Monárquicos, carlistas, y hasta republicanos, pero ninguno falangista.

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FRANCO, JEFE DEL ESTADO ESPAÑOL «MIENTRAS DURE LA GUERRA»

En general Saliquet en primer plano, junto a Mola, Cabanillas, Franco

El 1 de octubre de 1936, en una ceremonia solemne celebrada en la sede de la Capitanía General de Burgos, el general Franco fue investido como Jefe del Estado, que fue el título que ostentó durante su largo mandato. El 1 de octubre sería conmemorado oficialmente todos los años como el día de la Exaltación de Franco a la Jefatura del Estado o, simplemente, como Día del Caudillo.

Tras el fracaso parcial del golpe de Estado del 17 y 18 de julio de 1936 perpetrado por una parte de las fuerzas armadas contra el Gobierno electo de la Segunda República. España quedó dividida en dos zonas: una controlada por los militares que se habían alzado contra la República (la zona sublevada) y otra que permaneció fiel al gobierno (la zona republicana). Aproximadamente un tercio del territorio español había pasado a manos rebeldes, con lo que ninguno de los dos bandos tenía absoluta supremacía sobre el otro. La intentona de derrocar de un golpe a la República había fracasado estrepitosamente. Ambos bandos se prepararon para lo inevitable: un enfrentamiento que iba a desangrar España durante tres largos años. La guerra civil española acababa de empezar.

Los militares que se sublevaron en julio de 1936 no habían concretado ningún proyecto político, excepto acabar con la situación existente. Los había monárquicos alfonsinos (como los generales Alfredo Kindelán, Luis Orgaz y Andrés Saliquet) pero también carlistas (como el general José Enrique Varela) e incluso republicanos (como Gonzalo Queipo de Llano y Miguel Cabanellas) —sin embargo, no había ningún general que simpatizara con el fascismo o con Falange— Precisamente esta diversidad es lo que explicaría la indefinición política de la sublevación que no fuera más allá de derribar el gobierno del Frente Popular y acabar con la supuesta amenaza de una revolución proletaria, mediante el establecimiento de una dictadura militar presidida por el general Sanjurjo, exiliado en Portugal y que era considerado el jefe indiscutido de la sublevación.

Todo cambió el 20 de julio cuando el general Sanjurjo murió en el accidente que sufrió nada más despegar el avión que iba a trasladarlo a España.​ Los generales sublevados se quedaron sin jefe y como Franco estaba aislado en el Protectorado de Marruecos, el general Mola asumió la dirección política del golpe.​ El 24 de julio creó en Burgos una Junta de Defensa Nacional para suplir en parte la carencia de un mando único, presidida por el general de mayor graduación y más antiguo, Miguel Cabanellas, pero cuya autoridad sobre el resto de generales era puramente nominal. A las dificultades que encontró Mola en su avance hacia Madrid desde el norte, se contrapuso el vertiginoso avance de Franco desde el sur. Si en los primeros momentos del levantamiento Franco no disponía de posibilidades de liderarlo, ya en septiembre se había convertido en el más sólido candidato para encabezarlo. Además, las dos potencias que apoyaron a los sublevados, la Italia fascista y la Alemania nazi, no trataron con la Junta de Defensa sino directamente con el general Franco.

En una reunión tensa de la Junta Militar, Kindelán insistió: «Si en el plazo de ocho días no se nombra Generalísimo yo me voy». Kindelán propuso a Franco y contando incluso con la conformidad de Mola, Franco fue nombrado jefe de los ejércitos, Generalísimo. No contó con el apoyo de Cabanellas que propuso una dirección colegiada y recordó las vacilaciones de Franco para unirse al levantamiento hasta el último momento.

El 28 de septiembre, en Salamanca, se celebró otra reunión de la Junta de Defensa Nacional. Kindelán llevaba preparado un borrador del decreto por el que se nombraría a Franco Generalísimo de los ejércitos y jefe del Gobierno durante el periodo de guerra. Ante las reticencias del resto de miembros de la Junta a unir el mando militar y el político, Kindelán propuso una pausa para almorzar; y en el transcurso de ésta, presionó junto con Yagüe al resto de miembros del consejo para que apoyasen la propuesta. Reanudada la reunión la propuesta fue aceptada por todos excepto por Cabanellas y con las reticencias de Mola.​ Se acordó nombrar a Franco «Jefe del Gobierno del Estado español, mientras dure la guerra». Las reticencias que había en la Junta para entregarle a Franco todo el poder fueron superadas con la inclusión de la frase «mientras dure la guerra».

Al salir de la reunión, el general Cabanellas comentó a varios miembros de la Junta:

«Ustedes no saben lo que han hecho porque no lo conocen como yo, que lo tuve a mis órdenes en África como jefe de una de las unidades de la columna a mi mando; y si, como quieren va a dársele en estos momentos España, va a creerse que es suya y no dejará que nadie le sustituya en la guerra, ni después de ella, hasta la muerte.»

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