «malos» por macianistas: la invención de las JEREC irritó a los nacientes grupos nacionalistas alternativos a Macià (muchos camino de los comunismos catalanes) y su Esquerra Republicana; más adelante, en un ambiente de rivalidades dentro de la Esquerra, su expansión fue oscurecida por la sombra de la acusación de ser un «fascismo catalán». En 1934, a los de Estat Català se les tachó de «malos» al fracasar en la revolución de octubre y por su dependencia en el juego del nuevo presidente catalán Companys. Finalmente, en 1935-1936, y más todavía en el tiempo de confusión y guerra, a los miembros de las JEREC se les consideró como los «malos» por ser «anticompanysistas», luego, por ser unos «nacional-revolucionarios» frente a la revolución de los libertarios y, para acabar, por su oposición relativa a la hegemonía comunista.
En los años treinta, el entonces nuevo medio del cine fue un símil constante al comentar la política catalana. En las películas baratas de Hollywood de aquella década, hechas todavía sin color, en especial en los westerns producidos casi en serie, era cómodo guiar al público con una contraposición rígida de roles: el estereotipo de «los buenos», literalmente whitehats o sombreros blancos, se enfrentaban a los blackhats, «los malos», cubiertos en negro, que, por supuesto, siempre, tras traiciones mil, perdían en la lucha final. Era una imagen que no quedaba tan lejos de los tópicos acerca de las «camisas negras». Desde los eventos de 1934-1936, las Joventuts d’Esquerra Republicana-Estat Català (o Joventuts de Esquerra Republicana d’Estat Catala pero siempre mejor —y, sin duda, más cómodamente— conocidas como las JEREC, por sus siglas) han quedado cargadas con una reputación política del todo negativa, por decirlo de algún modo. Para mejor situar en perspectiva esta tara infamante —la acusación de «fascismo»— puedo recurrir, como recurso literario, al contemporáneo cliché cinematográfico. Será el planteamiento abierto —el interrogante, si se prefiere— que vertebrará este ensayo.
Para entender el especial rol político jugado por las JEREC es preciso ver que representaron un intento de lograr una especial síntesis organizativa. Durante los primeros años republicanos, las JEREC sirvieron como marco para el sector nacionalista de la ERC y hasta pretendieron actuar como corriente independiente a la primera etapa presidencial de Lluís Companys, entre diciembre de 1933 y octubre de 1934. Las JEREC fueron las primeras juventudes oficiales de un «partido gubernamental» en el sentido casi intrínseco, ya que siempre resultó muy difícil, en los breves años republicanos, separar la función de la Generalitat de la de la Esquerra. La ERC puede ser —yo lo he argumentado diversas veces— mejor interpretada como un «partido único» de signo populista, muy parecido a los que, poco después, empezaron a proliferar por Latinoamérica[1]. Con su ambigüedad correspondiente, su antecedente sería, más que la explicitación italiana del mussolinismo, la pauta establecida por el kemalismo turco y su Partido del Pueblo, anunciado en 1922, fundado en 1923 y devenido en 1927 en Partido Republicano del Pueblo[2].
Como resultado de la circunstancia de la ERC como «partido gubernamental» de hecho, sus Juventudes eran oficiosas, ya no oficiales, y, estrictamente hablando, contradictorias, ya que pretendían la convergencia de republicanos y catalanistas, una síntesis que, de reiterativa, no ha acabado —aún hoy— de ser del todo funcional. Más importante, dentro de la especial lógica del difuso nacionalismo catalán, las JEREC pretendían agrupar y controlar un nacionalismo institucional, estatalista (a la catalana) con la retórica y el simbolismo de un previo movimiento subversivo, apegado a la idea de la insurrección armada a gran escala. Como entidad ecléctica, habían de equilibrar nacionalistas con republicanos, pero, a la vez, compensar a los sectores ultracatalanistas (sus rivales, siempre embriagados con sueños de «nuevos almogávares» luchando por la liberación nacional contra nuevas alevosías españolistas) con la disciplina de ser «homes del president» al servicio del «gobierno legítimo de Cataluña». Como hombres y jóvenes tenían mucha más resonancia que la sección femenina de la ERC, proporcionalmente inferior a la entidad de la Lliga[3].
La «fábrica de los sueños»: el impacto de la Primera Guerra Mundial en Barcelona
El separatismo catalán apareció en los años noventa del siglo XIX, en los grupos de jóvenes formados más o menos al calor de la Unió Catalanista[4]. En realidad, si bien hubo algún antecedente, todo nació a partir de la celebración del «primer Onze de setembre» en Barcelona en 1901, incidente en el cual una treintena de jóvenes del sector de servicios —horteras, según la terminología madrileña de la época— intentaron depositar unos ornamentos florales con expresiones patrióticas al pie del monumento al héroe Rafael Casanova, figura emblemática de la lucha antiborbónica y su derrota en 1714, siendo perseguidos por la policía y arrestados[5]. De tales polvos vinieron los lodos posteriores, dicho sea con todo el respeto. Este hecho nimio sirvió como punto de partida y dejó visible una serie de características que marcaron el separatismo catalán desde entonces en adelante.
El extremismo catalanista, pues, nació con una insuperable relación de dependencia (mutua, por otra parte) con el regionalismo más moderado, fuera éste monárquico (la Lliga) o republicano. En la medida que la Lliga ofrecía «conquistar» España, desde la superioridad de una sociedad civil industrial, para crear un nuevo «imperio», una monarquía dual o federal que reconocería la diferenciación de una Corona catalana, la respuesta nacionalista radical fue, por definición, «antiimperialista» y, por implicación, republicana en asuntos hispanos[6]. El «antiimperialismo» se convirtió en la idea fundamental del pensamiento del Dr. Domènec Martí i Julià, un psiquiatra de ideas fijas que se hizo con el control de la Unió Catalanista, para ver cómo esta entidad se deshizo, en la práctica, al intentar darle un sentido político mínimo[7][8]. El pobre Dr. Martí murió con el corazón roto en 1917 y fue sucedido por un pintoresco diputado, un ex oficial antimilitarista, escindido de la Lliga, Francesc Macià[9]. Éste abrió la puerta a la formación de un «partido-milicia», una formación paramilitar, dispuesto en teoría a forzar una ruptura y defenderla armas en mano. Era una postura bastante teatral, pero que tenía, en el medio catalanista juvenil, su atractivo[10].
La base conceptual de toda política realmente extremista —de izquierdas, se entiende— en la Cataluña decimonónica era el modelo garibaldino, aunque para los católicos estaban los héroes carlistas, en el fondo bastante parecidos[11]. En las dos primeras décadas del siglo XX, los jóvenes separatistas se acostumbraron a añadir el sueño de un marco combativo («Els nets dels Almogàvers») a las declaraciones de simpatía que por otras naciones oprimidas gustaba de ejercitar el regionalismo «lligaire». Al estallar la Primera Guerra Mundial, los nietos de Garibaldi formaron una Legión con voluntarios italianos para luchar al lado de Francia, en nombre de las pequeñas naciones —Serbia, Bélgica— aplastadas por el conjunto opresivo de absolutismo y militarismo inherente a los Imperios centrales[12]. Mientras la vetusta Unió Catalanista se evaporaba en las agitaciones francófilas de 1915-1916, los separatistas se entretuvieron con una campaña, bastante imaginaria, para realizar desde Cataluña el mismo «intervencionismo» bélico que habían llevado a cabo los garibaldini italianos[13].
El resultado fue que, al acabar la guerra, el separatismo se transformó. Adquirió por primera vez una forma orgánica, un patrón de estilo paramilitar más o menos unitario en sus pretensiones, que entonces permitió fusionar las muchas y diversas iniciativas de grupos de barrio barceloneses (o de algunas, pocas, ciudades comarcales), así como codificar las múltiples sugerencias de símbolos independentistas (la bandera de la estrella solitaria y un largo etcétera). Se produjo así un especial cóctel ultracatalanista que tenía cierto regusto italiano, aunque se expresase explícitamente por analogía con la «Guerra de Independencia» irlandesa de 1916-1922. Con la queja de la Renaixença frustrada, todavía por culminar (la «nacionalización de Cataluña», en famosa expresión de Antoni Rovira i Virgili), se podían asumir posturas socialmente «avanzadas» o estéticamente «futuristas». Esta mezcla sedujo en especial a los dependientes del comercio (los inquietos horteras catalanes), pero también a estudiantes, incluso a algunos sindicalistas vagamente modernistas y libertarios, además de soñadores varios de la simultánea revolución nacional y social. Todos estos componentes, numéricamente escasos, se fundieron a inicios de 1919 en la Federació Democràtica Nacionalista (FDN), que, a su vez, se convirtió en 1922 en Estat Català, bajo el liderazgo carismático de Francesc Macià.
De hecho, este nuevo nacionalismo radical catalán, con su estadolatría explícita y su «nacionalismo social», era la misma potente mezcla de elementos ideológicos que permitió a Benito Mussolini, también en 1919 (pero un par de meses más tarde), fundar sus Fasci de Combattimento en Milán. Este «fascismo» (o, en su sentido literal en italiano, «unitarismo») se forjó con los componentes del viejo garibaldismo, ya agotado, así como del nacionalismo intervencionista y desengañado, todo decorado con las quejas tópicas del Risorgimento traicionado y aderezado con la llamada a la participación de la vanguardia futurista y d’annunziana[14]. Mussolini, por su evolución, encontró cualquier camino de retorno bloqueado por la izquierda de la cual provenía; por ello, no tuvo más remedio que expandir sus Fasci hacia los oficiales desmovilizados del Ejército italiano. Así, las huelgas italianas de 1920 hicieron la fortuna del mussolinismo como derecha de tipo nuevo, derivado de la idea de la «milicia como partido»[15].
La situación catalana fue un producto ideológico muy parecido, con una situación completamente al revés. El separatismo de Macià topó en plena calle con los militares; éstos —de cuyas filas él provenía— estaban excitados en su contra, de acuerdo en este punto el militarismo de «junteros» con el de los «africanistas». Sólo podía apuntar hacia la extremísima izquierda, por encima de Lerroux, que había defendido un «intervencionismo» filofrancés más usual en el marco político español, para enlazar con los libertarios, tanto ácratas como anarcosindicalistas[16]. En cambio, con sus enemigos a la derecha, situado a la izquierda sin acabar de formar parte de ella, el primer macianismo —la FDN— no pudo sobrevivir mucho a las huelgas catalanas de 1919[17]. Tan sólo en el exilio después de 1923, situación en la cual todos jugaban al juego de las apariencias, pudo el macianismo adquirir los medios ideológicos y sobre todo simbólicos («los únicos que lucharon contra Primo y el rey felón») para llegar a ser un populismo de masas[18].
El «separatisme»,un movimiento barcelonés de inmigrantes catalanes
La aparición del catalanismo político llevó a una radicalización que encontró su clientela natural en la inmigración juvenil catalana a la gran ciudad. El nacimiento y desarrollo del nuevo catalanismo —la evolución de la difusa propuesta de Almirall a la Lliga de Catalunya, después a la Unió Catalanista y, como culminación «intervencionista» y electoral, a la Lliga Regionalista— fue acompañado de cerca por la formación de pequeñas entidades locales y exaltados semanarios o quincenales de corta vida (cuatro caras, una hoja doblada, «fulles de col» u «hojas de col» realizadas «pels de la ceba», los obsesionados con el tema patriótico), todos obra de «colles» de amigos imbuidos del sentimiento de que la «terra», el olor del campo catalán vivo, estaba también bajo los adoquines de la metrópolis y su excesiva españolización.
Dicho de otra manera, el nacionalismo radical fue la expresión directa de gente joven que abandonaba el campo catalán para irse a una Barcelona que tan sólo les parecía a medias catalana. Así, en diversas etapas o promociones de inmigrantes, los ultracatalanistas estuvieron dominados por «nois» venidos a buscar una promoción social que no podían encontrar en el marco agrario; estaban impulsados por el sistema de herencia catalán, fundamentado en la primogenitura, que todo lo dejaba a «l’hereu» a cambio de un trabajo (o hasta una carrera, en caso de los payeses ricos) para los «fadrins», los hermanos menores. Llegaban a la capital catalana para enfrentarse a una urbanización salvaje y una mezcla de toda especie de gente. Respondieron con el gusto por los deportes más vinculados a la exaltación de la ruralidad catalana y sus tradiciones en proceso de desaparición: el excursionismo, que hasta entonces había sido un pasatiempo de señoritos dispuestos a descubrir sus raíces. Pero los paseos en fila por caminos estrechos pronto inspiraron visiones de combate, de una lucha armada de tipo garibaldino frente a la aparente pasividad o indiferencia de la «burguesía» de la gran ciudad y los «botiguers», los «senyors Esteve» según la caricatura de Santiago Rusiñol; por el contrario, ellos, los trabajadores con ambiciones llegados directamente de la «terra», serían los «Estevets», como descendiente creativo de la sucesión del «Senyor Esteve» retratada por la sarcástica pluma rusiñoliana. La inspiración excursionista fue importante: uno de los primeros núcleos, ya por los años setenta del siglo XIX, había soñado fútilmente con convertirse en una Societad X capaz de alzarse contra la iniquidad española; del mismo modo, pero ahora como «Estevets» modernistas, surgió la idea, claramente inspirada en la tradición de los garibaldini y en la coyuntura de la guerra europea de 1914-1918, de formar escamots y, eventualmente, un Exèrcit de Catalunya compuesto de voluntarios, que podría reproducir la gesta de los Garibaldi y, en el contexto tras 1916, también del Sinn Fein irlandés[19].
Así, repasar la lista de protagonistas del nacionalismo radical es encontrar, uno tras otro, nois nacidos en comarcas y venidos a Barcelona. El «separatismo», pues, fue un movimiento urbano, liderado por cuadros traspasados de la ruralidad a la urbanidad. No se consiguió sostener un movimiento «separatista» fuerte en los puntos de origen, sino que todas las inquietudes convergieron en Barcelona. Hasta 1939, el nacionalismo radical fue netamente barcelonés, pero con unas redes personales, sociales y familiares que lo retrotraían a la ruralia, fuese a la primera y exigua promoción de los años noventa y principios de siglo, o a la segunda, inspirada por la Primera Guerra Mundial y lanzada a la creación del primer separatismo, el abortado Partit Obrer Nacionalista de 1918, la FDN de 1919, acaparadora de grupos locales, y, finalmente, en 1922, Estat Català, como modelo claramente paramilitar (el Exèrcit de Catalunya), en competencia con el partido recién fundado Acció Catalana, escisión nacionalista de la Lliga.
Obligado en septiembre de 1923 a refugiarse en Francia por el golpe de Primo de Rivera, Macià intentó refundar el Exèrcit de Catalunya con la pretensión de ser la representación de un «Estado catalán» en formación, de la cual él se atribuía una especie de presidencia en el exilio. Macià quiso organizar su alzamiento —para ello financió a los anarcosindicalistas— hasta el fallido intento de «revolución» de octubre-noviembre de 1926 (la inexistente «batalla de Prats de Molló»), cuando fue frenado por la policía francesa. Pero supo dar la vuelta a su derrota: convirtió su juicio en un circo mediático y, tras ser expulsado a Bélgica, hizo un viaje por todas las colonias de la emigración catalana en las Américas. Estat Català, reorganizado esta vez dentro de Cataluña, en la clandestinidad, supo proyectar su imagen y promover la unidad de nacionalistas y republicanos, justo a tiempo para el retorno del «cabdill» o caudillo y la convocatoria de comicios municipales por el gobierno posdictatorial del almirante Aznar, respaldado por Romanones y la Lliga. La victoria estrepitosa de las candidaturas macianistas permitió a éste y a su recién adquirido aliado republicano, Lluís Companys, proclamar en Barcelona el cambio de régimen el 14 de abril.
Malos por macianistas: la invención de las JEREC y la sombra del «fascismo catalán»
La obligación de Macià, como presidente de una Cataluña sólo autónoma, para entenderse con el tenor de la política «madrileña» de la nueva República produjo escisiones a lo largo de 1931-1932 y, en consecuencia, diversos «Estat català», cada uno reivindicando una interpretación determinada de la pureza perdida[20]. Como partidos por definición «nacional-revolucionarios», los diversos «Estat català» de los años treinta se encontraron con la gran disyuntiva —¿fascismo o comunismo?— que tomó forma con el ascenso del hitlerismo al poder en Alemania[21]. La literatura acerca del separatismo catalán barcelonocéntrico que apareció en los años treinta parecía manifestar un cierto acuerdo: la demostración visible de poder nacionalista radical bajo Macià era muy parecida a un «fascismo». Concretamente, en el debate de 1933, la acusación de la izquierda catalanista opuesta a Macià de que el presidente abrigaba o protegía «tendencias fascistas» tomó cuerpo y credibilidad gracias a la muy oportunista e interesada propaganda anarcosindicalista[22]. La historiografía externa a Cataluña ha tendido a dar crédito a estas acusaciones, mientras que los investigadores catalanes, en general anclados en un catalanismo blindado (además de sus orejeras neomarxistas), han evitado tocar tan delicado tema para evitar cualquier controversia[23]. Pero ¿por qué la confianza en una afirmación tan infamante, compartida por una gama tan variada de enemigos? ¿Por qué el morboso e insistente interés en el «fascismo» dentro del «separatismo» catalán, y no su apego comunista, que se mostraría cada vez más importante?
Los orígenes de las JEREC no se encuentran en la Conferencia del Ateneu de Sants que dio lugar a la ERC a mediados de marzo de 1931[24]. Más bien las JEREC surgieron del servei de ordre informal, pero disciplinado, bajo la dirección de Miquel Badia y Capell, que el 14 de abril y días sucesivos se hizo cargo del edificio del flamante gobierno de la «República Catalana». Muy joven, Badia había formado parte de la iniciativa separatista contra la dictadura primorriverista en el «interior», el grupo «Serra del Cadí», con el rótulo de cobertura de «Bandera Negra», que cayó con el fracasado atentado de la bomba del Garraf en 1925. Junto con Jaume Compte, fue torturado, hecho que le otorgó un prestigio considerable, pero salió amargado del penal de Burgos, el más duro del sistema carcelario español[25]. En la coyuntura «revolucionaria» de 14 de abril se habló de formar una Guàrdia Cívica Republicana (GCR), iniciativa a la que se sumaron todos los jefes nacionalistas partidarios de la lucha armada, como Daniel Cardona, Josep Maria Batista y Roca o Ricard Fages. Con la creación formal, el 17 de abril, de la Generalitat como institución reconocida de Derecho español, mediante pacto con el gobierno provisional de la República, Macià suprimió de golpe la idea de una fuerza armada catalanista mediante el sencillo expediente de cerrar la oficina de la GCR. Ello arrastró muchas consecuencias en el medio ultracatalanista, ya que la tesis central del «Estat Català histórico» —lo que había sido, al menos en términos oficiales, la gran justificación del cabdillatge o caudillaje de «l’Avi Macià», en tanto que antiguo teniente coronel— era que se formaba un Exèrcit de Catalunya, fuerza armada que estuviera capacitada por su formación y temple (y su equipamiento secreto) para convertirse, de la noche al día, en acción y despliegue. Así que la llave echada al despacho de la flamante GCR provocó la furia de los ultracatalanistas, tanto los de izquierdas como los de derechas[26]. Pero quien estaba sobre el terreno, en la práctica, era el enérgico Badia.
Ante el vacío creado, el heredero del macianismo más militante fue Badia, que se mantuvo fiel a «l’Avi». En el verano de 1931, Badia se alió políticamente con el Dr. Josep Dencàs i Puigdollers (quien había protagonizado una reducida «Unió d’ Esquerres Catalanes», disidente de la Acció Republicana de Rovira i Virgili, cuando ésta se refundió otra vez con Acció Catalana, antes de la formación de la ERC). Opuestos a los escindidos de Estat Català por la derecha y la izquierda, Badia y Dencàs juntos representaban la inteligencia del nacionalismo de acción devoto de Macià con los ambiciosos que carecían de un combativo pedigrí catalanista, pero no de iniciativas en un marco de incipiente burocratización[27]. En la medida que los militantes nacionalistas más descontentos —como Compte— fueron escindiéndose de la ERC y reclamando el rótulo pronto nostálgico de «Estat Català» en nombre de la integridad, Badia y Dencàs delimitaron el espacio de una organización juvenil dentro del mismo «partido gubernamental» catalán, ámbito descuidado por las familias republicanas del mismo.
Con las JEREC bajo su control, el duo creó una base de poder alternativo a los dirigentes históricos de Estat Català más cercanos al presidente Macià —como el Dr. Jaume Aiguader, alcalde de Barcelona, o el poeta Ventura Gassol, consejero de Cultura de la Generalitat— que no prestaban atención a la tarea de crearse, para su personal beneficio político, una infraestructura propia dentro de la ERC[28]. A lo largo de 1932, con la ambición de ir más allá de ser una mera fracción del «partido gubernamental» catalán, Badia amplió las JEREC, multiplicando tanto los centros específicamente de Estat Català o instalando Joventuts en casals en manos de otras facciones, si bien ni él ni Dencàs contaban con el favor explícito de Macià. Siempre quedaron entidades adscritas a las Joventuts que se mantuvieron fuera de sus manos, desde importantes centros como la «Joventut La Falç» de Barcelona o la llamada «Joventut Republicana de Lleida» (que en realidad era la sede del republicanismo leridano), hasta grupúsculos que, a pesar de ser diminutos, disfrutaban de una gran capacidad de ruido mediático, como, por ejemplo, «Pàtria Nova», una pequeñísima agrupación en el barrio barcelonés de Gràcia encabezada por el infatigable Domènec Latorre[29].
En 1933, sin embargo, la anticipación de los traspasos de seguridad sirvieron como oportunidad para Badia, que estableció una política abierta de enlace con los cuadros policiales existentes e impulsó una actuación dura contra el terrorismo de los grupos anarquistas, tanto por la vía oficiosa como por la oficial (en diciembre ocupó la Secretaría General de la Comisaría de Orden Público, para pasar a ser jefe de servicios en marzo de 1934). Dencàs, consejero de Sanidad y Asistencia Social desde enero de 1933, se hizo un nombre como reformador eficaz. Las secciones de las JEREC e incluso los «Casals d’Estat Català», directamente controlados por el sector nacionalista, tuvieron un notable crecimiento a lo largo de 1933 y 1934[30].
La oportunidad del dúo vino a partir de septiembre de 1933, con la escisión del llamado Grup de «L’Opinió», en concreto con la salida de la ERC de Josep Tarradellas, quien, como consejero de Gobernación desde diciembre de 1931 hasta enero de 1933, se había destacado como el hombre clave para las delicadas relaciones de la autoridad autonómica con las fuerzas de orden público, mientras fueron estatales y no traspasadas. Una parte del sector juvenil que exigía una formación propia, al margen de la obligada unificación de las JEREC como organismo único del «partido gubernamental», en especial quienes se identificaban como republicanos, como la Joventut Esquerrista, junto con otros portavoces jóvenes, como Josep Maria Lladó, todos identificados entre sí por la campaña contra Dencàs y Badia, los siguió en la formación del Partit Nacionalista Republicà de Esquerra (PNRE), con sus propias Joventuts30.
En la medida en que el hasta entonces intocable Macià era criticado, tanto desde fuera de la ERC como desde dentro, el presidente catalán se apoyó en las JEREC, circunstancia que éstas o sus dirigentes lógicamente aprovecharon tanto para llevar a cabo alguna «acción» contundente contra los detractores (por ejemplo, el ataque a la imprenta NAGSA —en la que se imprimía la revista satírica El Be Negre— a finales de octubre) como para desplegar sus camisas caquis y sus pantalones cortos, encuadrados como escamots, en el gran desfile por la Gran Vía y la Plaza de España hasta el estadio de Montjuïc el 22 de octubre de ese mismo 1933. La prensa catalana estalló con fotos, reportajes y denuncias. El guirigay que surgió acerca de la amenaza del «feixisme català» fue enorme y se extendió hasta la prensa de Madrid, que gustosamente recogió las noticias respecto de tamaño peligro. Irónicamente, el desfile de las JEREC el domingo 22 consiguió mucha más atención que el acto fundacional de Falange Española, en el Teatro de la Comedia madrileño, una semana más tarde, el 29, que tuvo escasamente unas breves notas de prensa. Hubo algún contacto exploratorio entre gentes de las JEREC (sin representación orgánica) con los falangistas, pero el vínculo —explícito e implícito— del complejo fenómeno falangista y jonsista fue más bien por la Lliga[31].
Con tanto ruido mediático, el habitual socio electoral de ERC, la Unió Socialista de Catalunya, amenazó la ruptura si no eran desmontados los escamots. Tanta fue la presión que el 3 de diciembre se celebró una Asamblea Nacional Extraordinaria de las JEREC para disolver formalmente (que no en la realidad) a los grups de xoc del nacionalismo institucional. A pesar de las consecuencias del ostentoso despliegue en octubre, las JEREC se implicaron con otras acciones, como la intervención activa de afiliados como sustitutos —o sea, esquiroles o protección civil, para garantizar los servicios mínimos, según se mire— en la huelga de tranvías de Barcelona que pronto vino a continuación, en diciembre de 1933. De hecho, desde el verano, gentes de las JEREC, con placa de policía, estaban presionando a los grupos ácratas más terroristas y/o insurreccionalistas, mientras el mismo Badia les protegía desde la Comisaría de Orden Público, donde muchos policías, a pesar de las exigencias catalanizadoras de los nuevos directivos y sus amigos juveniles, simpatizaron con la respuesta al abuso y la lucha callejera que era la llamada «gimnasia revolucionaria» de los anarquistas en control de la CNT. Por implicación, frente al duro alzamiento que, en nombre del «comunismo libertario», llevaron a cabo los grupos anarquistas en el mismo diciembre de 1933, las JEREC podrían haber servido de segundo respaldo, después del Somatén y las fuerzas de seguridad mismas[32]. En efecto, llegado el verano siguiente, en 1934, con Dencàs ocupando interinamente la Consejería de Gobernación (por la muerte en junio de Joan Selves, titular desde enero de 1933), se desarmó al Somatén y sus fusiles Remington fueron distribuidos a «elementos de confianza» de las JEREC. Con la excusa de la campaña contra el terrorismo «faiero», Dencàs hasta se dirigió a Madrid y visitó a Diego Hidalgo, ministro de la Guerra del gabinete Samper, para ver si podía conseguir armamento más pesado, como ametralladoras o incluso algún coche blindado. Hidalgo, por su parte, consciente del enfrentamiento constitucional entre los gobiernos de Madrid y Barcelona, así como de la aproximación de la ERC a un PSOE cada vez más predispuesto al insurreccionalismo, rechazó la petición[33].
La gran pregunta de fondo era evidente: ¿eran las prietas filas del nacionalismo institucional, pero beligerante ante sus enemigos, sólo una forma de teatro político, según la moda uniformada del momento (las juventudes socialistas y las comunistas —y no sólo las «fascistas»— disponían de su vestimenta paramilitar[34])? O, por el contrario, ¿era un auténtico ejército particular y particularista, una fuerza cívico-paramilitar equivalente a la Acción Ciudadana de otras partes de España, y, en consecuencia, una amenaza para la libertad de criterio, expresión y hasta nacionalitaria (de los castellanoparlantes)?[35]
Malos por «companysistas»: la fracasada revolución de 1934 y el fantasmal «Ejército catalán»
La inesperada muerte de Macià el día de Navidad de 1933, muy oportuna en cuanto a la dinámica interna de la ERC, permitió pactar un reequilibrio: Dencàs descartó al poeta Gassol como candidato nacionalista a la presidencia de la Generalitat y prestó su apoyo a Companys, el dirigente del ala republicana del «partit governamental», a cambio de ser reconocido como jefe de fracción, con rango equivalente a un líder de partido en un gabinete de coalición. Dado que Companys pretendía reincorporar los diversos partidos republicanos y catalanistas hasta entonces en oposición al hegemonismo macianista, era una concesión fácil de conceder, y más cuando el nuevo presidente contaba con las JEREC como un medio de dotar de activismo a la presencia de la ERC en pequeños pueblos rurales de comarcas, y así cortar el paso al posible predominio de los comunistas «bujarinistas» del Bloque Obrero y Campesino. Mientras tanto, por si las moscas, cualquier iniciativa excesiva de las JEREC sería contrapesada por la Unió de Rabassaires, cuya dirección estaba de siempre vinculada al propio Companys[36]. Con un fuerte arraigo entre los estudiantes universitarios y de bachillerato de la capital catalana, las cifras entonces citadas por las JEREC estimaban unos diez mil afiliados. Así, las JEREC recibieron el beneficio tanto de Badia, como comisario de Orden Público, como de la interinidad de Dencàs en la cartera de Gobernación.
Durante la crisis constitucional entre los gobiernos de Barcelona y de Madrid a lo largo de 1934, las JEREC tuvieron un papel estelar: desarmaron el Somatén a lo largo del verano y, con ello, aparentaron tener el control de las comarcas catalanas, en conjunción con la Guardia Civil y los carabineros, supuestamente fieles a la Generalitat. Al calor del verano de 1934, las JEREC bajo el tándem de Dencàs y Badia quisieron imponer su control y fundir todos los «sectores de acción» nacionalistas —la OMNS (Organització Militar Nosaltres Sols!), la OrMiCa (Organització Militar Catalana) de Palestra, los grupos más difusos del Partit Nacionalista Català (PNC)— en un sedicente «Front Nacional de Joventuts», que, a pesar de todo, no logró cuajar[37]. Es en este sentido que se deben ver los eventos del Palacio de Justicia barcelonés, una serie de procesos de nacionalistas durante el estío, que culminaron con Badia arrestando al fiscal de la Audiencia e «incidentes» en los pasillos, provocados por algunos fieles de las JEREC, cuando se procesaba por desacato a un dirigente del PNC. La iniciativa de Badia, el 9 de septiembre, con gran impacto periodístico, llevó a su destitución el día 12 y, de hecho, a la ruptura de Companys con él muy personalmente, y, por extensión, con Dencàs.
El resultado del enfrentamiento entre el presidente autonómico insurgente y sus jefes «militares» fue la actuación más bien confusa de las milicias nacionalistas en la revuelta de la Generalitat el 6 de octubre, marcada por la inactividad, si bien tampoco los caballeristas socialistas se distinguieron por su combatividad en Madrid u otras partes, con la espectacular excepción de Asturias y su versión de la Alianza Obrera, que incluía a todos los obreristas, de la CNT a los estalinistas y sus rivales[38]. Con la derrota facilona de la rebelión catalana realizada por las columnas del Ejército, el descrédito político consiguiente cayó sobre las JEREC y sus ambiciosos líderes. Ello fue acentuado por el hecho incidental de que Dencàs fue el único consejero del gobierno catalán que huyó del arresto y del posterior juicio por alta traición (y lo hizo además por un túnel de la Consejería al alcantarillado), para pasar a un exilio francés junto con Badia[39]. Desde el extranjero, el dúo intentó alguna iniciativa de recuperación de su liderazgo, sin mayores consecuencias.
La fallida «revolución de octubre» (nótese las intencionadas resonancias soviéticas) representó la culminación de la iniciativa catalana en el contexto político de la Segunda República parlamentaria, ya que la dinámica asturiana llevó a un desplazamiento del centro de gravedad lejos de Barcelona[40][41]. Estat Català (entiéndase las JEREC) estuvo presente en el primer encuentro de tanteo de todos los partidos obreristas cara a la formación de una hipotético «partido único del proletariado», pero pronto desapareció sumido en una dinámica cada vez más «bolchevizante». La dispersión nacionalista-republicana la reflejó la asistencia al primer encuentro exploratorio de la unificación marxista.
Los muchos sectores partidarios de Companys o meramente envidiosos del poder ostentado hasta octubre por el tándem nacionalista orquestaron una auténtica campaña propagandística para culparlos del fracaso del alzamiento barcelonés[42]. En 1935 surgieron publicaciones de signo diverso que reivindicaban las siglas de las JEREC o del nonato Front Nacional. Tras el éxito del Front de Esquerres —el tinglado frentepopulista propio del marco político catalán— en las elecciones a Cortes del 16 febrero de 1936, que consagró el triunfo personal del «President màrtir», encarnación de la valentía catalana ante el dudoso y supuestamente «feixista» Dencàs, el retorno de los dirigentes nacionalistas señaló una agresiva ruptura dentro de las Joventuts, casal por casal, una purga preparada por los portavoces del «companyesismo», el Dr. Josep Antoni Trabal, Pere Foix y, en la vanguardia, el siempre ágil Jaume Miravitlles.
Malos por «anticompanysistas»: los «nacional-revolucionarios» frente a la revolución
Los partidarios de Dencàs y Badia replicaron planteando la necesaria «depuración» de las JEREC exigiendo un mayor purismo nacionalista desde su semanario Ara!! entre febrero y mayo de 1936. El 28 de abril, el asesinato de Badia y su hermano Josep destapó el conflicto interno dentro de la Esquerra y sus sectores nacionalistas. En los ambientes del JEREC se pasó a glorificar a Badia, destacándose, con pseudónimo, Joan Cornudella, quien acabaría por ser el más directo heredero del fenecido «capità collons»[43]. Mientras el presidente atacaba despiadadamente a Dencàs en el Parlamento de Cataluña, entre el 5 y el 6 de mayo, su vínculo con las JEREC estaba ya deshecho en la práctica.
Por primera vez desde 1934, los diversos sectores de «acción» entre los nacionalistas radicales dieron su apoyo a Dencàs. Llegado a ese punto, se preparó formalmente la escisión de las Juventudes, que se produjo en el Congreso de las JEREC de 22-25 de mayo, celebrado en la sede del CADCI y en el Iris Park, bajo la batuta de Dencàs. Así, se inició la formación de un partido específicamente nacionalista, de tono activista, con el nombre —faltaría más— de Estat Català. El nuevo partido, como indicaba su nombre histórico reivindicado (nada de república que no fuera la catalana), asimismo era reivindicativo de un posicionamiento nacionalista unitario, en el cual entraron a lo largo de junio tanto el PNC como Nosaltres Sols!, además de otros núcleos menores.
Como respuesta, diversas instancias del «partido gubernamental» promovieron un manifiesto, «Acció Unificadora de las Joventuts», aparecido el 26 de mayo, que reclamaba una «Comissió Unificadora» que reorientara las JEREC, impusiera un criterio unitario y las reconvirtiera en un aparato al servicio del conjunto de la ERC. Sin embargo, entre el 28 y el 30 de mayo en la Sala Studium, los sectores leales a Companys dentro de las JEREC celebraron su propio II Congreso Nacional Ordinari, para reafirmar la fidelidad al presidente catalán. Fue un éxito más simbólico que real y, en todo caso, efímero. Los mismos organizadores de las JEREC «companysistas» (Jaume Vàchier y A. Perramon) se largaron —junto con algunos de los más próximos asesores del mismo presidente catalán, como el Dr. Trabal o el exsindicalista Foix— al recién nacido Partit Socialista Unificat de Catalunya (PSUC), fundado en cuanto Barcelona estuvo pacificada tras el alzamiento militar de julio de 1936, al que entraron a los pocos días de su formación, el 4 de agosto[44]. Mientras tanto, al refundirse el PNRE con la ERC, las Joventuts igualmente reabsorbieron a la exigua sección juvenil «penarra». A pesar de su desaparición efectiva, las JEREC no fueron sometidas a una reordenación, en la medida en que el II Congreso Nacional Ordinario de ERC, que debía reorganizarlo todo, coincidió desafortunadamente con la revuelta militar del 17-19 de julio de 1936 y no llegó a celebrarse.
En todo caso, frente a la confusión y caos de los primeros meses de la guerra, el populismo de la Esquerra se vio del todo desbordado. Pero para cuando se recuperó la ERC del susto y empezó a socavar, con acuerdos e intercambios, a los libertarios que inicialmente controlaron la calle y las carreteras de comarcas, fue el nuevo PSUC el que supo convertirse en heredero del atractivo populista que hasta entonces había sido monopolio de la Esquerra. El flamante PSUC, por su encanto para los nacionalistas y con cierta habilidad para las malas artes, se hizo con las bases sociales del nacionalismo radical (el sindicato de horteras CADCI, la Unió de Rabassaires y demás organizaciones análogas), dejando el partido nacionalista unificado, Estat Català, sin cobertura frente a la CNT-FAI y enemistado con la ERC44. Estat Català se encontró con la pinza de la ERC y el PSUC, sin que los anarcosindicalistas perdonasen el pasado. Por todo ello, tuvo una actuación poco destacada en los eventos de la guerra y de la retaguardia revolucionaria, aunque, como siempre, tuvo su influencia y su momento45. Tras la formación del gabinete Tarradellas en septiembre de 1936, con participación cenetista, hubo una confusa serie de tanteos que implicaron al presidente del Parlamento catalán, Joan Casanovas, hasta entonces primer consejero de la Generalitat, y un partido Estat Català sin Dencàs, obligado
FARRÀS, J.: Nosaltres, els comunistes catalans: el PSUC i la Internacional Comunista durant la Guerra Civil, Vic, Eumo, 2001, que ofrecen una visión digamos más (Ponomariova) o menos (Puigsec) «sovietizada». El contexto catalán es más enfatizado en MARTÍN RAMOS, J. L.: Els origens del Partit Socialista Unificat de Catalunya (1930-1936), Barcelona, Curial, 1977.
- UCELAY-DA CAL, E.: «El pueblo contra la clase: populismo legitimador, revoluciones y sustituciones políticas en Cataluña (1936-1939)», en MORADIELLOS, E. (ed.): La Guerra Civil, Ayer, 50 (2003), pp. 143-197.
- CASTELLS, V.: Nacionalisme català y Guerra Civil a Catalunya (1936-1939), Barcelona, Dalmau, 2002, y CRUELLS, M.: El separatisme català durant la Guerra Civil, Barcelona, Dopesa, 1975, y La societat catalana durant la Guerra Civil, Barcelona, Edhasa, 1978.
éste por los «incontrolados» a exiliarse[45]. Joan Cornudella se quedó con Estat Català[46]. Su primo Jaume Cornudella se dedicó a tareas de acción, menos públicas, más clandestinas[47]. La realidad militar, sin embargo, forzó cierta colaboración entre las peleadas familias nacionalistas. Fue una compenetración visible sobre todo en las Milicies Pirinenques, tropas de elite de esquí para montaña[48]. La figura militar más destacada de la ERC fue Antoni Blàvia, que forjó su reputación en la Columna Macià-Companys.
Aunque fueran poco más que unos restos, las JEREC, en tanto que organismo, sobrevivieron a lo largo de los años de la guerra civil, finalmente reducidas a su función de sección juvenil de ERC, con Miravitlles —hombre de confianza de Companys— como principal protagonista. Los días 17-18 de julio de 1937 se celebró la I Conferencia Ampliada de las JEREC de Barcelona-ciudad, con Miravitlles al frente, si bien, ya avanzado el difícil año de 1938, otro asesor presidencial, el periodista Josep Maria Lladó, reincorporado a la ERC con el reingreso del PNRE, también tuvo un protagonismo con Abril, Setmanari Nacionalista de Esquerra. En términos generales, a pesar de la formalidad de la existencia de unas JEREC (la posesión, siempre crucial, de los sellos de goma que daban autoridad y legitimidad en una organización), la actividad orgánica fue mínima, ya que, para funcionar en serio, tendrían los escasos leales a Companys que comenzar casi de la nada. Luego, al avanzar la guerra civil e incrementarse la presión de la contienda en Cataluña, muy alejada hasta el invierno de 1937-1938, la misma situación canalizaba toda apelación a la juventud como categoría social hacia el esfuerzo bélico, sobre todo para facilitar la movilización de clases juveniles de reemplazo, discurso desconocido en Cataluña en 1936.
Además, el organismo estudiantil de ERC, la Federació Nacional de Estudiants de Catalunya (FNEC), en buena medida suplantó a las JEREC como mecanismo de encuadramiento juvenil del partido gubernamental catalán mientras duró la contienda[49]. Las JEREC participaron, junto con la FNEC y otros entidades paralelas, en el Front de la Joventut promovido en 1937 por las Joventuts Socialistes Unificades de Catalunya (JSUC, anteriores en unos meses al propio PSUC), hecho que ya de por sí era un indicio del retroceso del populismo originario y del nacionalismo «firme» ante la seductiva mezcla que ofrecían los stalinianos[50].
Los «malos de la película»
En todo caso, por su propia naturaleza, las JEREC no resistieron bien la derrota de principios de 1939. El éxito fulgurante de las armas franquistas y el visible entusiasmo de aquella parte de la población que esperó en Barcelona a la llegada de los ganadores, en vez de huir hacia la frontera francesa, debió resultar del todo desanimador para los escasos cuadros dispuestos a comenzar estableciendo una oculta red juvenil filo-ERC. Por otra parte, la tenaz actitud de control y castigo de los victoriosos franquistas al «liberar» a Cataluña, más el alud de delaciones, vino a combinar la reorganización lógica de los sistemas de seguridad públicos (con policías profesionales, muchos de los cuales recordaban con simpatía a Badia, lo que era una ventaja en un sentido, pero una desventaja palmaria para la rearticulación nacionalista de signo JEREC en la clandestinidad) con las ganas de castigo y de protagonismo de los servicios paralelos de los falangistas catalanes[51]. Entre el hambre y las ganas de comer, convertidos entonces en realidad cotidiana, no quedaba margen para un nacionalismo paramilitar, pero que había sido institucional y demostrativo, mas no subversivo, en el sentido de preparar ocultas infraestructuras insurreccionales.
En resumen, con plena naturalidad, fueron los partidarios «ferms» de la «línea armada» quienes estaban listos para la adaptación a la ilegalidad, no lo que quedaba de las JEREC, que, durante la contienda, sólo había ganado adeptos que eran demasiado jóvenes para ser succionados por el frente. Así, al acabarse la guerra civil fue una organización nueva la que ofreció el «borrón y cuenta nueva» ante las tensiones de JEREC y Estat Català (o, por añadidura, a la virtual escisión interna de este partido): el Front Nacional de Catalunya (FNC), creado en 1939 con gentes que venían de la tradición de las JEREC y de Estat Català, como Josep Andreu y Abelló, de Reus, u otros más jóvenes, como, por ejemplo, Jaume Martínez Vendrell, diez años más joven, que venía de Nosaltres Sols![52][53].
En 1945 hubo un intento de reorganización en la clandestinidad de las JEREC en Barcelona, tan sólo testimonial. Más adelante se logró mantener en pie un minúsculo Estat Català con unas relaciones bastante complicadas con el FNC[54]. En realidad, desde hacía mucho tiempo la marca «JEREC» no tenía salida en el mercado de la militancia subversiva catalanista. A cualquier renacimiento de las JEREC le cerraba el paso el nuevo FNC, así como los restos del partido Estat Català, que no podían superar las amarguras de su envenenada relación con la Esquerra y hasta con su mismísimo recuerdo, sólo mejorado tras el «martirio» franquista de Companys en 1940[55].
En resumen, dentro de la imaginería visual que caracterizó el nacimiento del frentepopulismo a finales de 1934 y en 1935, las JEREC, con sus camisas caqui y sus brazaletes con la bandera de la estrella solitaria, pero fracasadas como fuerza paramilitar el 6 de octubre, devinieron literalmente «los malos de la película». Fuera verdad o no, las JEREC habían mostrado ser unos «fascistas» (rótulo demonizador que cubría una considerable variedad de pecadores). Siendo «fachas» (viejo término castizo en castellano que tanto significa «adefesio», como «faja», del aragonés «faxa», etimológicamente del latín «fascia»), pero antiespañolistas y antiimperialistas, no podían entenderse con los fascismos españoles que confluyeron en la Falange franquista. Pero, asimismo —para las izquierdas—, eran un «fascismo catalán», sometido, pues, a las limitaciones impuestas por el hecho patente de que el totalitarismo de preferencia de los nacionalismos antiespañolistas ha sido el stalinismo, no el «fascismo», por muchos contagios que coyunturalmente se hayan producido. Así, para derechas e izquierdas eran una mera «facción» (otra palabra, casi homónima, de fuerte carga negativa). Es más, en los esquemas dominantes tras la contienda que podríamos llamar la «segunda Segunda Guerra Mundial» (1941-1945) no había sitio para unos «fascistas buenos», oxímoron ideológico donde los haya, por mucho que tanto Estat Català como las JEREC habían dado pruebas de ser fuerzas luchadoras «antifascistas», entre otras opciones más o menos revolucionarias, al oponerse a la rebelión militar de 1936 y al surgimiento del franquismo como producto inesperado de la guerra civil.
El recuerdo de las JEREC quedó tapado, incluso demonizado, para las nuevas generaciones catalanistas que sucedieron al marco nacionalista radical, que pasó, con los años sesenta, de llamarse «separatismo» a decirse «independentismo», justamente para marcar diferencias con sus antecedentes, por mucho que existiera un partido Estat Català testimonial[56][57]. Bajo el franquismo, los católicos y su escultismo se apropiaron del recuerdo del excursionismo nacionalista, borrando con ello lo que podía quedar de memoria positiva de los escamots[58]. En la media en que, llegada la «transición», se insistiera en recuperar el sentido definitorio de los años treinta como «pasado de referencia», frente a la atracción contraria que ha encarnado ETA, se miró negativamente al viejo ultracatalanismo de «línea armada», macianista en los años veinte y demasiado extremo, cuando predominó en exceso la ERC. Tanto ha sido así que la sección juvenil de este partido, en cierta medida reinventado, quiso enfatizar la distancia con el nombre nuevo de Joventuts d’Esquerra Republicana de Catalunya o JERC, al tiempo que se proclamaba independentista[59]. En efecto —sin aludir a ello, excepto en su símbolo, la bandera de la estrella solitaria y su triángulo azul—, fueron los pujolistas, con su Joventut Nacionalista de Catalunya, creada en 1980, quienes, sin mucho entusiasmo y con bastante discreción, mantuvieron los ideales, tan propios de los años treinta, de una política de «frentismo» y de «nacionalismo institucional»[60].
[1] UCELAY-DA CAL, E.: La Catalunya populista: Imatge, cultura y politica en l’etapa republicana, 1931-1939, Barcelona, La Magrana, 1982. Véanse otras interpretaciones:
IVERNI SALVÀ, M. D.: Esquerra Republicana de Catalunya: 1931-1936, 2 vols., Barcelona, Publicacions de l’Abadia de Montserrat, 1988-1989, y SALLÉS, A.: Quan Catalunya era d’Esquerra, Barcelona, Ed. 62, 1986.
[2] SAHINLER, M., en GARCÍA JIMÉNEZ, A. (ed.): Origen, influencia y actualidad del kemalismo, Guadarrama, Ediciones del Oriente y del Mediterráneo, 1998.
[3] IVERN I SALVÀ, M. D. (coord.): Les Dones d’Esquerra Republicana de Catalunya: 1931-1939, Barcelona, Fundació Josep Irla, 2000.
[4] COLOMER, J.: La temptació separatista a Catalunya. Els orígens (1895-1917), Barcelona, Columna, 1995, y LLORENS I VILA, J.: «El primer catalanisme independentista», El Temps d’història, 46 (abril de 2005), pp. 16-20. También TERMES, J., y COLOMINES, A.: Patriotes i resistents: història del primer catalanisme, Barcelona, Base, 2003.
[5] CREXELL, J.: Detenció de patriotes l’onze de setembre del 1901, número monográfico de El Llamp, 11 (30 de agosto de 1984); también SURROCA I TALLAFERRO, R.: «L’origen de la Diada, la història que s’ha volgut diluir», El Temps, 1.056 (7-13 de septiembre de 2004), pp. 37-41.
[6] UCELAY-DA CAL, E.: El imperialismo catalán. Prat de la Riba, Cambó, D’Ors y la conquista moral de España, Barcelona, Edhasa, 2003.
[7] COLOMER I POUS, J.: La Unió Catalanista i la formació del nacionalisme radical
(1895-1917). L’obra del Dr. Martí i Julià, tesis doctoral, Universitat de Barcelona,
[8] , y LLORENS I VILA, J.: La Unió Catalanista i els origens del catalanisme polític, Barcelona, Publicacions de l’Abadia de Montserrat, 1992.
[9] UCELAY-DA CAL, E.: Francesc Macià. Una vida en imatges, Barcelona, Generalitat de Catalunya, 1984. En contraposición, JARDÍ, E.: Francesc Macià: el camí de la llibertat, 1905-1931, Barcelona, Aymà, 1977, y Francesc Macià, president de Catalunya, Barcelona, Publicacions de l’Abadia de Montserrat, 1981.
[10] UCELAY-DA CAL, E.: «Violencia simbólica y temática militarista en el nacionalismo radical catalán», en ARÓSTEGUI, J. (ed.): Violencia y política en España, Ayer, 13 (1994), pp. 237-264.
[11] La gran muestra es PASTOR DE PELLICO, J. (seud. de FARGA PELLICER, R.): Garibaldi. Historia liberal del siglo XIX, 2 vols., Barcelona, Est. Tip. Ed. E. Ullastres, 1883.
[12] GARIBALDI, R.: I fratelli Garibaldi dalle Argonne all’intervento, Milán, Tip. Camba Livio, 1916?
[13] MARTINEZ I FIOL, D.: Els «voluntaris catalans» a la Gran Guerra (1914-1918), Barcelona, Publicacions de l’Abadia de Montserrat, 1991, y BALCELLS, A.: «Los voluntarios catalanes en la Gran Guerra (1914-1918)», Historia 16, 121 (mayo de 1986), pp. 51-62.
[14] UCELAY-DA CAL, E.: «Introducción histórica a una categoría imprecisa: unas reflexiones sobre el “Fascismo antes del fascismo” en perspectiva hispana», en MELLÓN, J. A. (ed.): Orden, jerarquía y comunidad. Fascismos, dictaduras y postfascismos en la Europa contemporánea, Madrid, Tecnos, 2002, pp. 17-76.
[15] GENTILE, E.: Storia del Partito Fascista, 1919-1922. Movimento i milizia, Bari, Laterza, 1989; Le origini dell’ideologia fascista (1918-1925), Bolonia, Il Mulino, 1996, y La via italiana al totalitarismo: il partito e lo Stato nel regime fascista, Roma, Carocci, 2001.
[16] UCELAY-DA CAL, E.: «Los orígenes del fascismo en España (el militarismo)», en RIQUER, B. de, y ESPINET, F. (eds.): Josep Fontana. Història y projecte social. Reconeixement a una trajèctoria, vol. 2, t. IV, 1868-1939, Barcelona, Crítica, 2004, pp. 1380-1410. Véase también UCELAY-DA CAL, E.: «Liga Patriótica Española» y «La Traza», en MOLAS, I. (ed.): Diccionari de los partits polítics de Catalunya, siglo XX, Barcelona, Enciclopèdia Catalana, 2000, pp. 177-178 y 168-169, respectivamente.
[17] MOLAS, I.: «Federació Democràtica Nacionalista», Recerques, 2 (1972), pp. 137-153.
[18] UCELAY-DA CAL, E.: «Las raíces del 14 de abril in Cataluña», Historia Contemporánea, 1 (1988), pp. 69-93.
[19] UCELAY-DA CAL, E.: «Modelos del Catalanisme: I. Reflexos in un espill daurat; II. Somnis irlandesos amb regust italià», Quadern de Cultura. El País, 2 de mayo de 1991, pp. 2-4.
[20] UCELAY-DA CAL, E.: «La crisi de los nacionalistas radicals catalans (1931-1932)», Recerques, 8 (1978), pp. 159-206.
[21] En general, UCELAY-DA CAL, E.: «The Shadow of a Doubt: Fascist and Communist Alternatives in Catalan Separatism, 1919-1939», BCN Political Science Debates, 2 (2003), pp. 123-189. También los artículos «Estat Català», «Estat Català», «Estat Català-Partit Proletari», «Federació Democràtica Nacionalista», «Front Nacional Català Proletari», «Joventuts d’Esquerra Republicana-Estat Català», «Moviment Nacionalista Totalitari», «Nosaltres Sols!» y «Partit Nacionalista Català», en MOLAS, I. (ed.): Diccionari…, op. cit., pp. 85-86, 86-88, 89-90, 104-105, 112-113, 142-143, 147-148, 150-151 y 257-258, respectivamente.
[22] Para una amplia presentación del debate de 1933 respecto del supuesto «fascismo» del ala nacionalista de Estat Català y de la Esquerra véase CULLA I CLARA, J. B.: El Catalanisme d’esquerra: del grup de «L’Opinió» al Partit Nacionalista Republicà d’Esquerra, 1928-1936, Barcelona, Curial, 1977, pp. 111-210.
[23] Como ejemplos, THOMAS, H.: The Spanish Civil War, Nueva York, Harper & Row, 1963, p. 76, y JACKSON, G.: The Spanish Republic and the Civil War, 1931-1939, Princeton (NJ), Princeton University Press, 1965, p. 150. Incluso cuando se reconoce el papel del nacionalismo radical catalán en la izquierda se presenta como una especie de paradoja imposible o perversa; véase ARZALIER, F.: Les perdants. La dérive fasciste des mouvements autonomistes et indépendantistes au XXe siècle, París, La Découverte, 1990, p. 80. Un tratamiento más equilibrado en PAYNE, S. G.: Spain’s First Democracy, Madison (WI), University of Wisconsin Press, 1993, pp. 201-202.
[24] UCELAY-DA CAL, E.: «La formació de Esquerra Republicana de Catalunya», L’Avenç, 4 (julio-agosto de 1977), pp. 59-67.
[25] ROS Y SERRA, J.: Miquel Badia, uno defensor oblidat de Catalunya, Barcelona, Mediterrània, 1996.
[26] VIBRANT (seud. de CARDONA, D.): Res de nou al Pirineu…, Barcelona, Nosaltres Sols!, 1933, y UCELAY-DA CAL, E.: «Daniel Cardona i Civit i l’opció armada del nacionalisme radical català (1890-1943)», en CARDONAI CIVIT, D. y UCELAY-DA CAL, E. (ed.): «La Batalla» y altres textos, Barcelona, La Magrana-Diputació de Barcelona, 1984, pp. V-LIX.
[27] BALCELLS, A.: «Introducció» a DENCÀS I PUIGDOLLERS, J.: El 6 d’octubre des del Palau de Governació (1934), Barcelona, Curial, 1979, pp. 5-24.
[28] LANGDON-DAVIES, J.: Behind Spanish Barricades, Londres, Martin Secker & Warburg, 1937.
[29] BENET, J.: Domènec Latorre, afusellat per catalanista, Barcelona, Edicions 62, 2003.
[30] UCELAY-DA CAL, E.: Estat Català: The Strategies of Separation and Revolution of Catalan Radical Nationalism (1919-1933), Ann Arbor (MI), University Microfilms International, 1979 (tesis doctoral, Columbia University, 1979), sección VII, cap. 3. 30 CULLA I CLARÀ, J. B.: op. cit., passim.
[31] UCELAY-DA CAL, E.: «Vanguardia, fascismo y la interacción entre nacionalismo español y catalán: el proyecto catalán de Ernesto Giménez Caballero y algunas ideas corrientes en círculos intelectuales de Barcelona, 1927-1933», en BERAMENDI, J. G., y MAÍZ, R. (dirs.): Los nacionalismos en la España de la II República, Madrid, Siglo XXI, 1991, pp. 39-95, corregido el planteamiento en UCELAY-DA CAL, E.: El imperialismo catalán…, op. cit., cap. 21.
[32] JELLINEK, F.: The Civil War in Spain (1938), Nueva York, Howard Fertig, 1969.
[33] HIDALGO, D.: ¿Por qué fui lanzado del Ministerio de la Guerra? Diez meses de actuación ministerial, Madrid, Espasa-Calpe, 1934.
[34] Lo que podía generar confusiones, empeoradas por la traducción; Ernst Nolte, por ejemplo, tomó a las JEREC por «Juventudes Socialistas» (NOLTE, E.: El fascismo de Mussolini a Hitler, Barcelona, Caralt, 1970, p. 225).
[35] Para el trasfondo, GONZÁLEZ CALLEJA, E., y REY REGUILLO, F. del: La defensa armada contra la revolución: una historia de las guardias cívicas en la España del siglo XX, Madrid, CSIC, 1995.
[36] BALCELLS, A.: El problema agrari a Catalunya, 1890-1936: la qüestió rabassaire, Barcelona, Nova Terra, 1968. Para los antecedentes, POMÉS, J.: La Unió de Rabassaires: Lluís Companys i el republicanisme, el cooperativisme i el sindicalisme pagès a la Catalunya dels anys vint, Barcelona, Publicacions de l’Abadia de Montserrat, 2000.
[37] Una negación frontal de la función paramilitar interna de Palestra y de la existencia de OrMiCa en la obra del ultracatalanista CASTELLS, V.: El 6 d’octubre, Palestra i Batista i Roca, Barcelona, Dalmau, 2000. También DURÁN, L.: «Palestra: cultura, civisme i esport per als joves», Revista de Catalunya, 163 (junio de 2001), pp. 25-42. En una entrevista en Perpignan en 1975, Batista i Roca me comentó OrMiCa y los demás aspectos militares de la suborganización sin ambages y hasta con poco disimulado orgullo, por lo que sorprende la reticencia de Castells, su albacea. Véase también CAMPRUBÍ, X.: «Als Joves de Catalunya», El Temps d’història, 46 (abril de 2005), pp. 11-15. Para la escisión de Palestra, de signo armado y más radicalizado, llamada «Club David» (nombre derivado del hecho de que la estatua de David por Miguel Ángel era el emblema de Palestra), entidad dirigida por Andreu Xandri, véase una hagiografía: TERRAFETA I BADIA, R. M.: Andreu Xandri: mística i força, Barcelona, Barcelonesa d’Edicions, 1988.
[38] Sobre los eventos de la «revolución de octubre» en Cataluña hay una abundante bibliografía: para citar obras de la época o por partícipes, se nota una clara abundancia de denuncias desde la derecha y un considerable silencio desde el medio de las JEREC. Como muestras derechistas: desde ABC, ANGULO, E. de: Diez horas de Estat Català, Barcelona, autor, 1935?; desde la Lliga, COSTA I DEU, J., y SABATÉ, M.: La nit del 6 d’octubre a Barcelona. Reportatge, Barcelona, Tip. Emporium, 1935; en clave ultracatalanista, pero poco clarificador (aunque fuera testimonio más bien próximo a Nosaltres Sols!) resulta CRUELLS, M.: El 6 d’octubre a Catalunya, Barcelona, Pòrtic, 1970; véase también CASTELLS, V.: El 6 d’octubre…, op cit. Para hagiografías de los «mártires» nacionalistas, TUBELLA, I.: Jaume Compte i el Partit Català Proletari, Barcelona, La Magrana, 1979; CASTELLS, V.: Manuel Gonzàlez i Alba: una vida per la independència, Barcelona, Pòrtic, 1985; En memòria de Manuel Gonzàlez Alba mort el 6 d’octubre del 1934 (1936), Barcelona, Lletra Viva, 1978, y VENTURA I SOLÉ, J.: Manuel G. Alba, una vida per Catalunya, Valls, publicado privadamente, 1979.
[39] PEERS, E. A.: op. cit., pp. 230-235, por ejemplo, muy cercano a Ferran Soldevila y la Lliga, enfatizó que Dencàs escapó «por una cloaca».
[40] UCELAY-DA CAL, E.: «El “Octubre catalán” de 1934», Cuadernos de Alzate, 30 (2004), pp. 77-106. Para los antecedentes, UCELAY-DA CAL, E., y TAVERA, S.:
«Una revolución dentro de otra: la lógica insurreccional en la política española,
[41] -1934», en ARÓSTEGUI, J. (ed.): Violencia y política en España, Ayer, 13 (1994), pp. 115-146.
[42] FOIX, P.: Barcelona, 6 de octubre, Barcelona, Editorial Cooperativa Popular, 1935, y MIRAVITLLES, J.: Crítica del 6 de octubre, Barcelona, Acer, 1935.
[43] URGELL, J. (seud. de CORNUDELLA, J.): Miquel Badia, Barcelona, Norma, 1936.
[44] UCELAY-DA CAL, E.: «Documents (1936): Els nacionalistas catalans al PSUC», Arreu, 1 (25-31 de octubre de 1976), pp. 26-31. En general, véase PONAMARIOVA, L. V.: La formación del Partit Socialista Unificat de Catalunya, Barcelona, Icaria, 1977. También PUIGSEC, J.: «Las relaciones entre la Internacional Comunista y el PSUC durante el conflicto de 1936-1939», Storia Contemporanea, 15 (1999), pp. 53-68, y PUIGSECH
[45] UCELAY-DA CAL, E.: «El “complot nacionalista” contra Companys. Novembre-desembre del 1936», en SOLÉ I SABATÉ, J. M. (dir.): La Guerra Civil a Catalunya, vol. 3, Barcelona, Ed. 62, 2004, pp. 205-214. Véanse también NÚÑEZ SEIXAS, X. M.: «Nacionalismos periféricos y fascismo: acerca de un memorándum catalanista a la Alemania nazi (1936)», Historia Contemporánea, 7 (1992), pp. 311-333; HUERTAS, J. M., y RIBAS, A.: «El complot que quería catalanizar en 1936 la revolución popular», El Periódico de Catalunya, 25 de noviembre de 1984, pp. 17-18; DÍAZ ESCULIES, D.: «Objectiu: matar a Companys (el report de Josep M. Xammar)», L’Avenç, 225 (mayo de 1998), pp. 6-12, y «Estat Català contra Lluís Companys», El Temps d’història, 43 (enero de 2005), pp. 4-7. Con un enfoque diverso CASANOVAS I CUBERTA, J.: Joan Casanovas i Maristany, president del Parlament de Catalunya, Barcelona, Publicacions de l’Abadia de Montserrat, 1996.
[46] RUBIRALTA, F.: Joan Cornudella y Barberà (1904-1985). Biografia política, Barcelona, Abadia de Montserrat, 2003.
[47] RENYER, J.: Un home del silenci. Jaume Cornudella y Olivé: patriotisme y resistència (1915-1983), Lérida, Pagés Editors, 2001.
[48] FERRERONS, R., y GASCÓN, A.: «Les Milícies Pirinenques, nacionalisme armat», L’Avenç, 91 (marzo de 1986), pp. 20-29, y RAMON I VIDAL, J. de: El Regiment Pirinenc núm. 1 de Catalunya, Barcelona, Dalmau, 2004.
[49] FIGUERAS I SABATER, A.: Història de la FNEC. La Federació Nacional d’Estudiants de Catalunya de 1932 a 1986, Barcelona, Publicacions de l’Abadia de Montserrat, 2005.
[50] CASTERÁS, R.: Las JSUC ante la guerra y la revolución, Barcelona, Nova Terra, 1977, y DÍAZ I SURIÑACH, M.: Front de la Joventut de Catalunya: Joventut governamental de la Generalitat republicana en guerra (1936-1939), tesis de licenciatura, Universidad de Barcelona, 2000.
[51] SOLÉ I SABATÉ, J. M.: La repressió franquista a Catalunya: 1938-1953, Barcelona, Ed. 62, 1985.
[52] TOUS Y VALLVÈ, J.: Antoni Andreu y Abelló. Correspondència política d’exili
(1938-1939). D’Estat Català al Front Nacional de Catalunya, Tarragona, El Mèdol,
[53] , y MARTÍNEZ I VENDRELL, J.: Una Vida per Catalunya: memòries, 1939-1946, Barcelona, Pòrtic, 1991. Más allá de los casos individuales, véase MARTÍNEZ I FIOL, D.:
«Soldats de Catalunya. Una via militar d’alliberament nacional (1939-1945)», L’Avenç, 196 (octubre de 1995), pp. 18-23. Véase también MANENT, A.: «Els joves del Front Nacional de Catalunya», en MANENT, A.: Retorn a abans d’ahir. Retrats d’escriptors i de polítics, Barcelona, Destino, 1993, pp. 117-128.
[54] La relación difícil entre el FNC y el reconstituido Estat Català en MANENT, A.: «Josep Planchart, cinquanta anys de fidelitat a Estat Català», en MANENT, A.: op. cit., pp. 171-183. También DÍAZ ESCULIES, D.: «L’independentisme català durant l’autarquia franquista», El Temps d’història, 46 (abril de 2005), pp. 21-25.
[55] DÍAZ ESCULIES, D.: El Front Nacional de Catalunya: 1939-1947, Barcelona,
La Magrana, 1983; El catalanisme polític a l’exili: 1939-1959, Barcelona, La Magrana, 1991, y L’oposició catalanista al franquisme: el republicanisme liberal i la nova oposició (1939-1960), Barcelona, Publicacions de l’Abadia de Montserrat, 1996, y CASTELLS, V.: Nacionalisme català a l’exili: 1939-1946, Barcelona, Dalmau, 2005.
[56] A destacar la síntesis pionera de RUBIRALTA, F.: Una història de l’independentisme polític català. De Francesc Macià a Josep Lluís Carod-Rovira, Lérida, Pagés Editors,
[57] . Como testimonio, ROS I SERRA, J.: La memòria es una decepció, 1920-1939, Barcelona, Mediterrània, 1995.
[58] BALCELLS, A., y SAMPER, G.: L’éscoltisme català: 1911-1978, Barcelona, Barcanova, 1993.
[59] MALLO, O.: De les armes a les urnes. Coses que volia saber sobre ERC i no s’atrevia a preguntar, Barcelona, L’Esfera dels Llibres, 2005, en respuesta a UCELAY-DA CAL, E.: «Republicanisme, separatisme i independentisme: un desequilibri exitosament sostingut», en MARÍN, E.; ALQUEZAR, R., y MORALES, M. (coords.): Esquerra Republicana de Catalunya. Setanta anys d’història (1931-2001), Barcelona, Columna, 2001, pp. 195-204.
[60] CAMP, R.; RECODER, L.; MARTÍ, J.; CAMPUZANO, C.; RULL, J.; XUCLÀ, J.; BATALLA, A. y CAMINAL, J.: «El nostre estel no és fugaç: 25 anys de la JNC», Avui, 30 de abril de 2005, p. 18.
Un comentario en “Estat Català y la problemática de un «fascismo catalán» – Enric Ucelay-Da Cal”