El Semanal – 12/3/2006
Han pasado un par de semanas, pero no lo olvido. Memoriae duplex virtus, etcétera, como decía uno de aquellos fascistas -nacido en Calahorra, por cierto- que en elsiglo I, antes de tanto derecho pseudohistórico y tanta cutrez provinciana, llamaban ya Hispania a esta casa de putas. Me refiero a la pintoresca declaración institucional con la que, en el aniversario del 23-F, nos obsequió el Congreso. Es digno de recuerdo el párrafo donde nuestros hombres públicos, en un ejercicio de fastuoso onanismo político, atribuyen el fracaso del golpe de Estado, por este orden, al comportamiento responsable de los partidos políticos y los sindicatos, en primer lugar, y luego a la Corona y a las instituciones gubernamentales, parlamentarias y municipales. Como saben ustedes, el párrafo resultó de una modificación del texto original, donde se reconocía el papel decisivo del rey como jefe de las fuerzas armadas, al ponerlas del lado de la democracia con su discurso por la tele. Pero por presiones de dos partidos minoritarios, uno catalán y otro vasco, el Congreso decidió rebajar el papel monárquico y meter a todo cristo en el baile, afirmando que el mérito no fue del rey, sino del conjunto. O sea. De los políticos españoles, valerosos demócratas aquel día, unidos como un solo hombre y -hoy no me llamarán machista esas perras- como una sola mujer.
Habría sido precioso, de ser cierto. Comprendo que nuestra infame clase política, acostumbrada a reinventar España según cada coyuntura de su oportunismo y su desfachatez, quiera pasar a la Historia con esa tierna milonga de la liberté, la egalité y la fraternité defendida el 23-F como gato panza arriba. Pero están mal acostumbrados. Esto no es tan fácil como inventarse reinos y naciones que nunca existieron, o independencias ancestrales de ayer por la tarde, ocultando por otra parte realidades ciertas como la España romana, o la visigoda. Cuando deformas la memoria histórica, el truco puede funcionar con los tontos, los ignorantes y los que no quieren problemas. La gente ya no se acuerda, o no sabe. Pero otra cosa es manipular hechos que todos hemos vivido y recordamos perfectamente. Y eso es lo insultante. Que sólo veinticinco años después, esta gentuza nos considere tan olvidadizos y tan estúpidos.
Aquel día, la democracia y la libertad sólo las defendieron una cámara de televisión encendida, los periodistas que cumplieron con su obligación -fueron tan torpes los malos que sólo silenciaron TVE y Radio Nacional-, unos pocos representantes gubernamentales que estaban fuera del Parlamento, y sobre todo el rey de España, que, por razones que a mí no me corresponde establecer, se negó a encabezar el golpe de Estado que se le ofrecía, ordenó a los militares someterse al orden constitucional y devolvió los tanques a sus cuarteles. El resto de fuerzas políticas y sindicales, autonómicas y municipales, salvo singulares y extraordinarias excepciones, se metieron en un agujero, cagadas hasta las trancas, y no asomaron la cabeza hasta que pasó el nublado. Quienes velamos esa noche ante el palacio de las Cortes sabemos que, aparte de ciudadanos anónimos, negociadores gubernamentales y periodistas que cumplían con su obligación, nadie se echó a la calle para defender nada hasta el día siguiente, cuando ya había pasado todo -lanzada a moro muerto, se llama eso-. Y respecto a los sindicatos, su único papel fue el de los carnets rotos con que atrancaron los retretes de toda España. En cuanto a la digna integridad constitucional que ahora se atribuye el Congreso, lo que pudo ver todo el mundo por la tele, y eso no hay chanchullo que lo borre, fue a los ministros y diputados tirándose en plancha debajo de sus escaños para quedarse allí hasta que se les permitió levantarse de nuevo -aún entonces siguieron mudos y aterrados-, con tres magníficas excepciones: Santiago Carrillo, que fumaba cada pitillo creyendo que era el último, el presidente Suárez y el anciano general Gutiérrez Mellado. Y cuando éste, fiel a lo que era, se enfrentó forcejeando a los guardias civiles, y el miserable Tejero, pistola en mano, intentó, sin éxito, tirarlo al suelo con una zancadilla, el único hombre valiente entre todos aquellos cobardes que se levantó para socorrerlo, fue Adolfo Suárez. A quien, por supuesto, España pagó y paga como suele.
Así que menos flores, caperucitas. En lo que a mí se refiere, nuestra heroica clase política puede meterse la poco elegante declaración institucional del otro día donde le quepa. Que imagino dónde le cabe.
Qué bueno Reverte. Al pan, pan y al vino, vino. Si señor, que aquí las ratas siempre se disfrazan de valientes a toro pasado. Un saludo.
Me gustaLe gusta a 1 persona
Recuerdo perfectamente el 23-F. Pertenezco al grupo de los que, si hubiera triunfado el golpe, hubiera acabado en las tapias del cementerio de Torrero (Zaragoza) en el 36. Como organización a la que pertenecía lo único que hicimos fue intentar poner a salvo a la familia en domicilios de familiares o amigos sin significación política. Agruparnos los militantes en pisos de amigos sin actividad política y con teléfono. El comité regional, al que yo pertenecía, estuvimos en un piso de un familiar, del que tenía llave, y que estaba de vacaciones. Estuvimos casi toda la noche recorriendo Zaragoza para ver si nos enterábamos de la situación real. Es por esto por lo que puedo afirmar que en el Ayuntamiento de Zaragoza, a excepción de la Policía Local, no había ni Dios. Misteriosamente habían desaparecido todos los políticos y ninguno dijo a donde se iba. Al llegar nosotros al Ayuntamiento, en un R5 que tenía, vimos que arrancaban de la puerta un 127 con una pareja, y confundimos al conductor con un concejal del PSOE. Como ya estaba en marcha lo que hice fue cruzar mi coche para que parase y poder preguntarle por la situación. Bajé de mi coche y al llegar a su puerta entendí la situación en que estábamos. Era concejal, pero no el que yo creía. Estaba con las manos en el volante totalmente paralizado hasta que me identifiqué. Nos dijo que la situación era muy grave, que todo dependía del Capitán General de Zaragoza, que se habían marchado todos los políticos y que huyéramos a donde pudiéramos. En la Academia General Militar la novedad era que la guardia de la puerta era doble, pero dentro no se veía ningún movimiento especial, eso sí, si Tráfico hubiese instalado un radar allí se forran. La carretera al Huesca (Pirineo) pasa por delante y los coches pasaban espendolaos. En Capítanía General también había doble guardia de la PM con su casco blanco. Aparcados enfrente de Capitanía y con un 127 blanco matrícula Z-127.000, de las falsas que utilizaba la policía político-social, delante de nosotros (lo que indicaba que el golpe era militar y que ellos tampoco sabían nada). Pudimos comprobar como subía una columna de camiones militares por el Paseo de La Independencia. Al llegar a Capitanía procedieron a cambiar a los que hacían guardia, pusieron a otros soldados con casco verde y metieron a los otros para dentro. Los que hemos hecho la mili sabemos que una guardia no se cambia así, ni muchísimo menos. El 127 blanco desapareció rápidamente, y nosotros también. Estaba claro que unos militares, ¿de los buenos o de los malos?, habían tomado Capitanía. Otra de nuestras actividades, con el fin de obtener información, fue ir a las sedes de los partidos. En ninguno había nadie e incluso en algunos habían desaparecido hasta los carteles de la calle y de los buzones. Ahora resulta, lo he leído en un libro, que todos los concejales se reunieron en el Ayuntamiento para defender la democracia, etc., etc., etc..
Nota. Hubo un alcalde, de una localidad cercana a Zaragoza, todavía estaba en paradero desconocido al cabo de una semana. Estaba en una cabaña en el monte y no se llevó ninguna radio. Cuando el hambre le obligó tuvo que salir, preguntó a un pastor y volvió a la política activa. E incluso ascendió.
Me gustaMe gusta
Vamos, que si lo pudiéramos repetir ahora, casi sería una bendición porque todos los que están sobrando desaparecerían y no podrían volver por el bicho…..😂😂😂 Como decía el Cantar de Mio Cid «….Qué buen vasallo si hubiera buen señor…» Qué buen pueblo somos (en este caso) y qué mala clase política. Un saludo y, sobretodo, gracias por el aporte de realidad.
Me gustaMe gusta